Opinión Nacional

Años de construcción democrática

En los albores de 1962, por encima de trastornos y dificultades sucedidos en tres años gobernando, el saldo del Gobierno de Coalición era positivo en logros y avances. El tiempo perdido se recuperaba y se aceleraba una marcha que –por encima de la pasión sectaria- sería más innegable aún con el correr de los años. Había signos inequívocos de recuperación económica, incremento de reservas internacionales, una revitalización debida en gran parte a promociones industriales y al dinamismo de la industria de la construcción. El acelerado proceso de desarrollo de la economía nacional se seguía cumpliendo conforme a normas definidas. Y para 1962 se establecía la política a seguir –ese año- en los campos de la acción pública y las formas de colaboración con la iniciativa privada.

Ya la Siderúrgica producía tubos sin costura y alambres en 1961 (y acero y aluminio en 1962), dejando de depender del exterior. La represa del Guri entraba en licitación y el petróleo aumentó su producción, conjuntamente con la participación del país en los rendimientos de la industria (alto nivel de ocupación, de salarios y de participación de utilidades para los trabajadores del petróleo).

La paz social y la tranquilidad pública no son objetivos que se alcanzan sólo mediante acciones de gobierno. Reclaman y necesitan la cooperación activa de toda la ciudadanía, específicamente de los sectores suyos integrados en organismos económicos y políticos. De la buena voluntad de organizaciones empresariales y sindicales depende que las diferencias obrero-patronales se resuelvan siempre por la vía pacífica del entendimiento entre las partes. En esto también había un empeño por parte del Gobierno de Coalición.

Y en lo relativo a las organizaciones políticas, del encausamiento por ellas de los criterios contrapuestos, normales en una democracia, por el camino de la discusión de altura y del debate sin acrimonia, depende el desarme de los espíritus y la exclusión de los repudiables métodos de la violencia.

Conjuntamente con las Corporaciones Regionales, también se creaba la Fundación para el Desarrollo de la Comunidad y de Fomento Municipal (luego Fundacomún) para dotar de acueductos, cloacas, luz eléctrica y otros servicios a pequeñas colectividades del país, porque un país se construye primero desde sus cimientos, y nuestros cimientos eran endebles, avergonzantes, desasistidos en servicios básicos. Se creía que los pueblos pusilánimes y con desgano, no hacen historia. Y a los industriales se les decía el refrán: barco parado no gana flete.

En Caracas se inauguró el Parque del Este y se previó el del Oeste, se inauguró el balneario popular de Catia La Mar, el de Naiguatá estaba por concluirse y se iniciaba el de Macuto; se construyeron 1.398 aulas de estudio en todo el país, se pasó de 700.000 alumnos (1958) a 1.200.000 (1961), el número de maestros pasó de 20.000 a 30.000, y el número de escuelas de 6.000 a 12.000. Se acabó la falta de agua en Caracas con la represa de Quebrada Seca. Se construyó el distribuidor El Pulpo.

Además de crear el decreto “Compre Venezolano”, se combatió el contrabando y con los préstamos del exterior se contemplaron las necesidades de la industria nacional (grande, mediana y pequeña), así como el desarrollo agropecuario; todo con optimismo, fe, confianza y seguridad en las grandes y seguras posibilidades de una democracia naciente.

Con la empresa privada se rescató también el pensamiento bolivariano en su fuente originaria (copias en microfilm del Archivo del Libertador), ya no falseando y deformando sus ideas, como lo venían haciendo los despotismos criollos, malinterpretándolo para sus cesarismos absurdos.

Hubo un esfuerzo sostenido para el trabajo conjunto entre científicos, educadores, hombres de empresa y trabajadores. Todo ello y más iba creando la red institucional para el funcionamiento de la democracia.

A estos aspectos se aunaba un proceso de relaciones internacionales que tampoco se descuidaba. Ya se habían roto las relaciones con el Gobierno de Cuba, por dignidad nacional. Y el Canciller de Venezuela se preparaba a concurrir a la proyectada Reunión de Ministros de Relaciones Exteriores que se efectuaría en Uruguay. Allí se iban a ratificar las tesis bien afirmadas de la política exterior venezolana: defensa del sistema representativo de gobierno, garantía de respeto a los derechos humanos, autodeterminación de los pueblos, no intervención de un país americano en las cuestiones internas de otro y categórico rechazo de la intervención chino-soviética en América. También sucedió que Venezuela ocupaba ahora un puesto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, por decisión de su Asamblea General, donde obtuvo Venezuela una de las más altas votaciones.

Y por si fuera poco, dos cosas más sucedían: el Gobierno de Coalición mantenía con la Iglesia Católica excelentes relaciones, además de participar en las festividades celebradas en el Vaticano con motivo de festejarse los 80 años de la fecunda existencia de Su Santidad el Papa Juan XXIII; y, por otra parte, las Fuerzas Armadas de la República continuaron su proceso de desarrollo normal, sin que en ningún momento interfiriera la influencia política en ellas, manteniendo su actitud de respeto a la Constitución y de respaldo sin reservas al régimen civil legítimamente constituido. Fueron estos tiempos de recuperar lo que se había perdido con el militarismo.

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