Opinión Nacional

Agnósticos

Por esas cosas de la moda, algunos que en otras épocas hubieran tenido miedo de llamarse a si mismos ateos (no olvidemos que en otras épocas sí había que tener valentía para hacerlo) hoy se autodenominan “agnósticos” sin saber muy bien de donde viene la palabra ni qué significa. Poco importa, lo que ellos quieren decir es que no adhieren a ninguna creencia oficial o extraoficial pero que tampoco están cerrados del todo y respetan esas creencias en los demás.

Lo cual es muy civilizado y muy correcto políticamente: no están a favor de nada y tampoco en contra.

Los temas relacionados con el sentimiento religioso, con lo espiritual y con las consideraciones acerca del sentido de la vida o de la muerte parecen tenerles completamente sin cuidado.

Si la posición fuera razonada, voluntaria y sentida sería posiblemente admirable. Camus, Sartre y Freud , que no usaban esas medias tintas y se manifestaban abiertamente ateos, o Darwin, Hume y Russell ( para citar algunos agnósticos verdaderos) fueron hombres que contribuyeron al avance de la humanidad como pocos de los que se denominaban “creyentes” porque creer era más fácil y estaba mejor visto.

Lo que sucede ahora es que ya no está bien visto decirse creyente y la palabra “ateo” sigue oliendo a hoguera en algunos círculos sociales: no es un “plus” en el currículum. Agnóstico suena progre y suena intelectual, en parte porque nadie sabe –como hemos dicho- que es lo que realmente contiene la expresión.

Este “agnosticismo” de hoy, a diferencia del de Thomas Henry Huxley, a quien se atribuye la acuñación del término, no necesita de ciencia ni de pensamiento para afirmarse. No afirmar ni negar nada parece a primera vista, en efecto, una posición tomada después de un análisis concienzudo del debate acerca de lo cognoscible y de lo desconocido a lo largo de la Historia. Pero no: no es una posición sino más bien una excusa para no adoptar ninguna. Para hacerlo, habría que tomarse un poquito en serio el asunto de estar vivos en un mundo donde otros también lo están. Habría que reflexionar, leer, informarse, compartir, escuchar a cuantos toman y dejan de tomar alguna de las posiciones múltiples que el problema permite. Habría – en términos escolares- que hacer la tarea y responder algo en el examen.

Los agnósticos de hoy son los que tienen por método colocar en todas las preguntas la respuesta invariable que aparece al final de la serie y que dice “ninguna de las anteriores”. Poco importa si la pregunta es sobre química, biología o historia. Si les preguntan si Hitler es : a) un gran estadista, b) un hombre ligeramente equivocado o c) un asesino, buscarán de inmediato una cuarta opción, la d) para no comprometerse demasiado. Lo mismo ocurrirá si la cuestión es acerca de Buda o de Jesucristo.

Podría decirse que vivir en ese agnosticismo (que en castellano cabal podría llamarse simplemente “ignorancia”) es cómodo y hasta agradable.

Pero puede pensarse también que no hay manera más triste de vivir que hacerlo como si no se viviera en absoluto.

Si comparamos esa postura, o pose, con la afirmación de Terencio, (retomada por Montaigne como fundamento del Humanismo) de que “nada humano me es ajeno” sólo cabe concluir que el llamado “agnosticismo” actual no es sino otro disfraz del lamentable inhumanismo reinante.

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