Opinión Nacional

Caracas y la política

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Hablar de la ciudad real es necesariamente hablar de política. No hay realidad de la ciudad que no derive de una política de acción sobre ella. Oriol Bohigas, el verdadero inspirador de la inmensa empresa que ha sido la renovación urbana de Barcelona, España, nos decía en 1987: “ …las ciudades no las hacen los arquitectos, las hacen los políticos. Si no hay un poder político para determinada política urbana, no hay política urbana, ese es el punto” “… cuando el primer alcalde socialista de Barcelona, Serra, me nombró Director de Urbanismo, me reconoció que los partidos en cierta forma no tenían una política urbana claramente definida, que tenían que ir al Ayuntamiento a hacer esa política…” “…hay una idea política de la ciudad que la tienen que dar los políticos, y además creo que cada partido la tiene que dar distinta. Porque no me imagino que la ciudad…sea pensada exactamente igual por los fascistas, por la derecha conservadora, por el centro izquierda o por los comunistas…”
Esos puntos de vista de Bohigas, que comparto sin reservas, nos dan la clave sobre la situación de Caracas y de las ciudades venezolanas en el último medio siglo: nunca ha figurado como punto importante de la discusión política venezolana la necesidad de una toma de posición sobre el modo de actuar sobre nuestras ciudades. Se ha hablado, en términos siempre vagos, de una supuesta falta de planificación como causa de los problemas que las aquejan, pero todos los que nos hemos ocupado del tema desde nuestra formación profesional sabemos que el problema no está allí, que de lo que se trata más bien es de la escandalosa omisión del tema urbano en la escena de la discusión política venezolana, al sustituirse la necesidad de actuar por la enumeración de temas que no son sino producto de los conflictos. Se habla sí, de seguridad urbana, de atención médica urbana, de educación urbana, de tráfico urbano, de transporte urbano, pero no se habla de actuar para hacer ciudad invocando, eso sí, una necesidad de planificación que ha permitido, simplemente, evadir la responsabilidad política sobre los enormes males que se han derivado del proceso de urbanización en nuestro país. O hablando insistentemente sobre una política de construcción de viviendas que omite el hecho de que la vivienda es la que forma el tejido de la ciudad.

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Y si por una parte, usando también palabras de Bohigas, la planificación vista como mecanismo abstracto “es una idea errónea que no sirve para nada…” pues se ha eliminado de ella “ cualquier consideración política”, también podemos decir que en Venezuela se ha hablado siempre de vivienda como si se tratase, simplemente, de crear suburbios anónimos construídos sobre terrenos baratos, repitiendo tipos arquitectónicos de la peor calidad y dejando de lado cualquier intención de contribuir a la formación de una mejor ciudad; y, sobre todo, desdeñando por razones que siempre son razones políticas, cualquier vínculo entre ciudad existente y necesidad de vivienda.

Y Caracas ha sido víctima sin duda alguna de estas carencias. Con excepciones desde luego. Como cuando se construyó El Silencio por ejemplo, en pleno centro geográfico de la ciudad de entonces, o cuando se decidió hacer la Ciudad Universitaria, o se construyó el Paseo Los Próceres; cuando se hicieron los superbloques o se pensó en convertir el Avila en un centro turístico internacional; cuando se construyó el Parque del Este, inicialmente sede de una Feria Universal caraqueña; cuando el Banco Obrero adquirió los terrenos de lo que hoy es Caricuao, feliz iniciativa de Luis Lander; cuando se emprendió la renovación urbana de El Valle al construirse la Intercomunal; cuando se construyó Parque Central y se inició el Teresa Carreño, cuando se comenzó el boulevard de Catia y, a retazos, se medio-construyó el boulevard de Sabana Grande. Iniciativas con mayores o menores aciertos, que ambiciosa o tímidamente tomaron el único camino que puede sustituir la inocuidad de la planificación abstracta o la idea exclusivamente normativa y represiva de la iniciativa privada: la idea del Proyecto Urbano, la acción sobre sectores precisos de la ciudad que se mejoran y se transforman para producir una mejor calidad del espacio ciudadano. Una idea que debe ser tomada desde la política para impulsar los cambios que la ciudad exige. Una idea que fue desacreditada en los años del auge de la planificación abstracta, fines de los cincuenta hasta comienzos de los setenta, y que ha sido retomada con fuerza hasta convertirla en responsable de los cambios cualitativos más importantes de las ciudades en todo el mundo.

