Opinión Nacional

Chávez desnudo

Quienes de niños, la edad de siempre en el ser bueno, conocieron el tierno pero genialmente irónico cuento, «el traje nuevo del emperador», de Hans Christian Andersen, descubrieron a tiempo que la vanidad es la mayor de las enfermedades del «rey». Que la hipocresía es la mayor arma del ser servil; y que la astucia que, miserable, sabe entrar en el juego, tiene la capacidad poner al servicio de los intereses de los pillos sabios, la gloria del poder sin gloria, banal, vacío. Pero se aprendió más, mucho más, que es sencillo desde el poder controlar a los pueblos, y que es la mentira la más alta virtud de ese proceso. Pan y circo dieron los romanos y mentir mil veces para creer como verdad la infamia, fue el modo de cautivar que el nazismo puso en juego. Hubo otras formas siempre, habrá las mismas siempre mientras sea el hombre tal como es, la humanidad tal como es, entonces, los sastres se encargarán por siempre de tejer los trajes de la vanidad, de bordar la miseria de los jeques, de los emperadores, duques, reyes, la más simple y la más eficaz será por siempre, siempre creer que la verdad les pertenece y está en sus manos, mientras se culpa al otro de sus propios yerros, esconder su fracaso en la maldad del otro. Emperadores, autócratas, dictadores y gente de esa especie se alimentarán de eso.

En el cuento, todos sabían y vieron la desnudez del estúpido vanidoso, engreído rey. Todos, él mismo desde luego, pero la hazaña de la mentira por ellos asumida como la verdad les impedía reconocer los hechos y se admiraban de la belleza del tejido, de la cualidad de las telas, sus colores de magia, la intensidad de la luz de los botones, cuántas cosas bellas que la astucia les inventó y la miseria de la vanidad imponía que vieran. El rey anda desnudo, fue la verdad que todos vieron, pero que los niños gritaron, pues verdad era y pareciera cierto ser que los niños buenos no mienten ni callan la verdad y eso hicieron. Lo demás de esa historia convertida en cuento, es cosa suya, caro amigo lector, sus inferencias suyas también son.

Yo vivo en estas tierras y vi a Hugo Rafael, lo prefiero así sin apellidos porque en cierto grado veo en su nombre la fase de su niñez y algo de adolescencia, cuando caminaba tras la verdad o se subía en los naranjales de Barinas para cosechar mangos, patillas, manís y el dulzor de alguna naranja tras puyarse las manos. Gritó y así lo oyeron bien miles de oídos y todos los oídos, que la corrupción era el alma y el cuerpo de este reino de adecos, eso dijo y metió con ellos en el mismo traje sin ropa a los copeyanos y demás bichos, dijo, y con ellos y otros los metió en el saco obscuro de la IV República. Hasta dijo que las cabezas de los corruptos adecos serían fritas o freídas en pailas por él construidas en homóloga expresión del Juez Supremo que mandará las pailas del infierno a los villanos, ladrones, especuladores, mentirosos y demás virtuosos de la infamia y la concupiscencia. Y por si fuera poco todo eso que es todo,
prometió sacar a los mercaderes del templo. La gente toda, es un decir, casi toda, le creyó a Hugo. Lo malo para él fue haber alcanzado el poder y entonces se transformó en HRCHF y ese es como rey, emperador, emir, comandante, tan distinto a aquel que un día juró que se suicidaría si las calles se poblaban de niños alimentados, amantados de desamparo, de soledad, de angustias, sin familia, que llevan como avío solos la muerte como su compañera, en su único viaje a lo imposible, la dignidad y la belleza.

Hoy es HRCHF, líder supremo, redentor y Mesías se oye decir, y como rey no quiere mirar su horrible desnudez, macabra, incluso. No ve a los niños de la calle, son tantos que se hacen invisibles. No quiere ver a los corruptos, son tan eficaces y buenos y se hicieron muy ricos a su lado y entonces ya no tiene ojos para la pobreza, y ellos se transformaron, como en aquella historia que afirma que el dinero hace virtuoso al delincuente, honorable a la prostituta y sabio al embustero, tal como creo quedó escrito en el Mercader de Venecia o algo así de aquel inglés de belleza infinita.

El rey, es un decir HRCHF, no escucha el desgarrador grito de tantas madres, padres, hermanos, hijos, amigos, que ya no tienen ojos, se los secaron sus lágrimas porque la violencia se aposentó en sus casas y arrebató a sus hijos, sus maridos, sus hermanos. Más de 70 mil, son tantos y tan muchos que ni la poesía puede cargar con ellos. No se quien le hizo el traje, ni le puso los lentes, ni quien cuida su oído. Pero desde estas calles se levantan las voces, quieren sencillas cosas: paz, armonía, serenidad, seguridad, trabajo, educación, salud de manera sencilla y eficaz. Libres de engaños, de dogmas, de argucias como aquellas de la felicidad que nunca llega en el Socialismo del Siglo XXI, que no sabemos qué es ni cómo hacer, que es su traje, que es nada y nadie ve. Y, Señor, usted no quiere oírse. Mire su cercana historia de promesas, y si hay alguna cumplida, una sola, sólo una, Señor, siéntase satisfecho. Mire sus diagnósticos y si mejoró la enfermedad, una sola, de las por Hugo Rafael muy bien diagnosticadas, como la perversión, la corrupción, abuso del poder… siéntase honrado. Si derrotó el hambre, porque devolvió al trabajo y a la tierra sus inmensas potencialidades, sea feliz; pero, si no, Señor, vuelva a su alma, y vea si desnudez total, completa.

Y una nota final no puedo obviar. Los males de esta tierra, hoy casi toda suya y poco mía, son nuestros males. El Imperialismo que es y existe en su crueldad sin límites, no es responsable del hambre, la miseria, el desempleo, el miedo, los secuestros, la corrupción, el abandono, la desidia. No, no lo es. Está aquí el responsable con sus cómplices todos, criollos son casi todos, digo así por si hubiere otro en las afueras. Usted y todos sabemos quienes son y donde están y como viven. Eche al cesto del profundo olvido creer que mister Busch es su enemigo. Que Rosales es su representante en azul cielo. Usted lo sabe bien, el enemigo es usted solo usted mismo por la inmensa distancia de su palabra al hecho. Eche al cesto del olvido absoluto su coprolalia será su guillotina de no hacerlo. Y sabe, me contaron los niños, que el Sr. Busch apuesta a usted, pide a su dios blanco, protestante, anglosajón, que usted sea exitoso en su fracaso, pues de ese modo hasta la palabra socialismo quedará sepultada por cien años.

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