Opinión Nacional

Aponte por Aponte, casa por casa

 Mientras el candidato opositor espera acercársele tocando puerta por puerta. Créanme y lo digo sin la menor mala fe: algo no me cuadra en esta campaña. O me he vuelto bruto.

Mientras nuestro candidato recorre el país casa por casa y estrecha tantas manos como le da el cuero, se han sucedido en su ausencia cuatro cataclismos que en cualquier país decente hubieran hecho añicos al gobierno establecido y triturado al gobernador reinante. Al extremo no sólo de tener que renunciar de inmediato, sino de coger al voleo sus corotos y poner pies en polvorosa para no ser colgado de sus apéndices. Ni se diga en fase de seudo agonía y en el papel de candidato in absentia.

            Pruebas al canto: rompiendo el celofán y cuando nadie se lo hubiera imaginado, el ex fiscal militar y presidente de la Sala Penal del Tribunal Supremo de Justicia – véase: el dueño de la libertad de 28 millones de venezolanos – se entregó a la justicia norteamericana y en un vuelo rasante por la DEA interpretó el más detallado, acucioso y aterrador concierto en Si Mayor de que se tenga memoria en la historia bicentenaria de la república: ¿es Chávez dueño de la justicia venezolana? SÍ MAYOR. ¿Ha mandado a meter preso a quien le ha salido de sus santos epiplones? SÍ MAYOR. ¿Está en autos del tráfico de drogas de su cuerpo de generales del Estado Mayor? SI MAYOR. ¿Ha dictado sentencias condenatorias de inocentes a los que se les ha negado el derecho a la defensa? SI MAYOR. ¿Está asociado a las narcoguerrillas colombianas, presta su territorio a las FARC y la suple con armas y dinero? SI MAYOR. ¿Es el suyo  un narco Estado? SÍ MAYOR. ¿Ud. Describiría su gobierno como un gobierno forajido? SÍ MAYOR.

            Esta brillante actuación del tenorino favorito de la corte tuvo lugar luego de sucederse dos acontecimientos verdaderamente espeluznantes: el asesinato a mansalva, en despoblado y con alevosía de dos militares retirados, de la máxima cercanía al teniente coronel Hugo Chávez, presuntamente involucrados en hechos vinculados al narcotráfico y seguramente borrados del mapa por la mano peluda del narcotráfico vernáculo para impedirles seguir la huella dejada por el tenorino de marras, de nombre Aponte Aponte: cantar nuestra cantata en SÍ MAYOR luego de una fuga en Mi Menor.

            Nadie ha puesto en duda los términos del concierto, nadie ha rechazado las inculpaciones, nadie ha querido decir ni pío y todos hacían como que el asunto sucedía en Ur, la ciudad de los Caldeos; las declaraciones eran en arameo y se habían extraviado las tablillas de barro que contenían la confesión de Aponte Aponte en escritura cuneiforme, seguramente olvidadas un sábado de picnic en alguna playa del Mar Muerto. Hasta que un segundo concierto, mejor organizado, más afiatado, con mejor acompañamiento que el anterior pero tanto o más conmovedor rompía las cúpulas del Capitolio: era un tal Velásquez Alvaray, nada más y nada menos que ex presidente del Tribunal Supremo de Justicia, quien venía a ratificar, ampliar y profundizar los cantos y contra cantos, fugas e introitos de Aponte Aponte. Dibujando en arias conmovedoras el papel del Rey de los súmeros, Ualid Makled, como corredor de los mayores alijos de cocaína del reino, compra consciencias de generales, almirantes y coroneles, ministros, jueces, alguaciles, familiares, gobernadores y toda suerte de funcionarios no de éste o aquel gobierno lejano en el tiempo y el espacio, sino del que aquí viste y calza: el del propio teniente coronel Hugo Rafael Chávez Frías, presa de oncólogos, carroña de buitres castristas, padrino de narcoguerrillas, etc., etc., etc.

            Como en el caso de Aída o de Nabucodonosor, del gran Verdi o en la Tetralogía de Wagner siempre es bueno acompañar los dramas con fanfarrias, escándalos, movimientos de masas y sucesos espeluznantes, el candidato presidente agónico pierde el control de la principal prisión del país y se desata el Walpurgis de La Planta. No es cuento: fue visto y transmitido en directo hasta por Blackberry. Gobierno forajido, Narco Estado, sometido al escrutinio de la DEA, del Departamento de Estado, del Departamento de Justicia, del Pentágono y de la Quinta Flota, además de la indignación del ex presidente Álvaro Uribe Vélez que protesta ante el mundo por el atentado a su amigo y colaborador Fernando Londoño Hoyos, atentado con trazas que dejan huella en territorio venezolano, sin que nadie salga a desmentirlo como Dios ordena y manda. El rollo no es con Chávez ni con su antagonista, el candidato Capriles.

            ¿Puede alguien quejarse de tamañas bombitas? ¿Puede alguien argüir que esos no son ni debieran ser temas de campaña? ¿Puede alguien dejarlos pasar por el lado, como perro sarnoso del que mejor guardar distancia? ¿Puede un candidato opositor rechazar transformarlos en temas de campaña porque está ocupado oyendo lo que han de decirle en el vecindario acerca de un bote de agua, un bombillo quemado y una poceta rota mientras aprieta las manos temblorosas de emocionadas dueñas de casa que ven por primera vez un gobernador de carne y hueso?

            Es un tema perfectamente discutible. Lo que no es discutible es que un enfermo ausente al que le revientan en el rostro esas gigantescas, esas monstruosas inmundicias puede vanagloriarse de llevar de 15 a 30 puntos de ventaja en las encuestas. Mientras el candidato opositor espera acercársele tocando puerta por puerta. Créanme y lo digo sin la menor mala fe: algo no me cuadra en esta campaña. O me he vuelto bruto.

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