El Proyecto Urbano lo define Bohigas así: “la única manera de transformar una ciudad no es a través de un plan sistemático que entienda la ciudad como un sistema sino a través de puntos expansivos de realización concreta que produzcan un mejor tejido…el curso de arranque del Proyecto de la Ciudad, está en el Proyecto del Espacio Público …en el Espacio Colectivo que todavía es posible rehacer..Yo creo que se tiene que acabar la idea de que el urbanismo es una normativa, el urbanismo tiene que ser ante todo una propuesta de construcción”
Y el Proyecto Urbano exige una voluntad política que permita la movilización de los factores que permiten hacerlo posible. Ese debe ser sin duda el instrumento que la realidad nos ofrece para actuar en una capital como la nuestra. Un instrumento que se ha revelado además como económicamente sustentable por su capacidad para generar inversión privada atraída por la inversión pública. Un instrumento rentable tanto en lo económico como en lo social.

Y habría que decir, que reconocer diría yo, que es sólo muy recientemente que han aparecido en el panorama señales de una voluntad política para actuar. Ciertas iniciativas de las Alcaldías de Baruta y de Chacao, tímidas por sus alcances pero inspiradas en un modo de ver las cosas de la ciudad que promete ser más lúcido y que ha ido mostrando logros nada despreciables, son un bienvenido síntoma de cambio. En cuanto al Estado Central podríamos destacar que se eliminó por fin el aeropuerto de La Carlota, una decisión que se ejecuta después de cincuenta años de haber sido tomada por la dictadura de Pérez Jiménez, y que la democracia del 58 nunca quiso considerar seriamente. También se ha abierto, desde la Alcaldía Mayor, una agresiva política de expropiación de inmuebles urbanos que nunca se consideró en administraciones anteriores. Se habla de proyectos ambiciosos de escalas que exigen ingentes recursos. Se imaginan Centros de Convenciones, se especula sobre enormes inversiones que llegarán gracias a un ímpetu revolucionario de signo más que acabará con desigualdades y estimulará acercamientos democráticos.

Ahora bien: ¿qué hipótesis reconocible de ciudad, que idea de ciudad hay detrás de todas las realizaciones del pasado o de la iniciativas más recientes? ¿Cuál es el pensamiento político que las inspira?
Es obvio que en las realizaciones de Pérez Jiménez hubo un pensamiento afin a lo que ha caracterizado siempre a las dictaduras: deseos de permanencia mediante obras monumentales, transformaciones físicas que se centran en la magnitud de la obra más que en sus consecuencias ciudadanas, propuestas modernizadoras que en cierta manera se imponen desde el Poder.

Cuando se retoma el proceso democrático se reacciona, de modo bastante torpe, contra ese modo de actuar y se entra en una etapa populista no exenta de demagogia. Todavía se recuerda la frase no más superbloques pronunciada por el gran líder de entonces en una multitudinaria manifestación política a comienzos del 58. Y las palabras suntuario y faraónico pretendían degradar moralmente esfuerzos de construcción que todavía nos sirven y hasta nos enorgullecen. Y por supuesto algunos superbloques se construyeron poco después, a la sordina, porque simplemente fueron indispensables, aunque sí puede aceptarse que se superó el concepto de tabula rasa que los inspiró.

