Opinión Nacional

Bajos instintos

«Hay dos clases de hombres que nunca alcanzarán grandes éxitos: aquellos que no pueden hacer lo que se les manda y aquellos que no pueden hacer sino lo que se les manda.» Cyrus H.K Curtis.

Desde el memorable e histórico 10 de enero del presente año, que no por casualidad termina en trece (13), he tratado de escribir algo sobre ese ser y no ser del reelecto presidente Hugo Chávez, ese estar hoy delicado y mañana recuperándose con fe en el porvenir, para luego tener afecciones respiratorias y otros malestares propios de su grave enfermedad que no le impiden sin embargo mandar, mejor dicho, mandar a decir. Debo confesar que no pude encontrar algo que fuera original para expresar el estupor y la vergüenza ante hechos que nos colocan como un caso único en la historia de la humanidad: un país gobernado por una entelequia, por una suerte de ilusionismo, por un estar y no estar, por la nada. Ya todo parece dicho porque no hay día en que la MUD como colectivo y distintas instituciones, ONG e individualidades, no expresen su repudio y protestas ante esa situación inédita. Agreguemos los editoriales y artículos en la prensa de distintos países del continente y de Europa, que ya no encuentra como calificar el exabrupto en que se ha convertido el socialismo bolivariano del siglo XXI.

Además de vivir y sufrir el día a día de nuestra tragicomedia política y de procurar describirla, quien lo hace es ama de casa y como tal obligada a la cada vez más ardua tarea de suplir nuestro hogar con los alimentos de la dieta diaria y con los productos necesarios para la higiene personal y ambiental. Nos pasa como Mambrú cuando se fue a la guerra: ¡Que dolor, que dolor, que pena! anaqueles vacíos en todos los super e hiper mercados, no hay harina de maíz ni de trigo ni azúcar ni papeles en sus versiones servilletas o higiénico y por supuesto, no hay pollo. De pronto me vienen a la memoria aquellos días de mi niñez por allá en los 40, en que las gallinas y pollos se compraban vivos en los mercados y se sacrificaban y desplumaban en las casas. Su presencia en la mesa de las clases populares y hasta de la media era un lujo, tanto que cuando un niño se negaba a comer lo que le ofrecían en su casa, el papá o la mamá lo increpaban ¡Ajá y qué es lo que quieres, pollo! También se decía que cuando un pobre comía pollo uno de los dos estaba enfermo. Con la inseminación artificial y otros avances industriales, el pollo se transformó en el alimento más popular, accesible a casi todos los presupuestos. Hasta que llegó la revolución socialista y bolivariana del siglo XXI destinada a durar modestamente cien años y no mil como el régimen hitleriano.

Es un martes de este mes de enero y de escasez, el supermercado está repleto y las colas para pagar son interminables, parece el día anterior al fin del mundo anunciado por los Mayas. Paso por la sección de carnes y me anuncian que hubo pollo pero ya no hay, se agotó en segundos. Sigo mi recorrido y de pronto en un carrito sin dueño visible, hay un pollo congelado e inmenso, de esos que al descongelarlos se reducen a la mitad. Pero para qué detenernos en esas consideraciones si se trata de un pollo. Miro hacia todos lados para ver si descubro al dueño del carrito y del pollo y no lo encuentro, estoy a punto de cometer el delito, de robarme el pollo mejor dicho, de pasarlo de ese carrito para el mío. Pero ni siquiera me muevo, todo ocurre en mi mente. Mi lado perverso quiere apropiarse del pollo ajeno pero triunfa mi lóbulo cerebral ético y me contengo. El no haber cometido el hurto no me alivia, el delito no perpetrado me da vueltas en la cabeza, llego a mi casa y lo comento con mi familia para descargar mis sentimientos de culpa. Medito un poco más sobre el asunto y llego a la conclusión de que vivimos en un régimen que lo pervierte todo, que ha hecho aflorar lo peor de nuestra condición humana, que ha transformado a los venezolanos en otra clase de gente. El principal responsable de ese crimen de lesa patria yace en una cama de un hospital de La Habana, sin que los 28 millones de venezolanos con excepción de unos tres o cuatro, sepan cuál es su diagnóstico y pronóstico. Mientras, el heredero no se atreve a tomar alguna decisión que alivie nuestros males, por temor a que el enfermo, en algún momento de lucidez, lo desherede.

Comprendo perfectamente que la MUD y las distintas organizaciones políticas de oposición deben seguir denunciando las permanentes y cada vez peores violaciones constitucionales y legales en que incurren los muñecos del ventrílocuo hospitalizado en Cuba. Pero alguien que es una ciudadana común y corriente como la que esto escribe, puede exigirle al presidente Raúl Castro, al vicepresidente Ramiro Valdés y al Politburó del partido comunista cubano que se dejen de tantos rodeos y que le den órdenes a Maduro y compañía de empezar a gobernar.

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