Opinión Nacional

¿Castrocomunismo?

Es extraño, muy extraño. Una gama de sujetos –dirigentes de partidos u organizaciones casi partidistas, intelectuales, comunicadores sociales, empresarios- todos con un grado no desdeñable de experiencia política y no carentes, por ello, de sentido de la realidad, coinciden en decir que el régimen se encamina hacia el “castro-comunismo”.

Quienes eso dicen no son incultos. Pero a menudo escriben y declaran como si lo fueran. Varias explicaciones encuentro a ese hecho:

Primera: La creencia de que al hacer una afirmación tan exagerada ayudan –de manera moralmente justificada- a que una parte de la población opositora, que ha disminuido o suprimido temporalmente su participación en la lucha, se reanime y retome nuevamente su anterior comportamiento, aun cuando sea, al principio, lentamente.

Segunda: Existencia de un estado de ánimo pesimista, que genera algo así como una ceguera momentánea.

Tercera: Cierto cambio de pensamiento, estimulado por la gravedad de la situación que se vive. La preocupación con respecto a nuevos avances del régimen, cada vez más autocrático y cada vez más ligado al de Fidel Castro, induce un precipitado juicio sobre la posibilidad de que Venezuela llegue hasta donde Cuba llegó y se mantiene, para su desgracia.

Estamos, entonces, ante un serio error conceptual. Pero hay más que eso. La divulgación del mismo por las distintas vías comunicacionales contribuye a que la población contraria al régimen chavista –o al menos una parte de ella- eleve su preocupación hasta los extremos de la angustia, y en lugar de adquirir o readquirir espíritu combativo, incremente su actual inhibición. A ello se añade la intensa propaganda que Chávez y el chavismo en general están haciendo sobre el “socialismo del siglo XXI” como la nueva perspectiva del “proceso revolucionario”.

Chávez sabe bien –a menos que su perturbación psicológica haya avanzado mucho en el tiempo reciente- que una revolución como la cubana no tendrá lugar en Venezuela. Y más que el casi dictador venezolano lo sabe el dictador cubano. ¿Por qué, entonces, ambos están hablando intensamente de “socialismo del siglo XXI” en nuestro país?. A mi juicio, porque lo necesitan para incrementar su juego de ganar adeptos y activistas en las pequeñas izquierdas atrasadas que hay en algunos países de América Latina y de Europa. Nada grande ganarán en tales países, pero algunas llamas seguirán vivas y en algunos casos se avivarán un poco más.

A este par de personajes que viven al margen de la historia eso les importa mucho. Fidel Castro quiere seguir estimulando llamaradas destructivas hasta el fin de sus días, que parece estar próximo. Y su hoy preferido discípulo no cubano lo acompaña, le da recursos que ahora son abundantes, se deja dirigir por él y hasta lo sobrepasa en locos sueños irrealizables.

Pero eso ¿cuánta posibilidad tiene de materializaciones efectivas, aquí o en algún otro país?. NINGUNA.

Mi afirmación tan categórica tiene sus bases –permítame el lector decir que son muy sólidas- en los siguientes argumentos, relacionados con hechos del pasado y del presente:

Primero: El “socialismo real” establecido en la Unión Soviética y sus países satélites en Europa fracasó porque no era viable, aun cuando en lo económico la URSS tuvo avances notables en un período de siete décadas.

Segundo: La inviabilidad se mantuvo en el subperíodo de la perestroíka porque Mijail Gorbachov y casi todo su entorno fracasaron en practicar el nuevo rumbo que al iniciarla fue trazado. Lo diseñaron sólo en líneas gruesas, confusas e incluso contradictorias. Así, la estructura aventajada sobre la cual intentaron construir un nuevo sistema se quebró, y sobrevino el derrumbe.

Tercero: En el presente, sólo en Cuba y Corea del Norte subsiste el “socialismo real”. Ya el sistema fracasó. Empero, como ha sucedido antes, puede suceder una vez más, puede sobrevivir durante algún tiempo, impredecible. Pero no vivirá mucho. Y mientras viva su existencia seguirá generando efectos terribles en los pueblos de cada uno.

Cuarto: Un régimen de “socialismo real” no tiene base de sustentación interna en Venezuela: ni en la sociedad civil –incluidas las organizaciones que apoyan el liderazgo de Chávez- ni en las masas no organizadas fuertemente inclinadas hacia él.

Quinto: Tampoco lo tiene en el exterior, pues son claramente minoritarias las caducas organizaciones que lo apoyan, pese a que en casi todos sus respectivos países tienen acuerdos con partidos socialdemócratas o simplemente progresistas . (Tales son, entre los más conocidos, los casos de Argentina, Brasil, Chile, México, Nicaragua, Uruguay, Alemania, España).

Por supuesto, es una estupidez –que ni los dirigentes de segunda fila del multicolor chavismo cometen- pensar que los dirigentes del Partido Comunista de China respaldan el actual “proceso revolucionario” y podrían respaldar un hipotético viraje hacia el “castromunismo”. Esos dirigentes –que, por lo demás, ya dejaron atrás, como cosa del pasado, la condición de comunistas (el título que conservan es una herencia que irá desapareciendo) no tienen relaciones de afinidad política con el régimen chavista, sino de negocios.

Mi forzosamente breve argumentación termina con las siguientes ideas.

Las organizaciones e individuos, como los aquí genéricamente mencionados, que usa el término “castrismo” para referirse al tipo de régimen que se está creando en Venezuela están equivocados.

En el mundo de hoy es imposible no sólo realizar, sino también iniciar, una transformación como la que ha ocurrido en Cuba desde la llegada de Fidel Castro al poder (hace poco más de cuarenta años) hasta el presente. Esto no significa que, como afirmó Francis Fukiyama en su celebre libro [1] , la historia de la humanidad, en lo referente a los sistemas económicos y políticos, será en lo adelante la del capitalismo tal y como se la conoce en Occidente. Pero sí significa que las revoluciones dirigidas por Partidos Comunistas en nombre del proletariado no volverán a ocurrir. Ya las sociedades capitalistas –tanto las avanzadas como tales, como las menos avanzadas y las atrasadas hacen imposible aquellas revoluciones. Y las sociedades todavía no capitalistas las hacen imposibles también.

El mundo no será por siempre jamás el capitalista de nuestros días. Pero nunca podrá haber, aquí o allá, sociedades comunistas. Nunca hubo las que Marx imaginó. Nunca las habrá.

Hablar, pues, de castrocomunismo en un país de hoy –Cuba- es un contrasentido, porque no hay ni puede haber allí una sociedad comunista.

Pero si, por motivos como los antes mencionados, tales o cuales organizaciones y personas que ejercen cierta influencia quieren sostener que hay el peligro de repetir en Venezuela el proceso cubano, el único término que pueden emplear para señalar la copia es “castrismo”, no “castrocomunismo”.

Repito: lo acertado es no utilizar ni el primero ni el segundo. Pero si sentimientos indetenibles impulsan a utilizar uno de ellos, entonces que no sea el primero, porque con ello se hará un daño mayor a la larga lucha contra el régimen chavista.

(1): Me refiero a “El fin de la historia”.

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