Pero, las etiquetas y los desplantes públicos que pretendían crear ideología, no fueron suficientes para que se elaborara una política de acción sobre Caracas, sustitutiva o moderadora de la que inspiró el decenio. Caricuao corrigió algunos de los problemas del 23 de Enero y logró sostenerse como un sector urbano que hoy va consolidándose superando el deterioro. El Parque del Este se constituyó en un aporte de indudable contenido social, los Centros de Recreación Dirigida del Consejo Venezolano del Niño dirigido por Gustavo H. Machado y el Comité de Remodelación de Barrios fueron iniciativas unidas a una visión de mejoramiento social que podía considerarse propia del régimen democrático que comenzaba, así como la estupenda red de balnearios en el Litoral Central (y particularmente el excelente ejemplo del de Macuto, nunca terminado), hoy destruida por años de abandono. Hubo pues, en los tres períodos presidenciales posteriores al 58, y sobre todo en los primeros años, un intento de perfilar una política para Caracas desde el Estado Central, cuando no existían las Alcadías y Los Municipios eran sobre todo centros de activismo político,..y tambíén, oh sorpresa, de corrupción. Recordamos que en los meses inmediatos a Enero del 58 se encargaron proyectos de plazas y parques a jóvenes arquitectos de los cuales sólo se realizó el Parque Arístides Rojas con su Biblioteca Mariano Picón Salas; y se sentía en el ambiente, puedo dar fe personal de ello, una suerte de deseo de abrir espacios públicos en nombre de una democracia, democracia social, que resurgía. Pero muy poco después las intenciones se tropezaron con las lógicas limitaciones de un Estado con recursos limitados y por el peso de los prejuicios típicamente populistas. Además del enorme drenaje de recursos exigido por las obras de infraestructura nacionales: autopistas, acueductos. Pero también se va dando un giro político: cuando Leopoldo Sucre Figarella renuncia a adquirir los terrenos de La Urbina propiedad de la familia Schlageter, en tiempos de Raúl Leoni, parece asomarse un movimiento hacia la derecha política opuesto al de Lander. Sucre, simplemente, se niega a pagar lo necesario y prefiere lo expeditivo: invertir el presupuesto disponible en obras de mayor rédito político, tal vez la Intercomunal del Valle. Se pierde así la oportunidad de hacer un desarrollo importante de vivienda social que hubiese podido (¿porqué no?) superar los esquemas de Caricuao.

Pero el populismo de centro-izquierda no podía superarse a sí mismo. Privilegió la construcción de viviendas descuidando la construcción de ciudad. Algunos notables ejemplos de edificaciones institucionales fueron sin embargo posibles: el Ince y el Banco Central de Tomás Sanabria, la ampliación del Museo de Bellas Artes de Villanueva. Pero no se hizo presente de modo sistemático lo que pudiéramos llamar una visión de ciudad, un proyecto a largo plazo en el cual el ciudadano caraqueño pudiera haberse sentido comprometido a través de las instituciones del Estado y de la Sociedad en general. Ni siquiera fue posible desarrollar los terrenos de la Avenida Bolívar porque privó la visión estatista característica del populismo que incluso condujo a las enormes dificultades que hoy aquejan a una obra bandera del período de Rafael Caldera, Parque Central, conjunto hoy profundamente enfermo porque su único doliente ha sido y es un Estado que se negó y aún se niega a abrirse hacia una activa participación privada que pudo haber moderado la grandilocuencia y la desmesura que parecen su pecado original. Ese fue el asunto clave: al rechazarse cediendo a los esquemas populistas cualquier posible participación privada quedaba la política sobre la ciudad estrictamente unida a la capacidad de inversión de un Estado Central, sujeta al rentismo petrolero. Paradójicamente, cuando suben los precios petroleros a partir de 1975, en lugar de producirse una explosión de inversiones del Estado en Caracas, aparecen síntomas agudos de una visión que parecía pragmática pero que dejaba de lado toda consideración sobre el tema de la calidad de la vida urbana: la de que las inversiones en Caracas no son prioritarias. Se retrasa irresponsablemente la construcción del Metro de Caracas para darle paso a una idea, el Aerocarril, promovida por un influyente personaje del sector privado. Se sostiene que hay que frenar el desarrollo de la capital potenciando inversiones en las llamadas Industrias Básicas y en una agricultura a cuyos empresarios se les condonó la deuda y hacia la cual se dirigieron créditos blandos que se contaminaron con una desvergonzada corrupción que terminó siendo la verdadera beneficiaria de una política de inversiones basada en supuestos falsos que hoy, treinta años después, se reeditan con otros nombres demostrando que la historia nada enseña a sociedades que se dejan engañar con espejismos. Se llega a decir que no deben construirse autopistas porque facilitarían la migración hacia la capital. Y se entierran en el olvido todos los posibles planes de intervención en las áreas marginales cediendo el paso al regalo de láminas de techo, de bloques, de pintura, buscando votos y lealtades. Es una época enormemente confusa en términos políticos, porque las visiones simplistas (ejemplo: los problemas de Caracas se resuelven fuera de Caracas) y el exceso de dinero hacen tocarse a los extremos: emblemas del espectro de la izquierda se entremezclan con los prejuicios de las derechas políticas
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¿Qué conclusión podríamos sacar, en términos políticos, de todo lo actuado sobre Caracas en las últimas décadas, en tiempos democráticos y pre-democráticos? En que se ha actuado, en lo esencial, según una ideología basada sobre todo en la obra pública y en el asistencialismo desde el Estado. No han existido en todo el panorama que someramente hemos descrito, diferencias reales que permitan hablar, siguiendo a Bohigas, de derechas e izquierdas, fascismos o progresismos. Si es verdad que la compra de Caricuao y el desistimiento sobre La Urbina parecen indicar puntos de vista políticamente contrapuestos, en todo lo demás las fuerzas políticas que han administrado el Estado Central han transitado las mismas sendas. Tal vez podría decirse que, desde la postergación de la construcción del Metro y la construcción de Parque Central hubo un giro a la derecha actuado por partidos políticos que se decían antagónicos y que lo que en realidad mostraron fue su incapacidad para construir políticas urbanas. Es un hecho que desde los tiempos del primer Caldera, sectores del partido de gobierno hablaron insistentemente de Reforma Urbana sin conseguir audiencia en las cúpulas; y que por otra parte se intentaron acciones de “concientización” (como se decía en esos tiempos en los sectores cristianos de izquierda) bastante confusas, en las zonas marginales, muy parecidas a las que hoy se practican, y que fueron acusadas de subversivas y por lo tanto dignas de represión y estrangulamiento. La supuesta derecha de entonces quiso instrumentar un programa de izquierda sin lograrlo ante la oposición de los sectores tradicionales ¿Y qué pasó con la supuesta izquierda? que cedió con facilidad a las presiones de altos intereses económicos. Un ejemplo: se crea al abrigo de la bonanza petrolera Fondur, una institución que teóricamente proveería fondos para Proyectos Urbanos, y se la convierte en instrumento de compra de terrenos extraurbanos que se urbanizan sin otro objetivo que alimentar una política viviendista creadora de suburbios. Eso sí, todo alimentado por el clientelismo dirigido hacia las mafias de contratistas. Y mientras tanto nunca llegó la reflotación del Centro Simón Bolívar, institución que estuvo desde su creación llamada a ser la posible ejecutora de los Proyectos Urbanos para Caracas. Allí está todavía, penando por subsistir, arrastrando todas las incoherencias, descapitalizada por la torpeza de quienes tienen una fortuna en las manos sin saberlo.

