Opinión Nacional

Capo Di Mafia

Venezuela se ha convertido en un antro de inmundicia e irrespeto, en una tierra sin Dios ni Ley. Por gracia y acción de un caudillo depredador que vive de la carroña que provoca y promueve. No habrá justicia mientras él y su mafia la impidan desde las alturas del Poder.

No se espere una ciudadanía virtuosa donde el gobierno se ha convertido en una mafia y su máximo dirigente en un capo. En una sociedad conducida por un capo di mafia, todo es posible porque por orden y disposición del mafioso mayor todo se vale. Desaparece el imperio de la ley y rige la brutal ley de la selva. La consecuencia más inmediata de la regimentación mafiosa es la desaparición de las instancias normativas, la liquidación de la ética y la moral como máximas del comportamiento social y el crimen, el asesinato, la corrupción y el estupro se convierten en las verdaderas instancias normativas. Ya lo han dicho juristas y filósofos del derecho: la sistemática reiteración del delito y la carencia absoluta de castigo convierten el crimen en norma y la violación en derecho.

Venezuela está llegando a las máximas honduras de la bajeza moral. Las cifras estadísticas son sencillamente aterradoras: 9 de cada cien homicidios han tenido alguna preocupación de los órganos de seguridad y justicia. 91 asesinatos de cada cien que se cometen no han sido ni siquiera investigados. Una elemental consecuencia estadista nos lleva a concluir que si cien mil de los asesinatos cometidos durante este gobierno no han sido ni siquiera investigados, y consideramos que en su ejecución han participado dos o tres homicidas, debemos concluir que anda suelto por las calles de Venezuela, sin ningún control de las autoridades y antes bien con su directa o indirecta promoción política e ideológica, un ejército de más de doscientos o trescientos mil asesinos. ¿No es sencillamente aterrador?

Los saqueos realizados en algunas ciudades devastadas por el terremoto del 27 de febrero pasado en Chile han recibido una condena moral tan contundente y unánime de parte de todos los chilenos, que millones de dólares en efectos saqueados han sido voluntariamente devueltos por los saqueadores. Que arriesgan severas penas de prisión, pues el ministerio público ya se ha hecho a la tarea de identificar a los transgresores y llevarlos a los tribunales Dichos saqueos han avergonzado a una sociedad férreamente estructurada en torno a valores morales irreductibles: el respeto a la propiedad, a la persona humana, a la vida.

Lejos de esos valores, en la antípoda de una sociedad de estado y de derecho, en Venezuela un gobierno de mafiosos  conmemora cada 27 de febrero el horror del saqueo y el robo llevados a cabo por la barbarie que dormita en el fondo de nuestra sociedad hace 21 años. La misma que ha proliferado hasta hacerse con el control de los poderes del Estado. La misma que, convertida en deslave político, decidió premiar con la presidencia de la república a un hampón que se ensangrentara las manos un 4 de febrero de 1992. La misma que ha celebrado como gracia presidencial el deseo de eternizarse en el poder, la dilapidación de la mayor fortuna jamás habida en doscientos años de historia republicana, el alineamiento con dictaduras inmundas y oprobiosas, el saqueo organizado a los dineros públicos y la premiación del robo y el asesinato, convirtiendo en héroes a los pistoleros de Puente Llaguno y condenando a 30 años de cárcel a virtuosos funcionarios policiales que protegieron a cientos de miles de ciudadanos del holocausto que se pretendió escenificar en defensa del capo di mafia. Vasallo y subordinado, por cierto, del capo di tutti capi, Fidel Castro. Que a sus innumerables asesinatos y latrocinios debe sumar la sangre de dos docenas de ciudadanos venezolanos, asesinados bajo sus ordenes y con sus francotiradores aquel aciago 11 de abril.

Las historias de horrores y desafueros cometidos por funcionarios policiales venezolanos con inermes, ateridos y agónicos ciudadanos venezolanos que mueren en nuestras carreteras son dignas de un guión de Tarantino. No sólo los saquean si ya han muerto: les roban cuanto tienen y los dejan morir si están gravemente heridos. Incluso acotando el vehículo siniestrado para impedir todo auxilio.

Venezuela se ha convertido en un antro de inmundicia e irrespeto, en una tierra sin Dios ni Ley. Por la gracia y acción de un caudillo depredador que vive de la carroña que provoca y promueve. No habrá justicia mientras él y su mafia la impidan desde las alturas del Poder. Si bien casi tan aterrador como su maldición es la incomprensión del liderazgo opositor de la hondura del daño moral que sufrimos. Si no termina por asumir la vanguardia en la cruzada moral que la decencia nacional demanda, que Dios se apiade del  pantano en que chapoteamos.

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