Opinión Nacional

¿Chaplín irrespetó a Hitler?

En 1938 la mayoría de las naciones del mundo y muchas
personalidades de la política, los negocios y la farándula, o
admiraban entusiasmadamente al Canciller del tercer Reich o
permanecían negligentemente indiferentes ante sus graduales
avances de naturaleza militar expansionista, y de genocidio
discriminatorio hacia las minorías seleccionadas por la “raza
superior” como chivo expiatorio de la grave crisis por la que
atravesaba Alemania.

Charles Chaplin, nacido en Inglaterra pero con el grueso de su
genial labor en el cine mudo estadounidense, destacaba con sus
producciones humorísticas con trasfondo de irreverente
denuncia social, ya tenía enorme fama y fortuna en 1938, y en
lugar de dormirse en sus laureles y mantenerse en la
tranquilidad y seguridad proporcionadas por las andanzas de su
icónico personaje Charlot, optó por arriesgarse y proyectar a
toda la humanidad su desconfianza y temores respecto de aquel
Fuhrer a quien tantos admiraban y –como el mediocre Canciller
de la Gran Bretaña, Chamberlain- permitían sus graduales
abusos, esperando que tales desahogos nunca se dirigieran a
sus respectivos países, egoísmo suicida.

No estaba Chaplin ganado para el protocolo hipócrita ni la
conveniencia de las finanzas. Contra viento y marea se dedicó
a escribir y dirigir su primer film hablado, en el cual
interpreta dos personajes contrastantes, un humilde barbero
judío y su socías, Adenoid Hinkel, el cruel dictador de una
república ficticia. La película también refleja a otros
primordiales protagonistas de aquella nefasta era, en la que
el nacionalsocialismo alemán, el fascismo italiano y las
ínfulas imperiales de un Japón estancado en el pasado, se
unieron para desatar una conflagración con miras a someter al
mundo entero. Mussolini, Goering, Goebbels, forman parte de la
espectacular sátira que mostraba las desnudeces del proyecto
hegemónico criminal, que causaría muerte y destrucción sobre
medio planeta, mucho antes de que las mayorías abrieran los
ojos y decidieran al fin enfrentar la prepotencia militar que
pretendía imponer el pensamiento y partido únicos, así como el
sometimiento incondicional y acrítico al líder supremo.

Apenas se estrenó el film El Gran Dictador en 1940, llovieron
las críticas, que en especial exigían respeto hacia aquellos
jefes de Estado caricaturizados por Chaplin. Fue prohibido en
muchos países (en España pudieron verlo en 1976, luego de la
muerte del dictador Franco, a quien la aviación nazi dio una
gran ayuda al masacrar Guernica, el pueblo eternizado por
Picasso en un gigantesco lienzo que plasma el horror de aquel
cobarde ataque, un imborrable crimen para beneficio de los
dictadores asociados).

Hace pocas semanas fue prohibida en Colombia la presentación
de una obra de Teatro que incluía una crítica al protodictador
de Venezuela Hugo Chávez, basada esa medida -que a todas luces
coarta la Libertad de Expresión de realizadores y público- en
la inconveniencia política, por tratarse de un jefe de estado
en ejercicio. El protocolo, una vez más, desplaza la denuncia
responsable y temprana, ocultando a conglomerados importantes
las verdades sobre la construcción de un proyecto totalitario,
retrasando la salida de esta peligrosa situación.

Ya hemos tenido en Venezuela gobiernos despóticos a partir de
ocasionales y falsos mesías con poder militar. El siglo 19
estuvo plagado de estos sátrapas demagogos que se aprovechaban
de la ignorancia y necesidades de las masas para imponer al
país su ególatra e interesada visión. En el siglo 20 Venezuela
hubo de sufrir las dictaduras militares del dúo Castro-Gómez,
desde 1899 hasta diciembre del 35, y del dúo Delgado-Pérez
Jiménez desde noviembre del 48 hasta enero del 58. El común
denominador de todos esos despotismos militarizados era el uso
y abuso del culto a Bolívar, y el populismo reforzado con
represión, dosificada según la intensidad del rechazo al
régimen. Esos dos factores se repiten bajo el título de
“Socialismo del siglo 21” que maquilla sus muchas
contradicciones, la mayor de ellas su dependencia del
estalinismo cubano, con el muy generoso reparto de la
petrochequera, que reune en un bizarro “melting pot” a figuras
del totalitarismo tradicional (los Castro, Lukashenko,
Ghadaffi, Bashar al-Assad, Mugabe, etc), medias tintas
guabinosos como Putín, Correa, los Kirshner, títeres como Evo
y Zelaya, inmorales como Ortega y Lugo, hasta los auténticos
socialistas modernos, que funcionan dentro del marco de la
democracia, (Lula, Bachelet, Tabaré, Rodríguez Zapatero) pero
son tolerantes o permisivos con los excesos y abusos que en
contra del estamento legal y la oposición comete a diario el
que controla todos los poderes en este vergonzoso régimen,
para seguir negociando con Venezuela y mantener también las
simpatías del talibanismo latinoamericano y mundial.

Tuvo que ocurrir el cobarde ataque a Pearl Harbor en diciembre
del 41 para que los EEUU participaran en la segunda guerra
mundial enfrentados al Eje que lideraba el sociópata
austríaco que fue cabo en la primera. Tuvo que ocurrir la
sistemática invasión de Polonia, Holanda, Francia, para que en
la Gran Bretaña y otros países de Europa pudieran superar el
síndrome Chamberlain y reconocieran que el nazi-fascismo no
tenía fronteras y todos ellos estaban en la nómina de víctimas
por sometimiento, mediante la fuerza bruta de aquella tormenta
hitleriana “pacífica pero armada”.

¿ Qué será lo que debe ocurrir en Venezuela para que abran los
ojos quienes aun sienten simpatías por el teniente coronel,
basados en su demagógico discurso redentor de los pobres.? ¿
De qué magnitud han de ser los crímenes, para que cese la
solidaridad automática y emocional hacia un régimen militar
que viola la Constitución, desconoce y despoja las Alcaldías y
Gobernaciones ocupadas por opositores electos por mayoría,
criminaliza cualquier expresión disidente, expropia bienes y
cierra medios arbitrariamente, impone leyes absolutamente
sectarias en su elaboración y contenido, mantiene alianzas con
los regímenes más dictatoriales del planeta y se rige por un
conjunto de ideas totalmente anacrónicas que pretende sean el
único esquema de pensamiento y acción de la sociedad
venezolana..?
La distancia entre Charles Chaplin y Oliver Stone es abismal
(y que me perdone Chaplin el haberlo asociado con este
lamentable mercenario, émulo de Leni Riefenstahl, la cineasta
que puso su talento al servicio del racismo, el genocidio y la
destrucción).-
Lo de Juanes, colaborando con el Circo que conviene a la
Nomenklatura de la Habana, está más cerca del «diente roto»
que de la complicidad consciente. Pero es también reprochable.

Jesse Owens no fue a Munich en 1936 a dar un show para
complacencia de los jerarcas del nazismo, fue a vencer a los
atletas blancos y dejar en ridículo a Hitler y su empeño en la
superioridad aria.

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