En resumen, hubo en esos cuarenta años. no podría negarse, aciertos puntuales que hicieron su papel en el mejoramiento de la capital, pero de ninguna manera podría decirse que hubo una política de Estado.

¿Y qué puede decirse hoy? Por fin vemos perfilarse la idea de que la ciudad debe hacer ambiciosas expropiaciones. Un elemento fundamental para impulsar el mejoramiento de la ciudad. Recordemos, que en cifras de los años sesenta la ciudad de Ámsterdam, su municipio, era dueña del 75% de la tierra urbana gracias a una política de expropiaciones iniciada a fines del siglo 19. Eso sí, la ciudad concede el uso de los terrenos a una iniciativa privada vigorosa y consciente de la importancia de su papel, pero una municipalidad que ha dado todos los ejemplos posibles de lucidez prescribe los límites de lo que debe hacerse. No es un socialismo del siglo veintiuno sino del 19 y del veinte, pero de él surge la convicción de que la ciudad se mejora con el concurso de todos los niveles sociales. Una política que ni siquiera pudo hacerse en Caracas a partir de las expropiaciones del Metro, a pesar de la presión de la comunidad profesional y de todo aquel que entendía las opciones que el Metro permitía abrir. Allí se interpuso el temor, la excesiva prudencia por el lado de quienes tenían que hacer un Metro y nada más, y la ceguera de un sector político ignorante de sus responsabilidades.

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‘¿Pero se elabora hoy una política lúcida alimentada por la experiencia y que busca la inclusión? me temo que no. Bajo la superficie de ese aparente resurgimiento político acechan males bien conocidos: uno, la hipocresía, que alguien calificó una vez como el mayor defecto venezolano. Otro, el oportunismo…y el tercero, decididamente venezolano, la improvisación.

