Opinión Nacional

Caracas en la nostalgia

Viajar de Guatire a Caracas en 1939, como desde cualquier lugar del interior, suponía una aventura digna de avezados expedicionarios, particularmente si la travesía se realizaba en la temporada de lluvias.

La carretera no superaba el límite de trocha, rebosante de fango y atascaderos subyacentes que batuqueaban automóviles y viajeros, donde perdían la compostura estomacal los viajantes más osados. De allí que los temerosos de lo oculto en el “más allá” los llamaron “balcones del averno”. Hoy la autopista asfaltada tiene tantos y tan peligrosos baches como los de antaño.

Al fin se llegaba a la ciudad no sin antes pasar por Mampote, donde se concentrado un grupo humano de lengua extraña. Seres despojados de los derechos más elementales, que de chiripa habían escapado de la GESTAPO y de ser enviados a los campos de la muerte. Pertenecían a la etnia de Jesucristo. Judíos a quienes Venezuela dio asilo, Allí acamparon y subsistieron por la generosidad de quienes se atrevían por esos andurriales.

Después del obligado desayuno en Caucagüita, junto con salir del barrizal o de la polvareda en secano, comenzaba la carretera de macadam. Petare quedaba de lado, mientras se avanzaba rumbo a Sabana Grande. Quien no la conocía quedaba paralizado por el asombro de la grandiosidad. No cabía comparación entre el mundo rural, con inmensos espacios vacíos, y la ciudad llena de casas grandes y edificios, con calles pavimentadas y limpias, provistas de envases para echar papeles. Los servicios funcionaban.

El parque Los Caobos, la plazoleta de los museos, los teatros Municipal y Nacional; las retretas en la Plaza Bolívar, los paseos al Calvario y a Los Chorros. Galipán… Lugares para el esparcimiento y elevación espiritual, sin temer ser asaltados. El tráfico intenso de personas, autobuses y tranvías, sobrecogía el ánimo del pueblerino a quien la respetuosa cordialidad de los caraqueños le hacía recobrar el aplomo.

En 70 años se acusan deterioros de mayor o menor intensidad. Se pierde cabello y condiciones físicas; desvanece la tersura de la piel y asoman rugosidades. Menester es recurrir al bastón para mantenernos erguidos y hasta al retoque quirúrgico en resguardo de la dignidad. Con las urbes ocurre lo mismo cuando las administran gobernantes honestos, preocupados por la calidad de vida de sus habitantes. Por supuesto que Caracas no puede tener el aspecto de tantos años atrás. Muchas ciudades cambian para mejor y ésta, nuestra bien amada, en algún momento de su culta y procera historia transitó esas caminerías. No siempre con aciertos pero con buena voluntad y mejores propósitos.

Con la quiebra institucional desatada por el Caracazo y los fracasados golpes de Hugo Chávez, devino a menos. Fue invadida por la catástrofe que marcó el inicio de su acelerado deterioro físico y moral. A raíz de esos acontecimientos brotaron, como hongos, tarantines de buhoneros robando espacios a los viandantes y cobijando malvivientes con la secuela del tráfico de todo vicio, más la imposición de la grosería, forma de expresión deturpadora del idioma y hábitos divorciados de la higiene más elemental. Como colofón, desalmados asaltantes la inundaron y disparan a cuanto ciudadano se interpone en su camino o lo hacen en contra de sus iguales, asesinando a personas de bien, cogidas entre dos fuegos. Los caraqueños de hoy somos rehenes del desorden y la delincuencia.

Pero Caracas, a pesar de sus 441 años y del desconsiderado trato recibido de quien con malas artes la sedujo, no ha perdido su hermosura y conserva intactas sus potencialidades como para superar la desventura que la aqueja, una vez que se deshaga del usurpador. Y la celebramos en su día, por sobre la incuria y el desden por parte del desgobierno que padece.

Entonces cuando, en alguna medida, vuelva a ser risueña y acogedora, viviremos de nuevo su esplendor y volveremos al reencuentro en las tertulias de los café en sus bulevares. Y veremos a la muchachada disfrutar de sus noches, sin temor al disparo ni a la artera puñalada.

¡FELIZ DÍA CARACAS!

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