Opinión Nacional

Chávez debilita la soberanía

Para quienes defienden la ideología de la globalización neoconservadora (o “neoliberal”), todo nacionalismo y la noción misma de la soberanía nacional son deleznables reliquias de una era superada. En cambio, quienes sostenemos la tesis de que el mundo sólo puede progresar sobre la base de un análisis de las asimetrías estructurales entre centros dominantes y periferias subalternas, creemos que la nación, el nacionalismo liberador y, en general, el “soberanismo” defensor del derecho al desarrollo autónomo, conservan su vigencia. En la Europa anterior a 1870, así como en el Tercer Mundo del siglo XX, los movimientos nacionalistas democráticos y emancipadores fueron motores del progreso histórico. Sólo cuando el nacionalismo es conservado (después de haber concluido su misión de fuerza de liberación) por un país ya satisfecho y poderoso que lo transforma en odiosa doctrina de superioridad y de expansión hegemónica, se hace merecedor del más decidido repudio por parte de los pueblos democráticos.

En nuestra época de espacios supranacionales y de relativo debilitamiento del Estado tradicional, el concepto del nacionalismo -tan orgullosamente enarbolado por los movimientos populares y nacional-revolucionarios de América Latina en el siglo XX- se sale de los estrechos límites de la patria chica y abraza cada vez más la defensa de una Patria Grande que es la América mestiza en su conjunto. Por tener esta vasta dimensión regional o continental (y para evitar la confusión con corrientes patrioteras aldeanas), tal vez ya no se le debería denominar “nacionalismo” sino “soberanismo”, de región periférica en busca de desarrollo independiente.

Los grandes pueblos de América Latina, a partir de la Revolución Mexicana de 1910, dieron pasos significativos de aproximación a una soberanía no sólo política y formal sino también económica, social y cultural. Estos avances tuvieron como denominadores comunes su base democrática (reemplazo del autoritarismo oligárquico por gobiernos representativos de clases medias y populares) y su espíritu de amplitud y concertación “policlasista”. Incluso la izquierda socialista que participaba en esos movimientos tenía muy clara la idea de que la liberación nacional, o nacional-regional, exige como primer requisito el desarrollo de una economía moderna, industrial, con bases de sustentación autónomas. Por ello, la revolución no podía tener un carácter exclusivamente popular, sino debía englobarse en ella, como parte importante y provista del debido respeto y garantías, a los sectores empresariales nacionales, de mentalidad moderna y patriótica. Sin burguesía nacional, no puede haber soberanía económica, fundamento de todos los demás aspectos de la soberanía.

El proceso “revolucionario” chavista es el primero en la historia de América que, por una aparente mezcla de arrogancia autocrática y de infantilismo de ultraizquierda, decidió hacer caso omiso de las etapas históricas ineluctables, y prescindir de la presencia de un sector empresarial privado. Desde el comienzo de su mandato, el discurso del actual presidente venezolano, así como su política de estatizaciones y colectivizaciones, han agredido y amenazado sistemáticamente a las clases empresarial y media que, desde mediados del siglo 20, venían construyendo (en colaboración con el sector público) una economía nacional más moderna y diversificada. El efecto ha sido una desmantelamiento del aparato productivo privado y un galopante aumento de la dependencia de importaciones de bienes y tecnologías foráneas. La absurda política exterior de abandono del equilibrio geoestratégico tradicional y de incondicional entrega al bloque “sub-imperial” constituido por los capitalismos de Brasil y Argentina ha constituido un segundo tremendo golpe a nuestra soberanía económica.

Toda esta política de debilitamiento práctico (y deliberado) de la soberanía nacional viene acompañada de un torrente de retórica falsamente patriotera, latinoamericanista y anti-imperial que a su vez, por su estridencia y exageraciones, no disminuye sino incrementa la dependencia del país y perjudica seriamente la causa de la verdadera soberanía latinoamericana. Los desmedidos insultos a Bush y los abrazos a regímenes fundamentalistas peligrosos tienden a echar dudas internacionales sobre la seriedad de todo el gran esfuerzo de la verdadera izquierda democrática latinoamericana, definida por Teodoro Petkoff y encabezada por Lula, Tabaré y Michelle Bachelet, por alzar las banderas de una soberanía auténtica basada en la adopción de un modelo “neokeynesiano” para la región.

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