Por ejemplo, a Chacao y Baruta se les han venido regateado desde el Poder Central, atrasando su ejecución innecesariamente, los recursos económicos para sus obras emblemáticas, cuando no ha sido el activismo político oportunista el que ataca importantes iniciativas como el Centro Cívico de Chacao, torpedeado con razones nada razonables por sorprendentes personajes que actúan de punta de lanza de la retaliación política.

Y en cuanto a las expropiaciones propuestas por la Alcaldía Mayor, que han sido recogidas con mucha publicidad en todos los medios, hay mucho que decir. Elogiamos sin reservas una política de expropiaciones vinculada a Proyectos Urbanos específicos y llamadas a integrar vigorosamente la inversión privada dentro de los marcos del Proyecto ¿Cómo se puede entonces defender esas expropiaciones de edificios determinadas geográficamente como con salero, hechas sólo para cumplir con las presiones de invasiones a la propiedad motivadas por el oportunismo político? ¿Cómo pensar que tiene sentido invertir millones de dólares en campos de golf rodeados de parcelas de baja densidad con servicios por esa razón restringidos, para supuestamente ubicar allí edificios de cuatro pisos que se venderán baratos? ¿Quién, con alguna formación económica y conocimiento de las dinámicas urbanas puede creer semejante simpleza? ¿Cuál es la sostenibilidad económica de ese absurdo? Si uno simplemente revisa las necesidades de Catia, de San Juan, Santa Rosalía o Antímano, puede rápidamente entender que las enormes inversiones previstas para esas absurdas expropiaciones podía dirigirse a Proyectos Urbanos en esos sectores populares que tendrían un poderoso efecto multiplicador de mejoramiento. Para no mencionar la necesidad de orientar recursos a, por ejemplo, terminar el Parque del Oeste, emprender un esfuerzo de estructuración de espacios públicos que conecten el centro con el Oeste a través del Parque Cultural de Caño Amarillo, o decidir invertir en el abandonado Litoral que parece no figurar en el mapa, el dinero en Infraestructuras y espacios públicos que haría posible de una vez por todas que la costa Caribe agregue calidad de vida a nuestra sufrida Caracas y se convierta en una digna puerta de entrada a América del Sur como punto central de referencia en el Caribe Sur. O acometer de inmediato la línea de Metro Guarenas Guatire, de vital importancia y sobre la cual ni una palabra ha sido dicha.

En cuanto a La Carlota, cuando se anunció su desafectación como aeropuerto se hizo publicidad de un supuesto plan arquitectónico que no parecía ir más allá de unos dibujos improvisados y de dudoso valor gráfico condimentados con alusiones a cultivos autóctonos y a una superlaguna sobre cuyo destino hoy nos preguntamos. Ni una palabra más sobre un asunto que a todos nos concierne, no sólo a los amigos del gobierno de turno.

Y como un escenario de fondo a las nuevas ideas que se nos proponen, está el aparente convencimiento de quienes hoy están en el Poder, de que puede realmente actuarse con éxito sobre una ciudad sin apelar a una vigorosa participación de la inversión privada. O de que se pueden proponer planes para la ciudad desde un bunker protegido de toda curiosidad extraña, como el del llamado Taller Caracas de la Alcaldía Mayor. Por una parte, concluyentes ejemplos en todo el mundo prueban que sólo con activa intervención privada la ciudad pasa a mejores niveles de calidad de vida. La aplastante evidencia de los dos Berlín, por ejemplo, o la chatura y el estancamiento de Pekín o Shanghai hasta hace pocos años, o la tristeza de una Habana que en sólo ciertos lugares de turismo externo despierta de su abandono. Y por la otra debe decirse con toda claridad que una democracia participativa como la que todos queremos, y no sólo por ser adeptos al régimen, exige que los planes se discutan, que las opciones se hagan claras ante la comunidad, y sobre todo, que se actúe siguiendo una mínima racionalidad y no sólo el deseo de espantar al burgués. ‘
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En resumen, hoy, desde una Administraciòn Pública que avasalla desde todas las posiciones de Poder y que se califica a sí misma de revolucionaria, no sólo no se ha formulado una polìtica para someterla a consideración de los ciudadanos, sino que se proponen acciones cargadas de los mismos defectos del pasado, que sólo parecen factibles (a medias, de ello estamos seguros), gracias al superávit de dinero proveniente de la renta petrolera. No sólo continúa la ciudad huérfana de un plan de acción serio, sino que lo que se propone es profundamente reaccionario en la medida de su arbitrariedad, de su ausencia de soporte económico y social y su formulación no democrática. Ninguna izquierda (democrática por supuesto), en el mundo podría defender ese modo de proceder.

