Opinión Nacional

¡Chávez nos tiene locos!

Es verdad, señor ministro: ¡Chávez nos tiene locos! Y la primera reflexión que me viene a la mente, o mejor, lo primero que se me ocurre recriminarle a usted, es que tal circunstancia no es motivo para hacer fiesta o para ponerle musiquita a la frase, tal como lo hiciera en las inmediaciones de la Plaza O’Leary en una de las tanta asambleas, mítines, peroratas o vaya a saber cómo se puede calificar un evento en el que un funcionario gubernamental, obligado por ley y por conciencia a instituirse como un factor de unificación nacional, se convierte en elemento de perturbación, en azuzador de peleas callejeras, como se dice coloquialmente. Se gobierna para todos, no para unos solamente, para no entrar a considerar si todavía son muchos, pocos o unos cuantos. Se trate del número que se trate, son ciudadanos de este país que merecen respeto, como también lo merece, señor ministro, ese otro sector no simpatizante del régimen y al que usted se refiere con desprecio como una manada de seres esquizofrénicos, locos, para usar su propio calificativo, y a quienes hay que remitir a un hospital siquiátrico, o tal vez, no sé si eso es lo que desea o aspira, que terminen deambulando por las calles de este país con la mirada perdida, durmiendo en las calles, como tantas personas a las que ustedes, y principalmente, el inquilino de Miraflores, su jefe, ofreció, prometió, se comprometió, a brindar una vida digna. Eso para hablar solamente de esos «pobres loquitos» y no caer en el tema de los niños de la calle.

Es jueves 5 de diciembre, son las 10:22 p.m. y aquí en La Candelaria, lea bien, La Candelaria, no hablo de Prados del Este, La California o el Country, no, hablo del centro de Caracas. Una zona otrora cálida, de un mágico encanto, a la que su copartidario, el alcalde Bernal tiene sumida en la más completa asquerosidad. Tal vez es que se encuentra muy ocupado en «cuadrar» la próxima caminata, concentración, mitin, sarao o templete, vaya a saber sólo Dios cuál será su próxima estrategia para mantener la vigencia del «proceso», ¿su proceso? No sé. Y creo que no me importa. Pero volviendo a La Candelaria, y así no caer en la diatriba de los números y porcentajes de venezolanos que adversa «al proceso», sin son muchos o pocos, ya lo dije más arriba, y concentrarme en la zona en la que habito, aquí, efectivamente, la gente está como loca. Los antichavistas cacerolean cada vez que a su jefe o a uno de ustedes se les ocurre decir que la situación está «normal», que la economía está más boyante que nunca, o que estamos en septiembre, octubre, noviembre o diciembre bonito. Que aquí, pues, todo está de maravilla. Que el desempleo de que padezco desde hace dos años porque las dos últimas empresas en las que trabaje simplemente quebraron, que el hecho de que mi hermana, con dos títulos universitarios a cuestas se encuentra vendiendo lotería, que el que mi madre esté desesperada porque no haya cómo hacer el mercado, pagar la electricidad, el teléfono (¿o será que el teléfono es un artículo suntuario?), en fin todo eso, para no detallar, simplemente, es una alucinación. Una visión producto de la hipnosis que ejerce sobre mí Carlos Ortega, Carlos Fernández, la Coordinadora Democrática en su conjunto, la oposición, toda esa manada de manipuladores como apuntó su jefe, que me han convertido en uno más de los borregos que día a día se quejan, marchan, se paran, protestan, movidos por los hilos de esos personajes de la oscuridad.

Por el otro lado, y vuelvo a hablar de La Candelaria, los chavistas ponen las gaitas de Joselo y hasta fragmentos de Alo, Presidente, corean la frase de su autoría, esa, la de que Chávez nos tiene locos y así, todo, se convierte en un contrapunteo. Chavistas vs. antichavistas. Para ponérselo más claro, señor ministro: venezolanos contra venezolanos, que se insultan, se agreden, se ofenden, dejando atrás, la costumbre esa tan propia que tenían los habitantes de esta parroquia, de ser contertulios habituales de la plaza, de abrazarse en la esquina y preguntar por la salud de la familia o por el viejo amigo que hace tiempo no se ve. Todo eso quedó atrás. En la Plaza La Candelaria, lugar de encuentro de los ancianos, los niños, los jóvenes, de esos paisanos venidos de otras tierras y que hacen vida en este sector desde hace muchos años junto a los criollos bajo el más puro espíritu de camaradería, todo eso quedó atrás, señor ministro. La diatriba política, partidista se apoderó de nuestras vidas. Aquí, a la hora del sueño, los vecinos se gritan insultos de balcón a balcón, frases como la de su autoría (Chávez los tiene locos) que de regreso cambian de sujeto y pasan a ser, por ejemplo, «el paro los tiene locos. Y así, el momento de la paz, del reposo, se convierte en una especie estimulante, de excitante, que transforma nuestros sueños en pasadillas e intranquilidad.

Chávez ha invadido nuestras vidas, señor ministro, nuestra intimidad, se metió en nuestras casas, se interpuso entre los amigos y los convirtió en enemigos. Soy testigo, señor ministro, de hermanos enemistados a causa de «su proceso». Como ve, efectivamente, Chávez nos tiene locos.

Y la pregunta que viene al caso, señor ministro, es saber si usted, desde esa posición que ostenta, no por privilegio, sino por el compromiso que se supone asumió de constituirse en factor conciliador y garante de la paz de los ciudadanos de este país, continuará poniendo su granito de arena para tratar de incrementar nuestro grado de locura, o definitivamente, asumirá su función de ofrecernos seguridad y el sosiego que necesitamos para no terminar en el manicomio.

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