Opinión Nacional

Capital, pobreza y revolución

Uno de los mitos construidos sobre las argumentaciones que intentan defender la actual gestión gubernamental, tiene que ver con el pretendido énfasis social y humanista del gobierno chavista, resumido en la idea de que es ésta la única administración que de verdad se ha preocupado por los pobres.

Es evidente la especial atracción que el actual mandatario logró capitalizar hace cuatro años sobre todo en los sectores empobrecidos y excluidos del país, y aún hoy, el poco respaldo que aún pueda tener reside en dichos sectores. No obstante, el masoquismo desenfrenado o quizá una suerte de “hara-quiri redentor” se asoman como posibles razones por las cuales un exiguo sector del país todavía confía en el Presidente, cuando se constata la agudización y empeoramiento de la pobreza, el hambre, la inseguridad y el desempleo, en lo que va de (des)gobierno revolucionario.

Si hay algo que defina los paradigmas económicos del chavismo pareciera ser precisamente la indefinición. Mientras en los cónclaves financieros, políticos y académicos del mundo se discuten alternativas para flexibilizar y atenuar los efectos nocivos y regresivos de la economía de mercado, y la edificación de lo que Tony Blair llamó “la Tercera Vía”, siempre dentro del capitalismo como sistema económico de producción, la “intelectualidad” chavista esgrime el conuco, el buhonerismo y la cría de gallinas platabanderas como pilares conceptuales de la inserción de Venezuela en el concierto económico contemporáneo.

Las particularidades sociales, históricas, culturales y económicas de la Nación deberían imponer, ciertamente, en el marco del debate sobre el desarrollo económico, los lineamientos para edificar un proyecto de recuperación económica y productiva que, atendiendo a los problemas estructurales de la economía venezolana, permitan su inserción en el proceso de globalización ante el cual ningún país serio, titubea dilemáticamente entre capitalismo o comunismo, más allá de las lógicas denuncias sobre el proteccionismo en sectores claves de paises desarrollados, sobre los cuales se exige apertura total en algunos países hermanos.

La tesis del Capital Social, defendida por Bernardo Kliksberg desde el Banco Interamericano de Desarrollo, o las críticas esbozadas por el Premio Nobel de Economía 2001 y ex-jerarca del Banco Mundial, Joseph Stiglitz, a la reduccionista visión de los organismos multilaterales sobre desarrollo, pobreza, política fiscal y monetaria, son expresiones de esa discusión ideológica en la cual, lamentablemente, los fundos zamuranos, las restricciones excesivas a la propiedad privada o la satanización de la búsqueda de lucro como pilar de la economía de mercado, lucen como piezas arqueológicas del museo ideológico del pasado. El neopopulismo, sin embargo, surge con nuevos ímpetus en los predios del desenfreno retórico emboinado. De esta forma, el aislamiento internacional y la defensa de una noción de soberanía anclada en los rincones del siglo XIX, demuestran los kilates de la “ignorancia ilustrada” que asesora al Presidente.

La creación de riqueza y el crecimiento económico hoy en día, descansan en el conocimiento, y por ende, en la educación como armas necesarias para lograr niveles de calidad de vida y competitividad superiores, junto a la aceptación de la economía de mercado como esquema productivo ideal, aunque necesariamente mejorable y perfectible, vía participación estratégica del Estado en sectores sobre los cuales su presencia es obligatoria y plenamente justificada. Pero ante la realidad necia y obtusa que nos dice que de cada 100 niños que entran al primer grado en Venezuela, 85 pasan a segundo grado; 57 llegan a sexto; 31 alcanzan el noveno grado y sólo 16 terminan el bachillerato, el panorama luce desolador, así como la ingenuidad de quien pensó que el sólo hecho de rebautizar a las escuelas de “bolivarianas” las haría mejores.

Tal como lo revela Luis Pedro España, investigador de la UCAB, en 1978 la pobreza era de 23% (de ese total, 6% crítica) y en 20 años esta relación pasó a 60% (29% crítica). En los últimos 4 años, la pobreza superó ese 60% y llegó a 69%, con 33% de pobreza crítica. (El Universal, 10-03-03)

Frente a estas cifras, reflejo de una realidad mucho más cruda y preocupante, y ante el empeoramiento del desempleo, la quiebra de empresas, la descapitalización industrial y la informalización creciente de la economía nacional, en la que de cada 100 trabajadores 50 son buhoneros, 20 están desempleados y el resto está empleado en los sectores público y privado, rasgarse las vestiduras en defensa de los pobres luce como un acabado ejercicio de cinismo.

Mientras el presidente Chávez persiste en su autismo y asume un apoyo social y político hace rato largo perdido, los buhoneros, que al inicio de su gestión defendían ardorosamente su gobierno al sentirse apoyados y aupados por él, hoy venden camisas, bandanas y artículos que identifican a una oposición que ya no parece tan “escuálida”. Irónicamente, el mercado ya definió las tendencias y el sentimiento mayoritario de la población. Yen eso, para el pesar de Chávez, el mercado no se equivoca.

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