Aquí hay pues, detrás de algunos impulsos que podrían ser vistos con simpatía, más de lo mismo: improvisación, oportunismo e hipocresía, como la que ha habido tantas veces en Caracas en diversas coyunturas políticas.

Y de esos defectos no ha estado exenta la comunidad profesional, el sector social llamado a crear las bases de un pensamiento sobre la ciudad, a formar una opinión pública que señale los posibles caminos para la acción política. El sector profesional padece sin duda de una especie de maldición típica de las sociedades dependientes de un estado rentista y clientelar. Se encuentra demasiado atado a los vaivenes de los intereses políticos coyunturales. Prefiere no opinar, mantenerse en la sombra. Y si lo hace, se cuida bien de no herir demasiadas susceptibilidades. Un modo de actuar que reconoce que desde el Estado, en forma nada democrática, se decretan exclusiones, se perdonan vidas, se conceden privilegios, se otorgan contratos. La Cuarta República sin duda estimuló este tipo de conducta. A toda voz crítica se tendía a responder con restricciones y exclusiones: el que opinaba en dirección opuesta era un enemigo. Hoy, se hace lo mismo y las cosas se llevan incluso a extremos definitivamente dictatoriales.

Tal vez por eso, hasta las instituciones universitarias, me refiero a los Institutos de Urbanismo de las Universidades autónomas y privadas, han sido tan inocuos, han estado como en la periferia cuando se trata de formar opinión y señalar caminos. Más bien parece que han sido los políticos de turno los que han dictado las prioridades a los Institutos. He tenido la impresión que el Instituto de Urbanismo de la UCV, el que conozco mejor, ha estado demasiado ocupado en su supervivencia, dependiente en gran medida de contratos gubernamentales, para decidirse a señalar posibles cursos de acción al mundo político. Lo que los equipos profesionales del Instituto proponían en el marco de un determinado contrato con una administración municipal o del Estado Central, era abandonado si la administración siguiente lo rechazaba, sin que eso pareciera importarle al selecto conjunto de profesionales que lo había realizado. O por lo menos no lo hacían notar puertas afuera. Todos entendemos que necesidad obliga, pero si eso ocurre con la Universidades (Autónomas, debemos recalcarlo) ¿qué esperar de los simples profesionales en ejercicio?
Y a nivel individual, en el que atañe a la responsabilidad profesional de cada quien ha pasado más o menos lo mismo. No podía salir de mi sorpresa cuando hace ya unos años, a mediados de los noventa, pude ver a los que una vez elaboraron planes para la ocupación del aeropuerto por una ciudad Ministerial, convertirse en defensores de los intereses del Aeroclub. Más recientemente, nuestros cronistas elogiaban el privilegio de ver los aviones regresando de los Roques desde cualquier balcón caraqueño los domingos en la tarde; y muchos sostenían la curiosa idea de que había que mantener la pista de aterrizaje para posibles emergencias, entre ellas la de una ruptura de la conexión con el Litoral, hasta que se cayó el viaducto sin que nunca despegara o aterrizara un avión de abastecimiento en La Carlota. Desapareció por fin la necesidad de la pista, gracias a Dios, pero aún revolotean otras amenazas. ¿No es acaso la idea de construir viviendas en La Carlota una amenaza a las posibilidades de que se dote a la ciudad de los espacios abiertos cívicos rituales, de celebración, de encuentro o entretenimiento que la ciudad necesita? ¿No sería la consagración de un futuro deterioro a manos de los vaivenes de condominios generalmente con recursos muy limitados sin capacidad para sostener no sólo sus propios edificios sino los espacios públicos metropolitanos que allí deberían ubicarse? ¿Tiene sentido hacer especulaciones sobre el número de viviendas que se podrían construir allí, contestando a la improvisación de las expropiaciones con otra improvisación? Hay motivos para echar de menos voces capaces de resistir el impacto de las conveniencias del momento y hacer propuestas en función de un pensamiento. Por eso me sorprendí mucho, cuando entrevisté a Pérez Jiménez en 1994 lo claro que parecía estar sobre el destino final de La Carlota, por encima de las dudas de los técnicos y los políticos democráticos.

Cuando se edificó Juan Pablo Segundo, el gran conjunto de viviendas en tierras de Montalbán, un desarrollo que debió haber sido objeto de un Concurso entre arquitectos, abierto o restringido, pudimos ver como aquellos llamados a tener un papel crítico influyente, capaz de contrarrestar los errores de procedimiento que se cometieron, prefirieron hacerle propaganda a la iniciativa. Se nombraron en esa época asesores que llenaban con su nombre la propaganda oficial y que en esa misma época promovían el Parque Vargas, una propuesta nacida también de la coyuntura política que dejaba sin respuesta innumerables preguntas al ignorar los supuestos espaciales y urbanos originales de la Avenida Bolívar, que prescribían importantes bordes construidos, y que por ello mismo convirtieron al proyecto más bien en un ejercicio retórico. Algunos de esos asesores siguen hoy acompañando a las decisiones que se toman o se tomarán, subyugados, es comprensible, por el impacto que ejerce en ellos el hecho de que desde el más alto nivel del Poder se les mencione y se les elogie.

Fuerte Tiuna posee, sin lugar a ninguna duda, la mayor reserva de tierra urbana de Caracas. La posibilidad el Sur de la ciudad con el Este del Sureste a través de los terrenos de La Limonera y de permitir la ejecución obras de infraestructura vial como el arranque de la Circunvalación del Sur, además de la complementación de la vialidad de acceso a la ciudad desde la Autopista del Centro, abren allí la posibilidad de emprender un Proyecto Urbano que permitiría la actual condición de barrera que ese sector tiene permitiendo, allí sí, en esa periferia, la construcción de viviendas. ¿Porqué hasta ahora no ha habido exploraciones sobre las opciones que allí se abren? Porque nunca, ni en la Cuarta ni en la Quinta se ha tenido el valor de plantear que la capital de Venezuela exige que ese territorio sea desafectado del uso militar. Y eso sí sería revolucionario y progresista.

Y nombremos en último término el problema más importante: las zonas marginales.

Al comienzo del período actual de gobierno se inició desde el CONAVI, dirigido entonces por profesionales bien conocedores del tema, un proceso muy promisorio de acción sobre las áreas marginales de Caracas y del país. Ese equipo fue defenestrado a los pocos meses gracias a presiones políticas internas, mezquindades y triquiñuelas. Pocas personas dijeron algo en respaldo al equipo saliente, que fue sustituido por gentes que ejercieron su cargo apoyándose en simplismos e ineficiencias que, incluso, conspiraron contra algunas de las realizaciones más interesantes que se adelantaban en la capital. En lo sucesivo, el CONAVI fue sumergiéndose en toda clase de dificultades hasta el punto de que hoy ni siquiera está clara su función dentro de un posible programa al menos parcialmente inspirado en el que se inició en los primeros años de esta Administración.

En todos estos casos, que ilustran aspectos esenciales de cualquier política de acción sobre Caracas, los fantasmas de la hipocresía alentada por el Poder, la improvisación y el oportunismo, han estado presentes sin que haya habido posiciones críticas, instancias de discusión donde se las denuncie. Y es con esa reflexión con la que quisiera terminar.

Porque lo que ha permitido que tales cosas acontezcan es la falta de un pensamiento sobre la ciudad elaborado desde la autonomía personal, del deseo de conocer, de la búsqueda de las mejores decisiones para una ciudad que las exige. Ya parece necesario decir de modo enfático que el juego democrático, es decir, el juego de opiniones libre, no condicionadas por las presiones desde el poder, por las omisiones inspiradas en el temor a perder privilegios, es condición necesaria e indispensable para que la acción sobre la ciudad real no esté sujeta a coyunturas perversas. Constatamos así el atraso democrático venezolano, que es atraso sobre todo de sus dirigentes, de ello no cabe duda alguna. Por una parte, sectores que desde el Poder han sido incapaces hasta hoy de entender que la ciudad venezolana exige nuevas aproximaciones. Por la otra de una comunidad profesional silenciada por la conveniencias. Y finalmente por la inmadurez de una sociedad que no ha podido encontrar el modo de conciliar sus aspiraciones con las exigencias que debe hacer a quienes ejercen la autoridad. Caracas, su calidad de vida y las condiciones de su desarrollo tienen que ser un problema prioritario de la sociedad venezolana, no sólo del Estado, que comprenda que la capitalidad es una condición que exige la elaboración de ideas.

RESUMO:
1) Toda acción desde el Estado en todos sus niveles para mejorar el espacio público de la ciudad, que es en definitiva la ciudad de todos, está vinculada a, y soportada por, una visión política.

2) En Caracas ha habido esfuerzos de planificación, lo que no ha habido, particularmente en los períodos democráticos, es una visión política coherente y sostenida que la soporte. Ni de derecha ni de izquierda.

3) El Urbanismo no es sólo planificación y normativas, el Urbanismo tiene que ser también una propuesta de construcción.

4) El instrumento esencial de esa propuesta de construcción es el Proyecto Urbano.

5) El estamento político venezolano ha ignorado el concepto de construir la ciudad. Habla de los problemas urbanos sin considerar que es el hacer, el construir una mejor ciudad, el instrumento esencial para atacar el origen de esos problemas.

6) El estamento político venezolano de tiempos democráticos ha limitado la acción a la infraestructura, sólo muy tímida y esporádicamente se ha ocupado de construir la ciudad. Su concepción del proyecto Urbano ha sido limitada o mediatizada por indefinición política.

7) El estamento político venezolano ha hablado siempre de vivienda sin hablar de ciudad. Esa es la principal enfermedad del populismo: construir viviendas exige construir y conformar la ciudad, tanto la existente como la de expansión.

8) Los períodos democráticos venezolanos, en términos de su acción sobre Caracas, han sido fundamentalmente populistas, tanto desde la derecha como desde la izquierda.

9) A la luz de la experiencia universal y si aprendemos de las experiencias caraqueñas podemos decir con énfasis que sin inversión privada importante y sostenida, atraída, estimulada y moderada por el Estado en todos sus niveles, no hay mejor ciudad.

10) Los cuarenta años de la Cuarta vieron sucederse intervenciones más o menos exitosas pero siempre aisladas y desvinculadas del concepto de Proyecto Urbano. Pocas veces se hicieron esfuerzos por integrar la visión ciudadana. Fueron producto de intervenciones del Estado sin integrar activamente a la inversión privada.

11) Nunca, ni en la Cuarta ni en la Quinta se ha actuado coherente y sostenidamente sobre el principal problema de Caracas: la integración entre la ciudad Informal, la marginal, y la ciudad Formal. Se han utilizado intensamente, eso sí, las dádivas y los programas asistencialistas.

12) Caracas, por ser capital y por su importancia para Venezuela exige ser vista desde el Estado Central como objetivo prioritario de acción. Debe cesar el simplismo, supuestamente sagaz pero fruto de prejuicios y de ignorancia, que llevó a decir que “los problemas de Caracas se resuelven fuera de Caracas”.

12) Lo que se conoce de la actual política de acción sobre Caracas, formulada desde la Alcaldía Mayor, es más de lo mismo: un Estado rico que quiere actuar sin participación ciudadana. No es revolucionaria, es reaccionaria por su carácter impositivo e inconsulto, por su atraso conceptual, por ser concebida como arma política y no como llamada al consenso de los habitantes. Y también por improvisada.

13) La comunidad profesional con su silencio y las instituciones públicas o semipúblicas por su falta de independencia política y su búsqueda de favores del Estado, poco han contribuido para crear un pensamiento sobre la ciudad que permita orientar al estamento político.

14) La hipocresía, el oportunismo y la improvisación, tanto ayer como hoy, han sido presencias indeseadas pero persistentes en muchas de las propuestas de acción sobre Caracas formuladas desde el Estado.

15) Sólo en el marco de una verdadera democracia, capaz de crear un clima de inclusión e importantes áreas de consenso para que la visión de cada uno, directamente o a través de las instituciones, pueda ser capaz de expresarse sin temor a retaliaciones desde el Poder, intentando llegar hasta los distintos niveles de decisión del Estado en procura de apoyo político sostenido; sólo en un clima de apertura e inclusión, será posible un proceso sustentable en el tiempo y en el espíritu de los ciudadanos, que contribuya al mejoramiento de la calidad de vida en nuestra capital.

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