Opinión Nacional

Chavismo, reforma y revolución

La prueba más categóricamente fehaciente de que el chavismo no es revolucionario es su postura a propósito de la reciente estatitazación de SIDOR; dije estatización, léase bien: no dije socialización de los medios de producción. Según la teoría clásica existe un sinfín de rasgos distintivos que separan el concepto –y la praxis- de revolución de una reforma. El tema de la posible expropiación de SIDOR por causa de utilidad publica comporta complejas aristas en las cuales está implícitamente implicado el tema de la reforma y revolución. A menos que esté equivocado; tengo entendido que una auténtica revolución pasa necesariamente por la toma del poder, no del gobierno, que es cosa distinta, por parte de la clase obrera (proletariado) y campesina, trabajadores manuales e intelectuales del campo y la ciudad, estudiantes, marginales y excluidos de la lógica económica dominante en el modelo del régimen de capital. La diferencia, una de tantas, entre el chavismo de raigambre marxista autoritaria y la praxiología ácrata, anarquista-libertaria y autogestionaria estriba en que el chavismo patriotero y chauvinista expropia las empresas privadas y las somete a la égida del omnímodo poder estatocrático. La gerencia privada es sustituida por una casta tecnoburocrática parasitaria que únicamente rinde cuentas a la nomenclatura partidocrática del PSUV. En diez años de socialismo bolivariano no se tiene noticia de alguna experiencia que refiera la existencia de una genuina «democracia directa», o «democracia fabril» como gustaba llamar a Antonio Gramsci el gobierno de los Consejos Obreros de Fábrica a propósito de las huelgas salvajes turinesas y milanesas de la segunda década del siglo XX. Los debates, ricos en enseñanzas a este respecto, que encarnizadamente sostuvo Gramsci con Amadeo Bòrdiga y Palmiro Togliatti dejaron para la posteridad invaluables aclaratorias acerca de los alcances históricos de la reforma respecto de la revolución. La política expropiacionista que adelanta el Presidente de la República en nombre del socialismo revela una soberana contradictio in abyecto pues los trabajadores fabriles siguen siendo superexplotados y sometidos a condiciones infrahumanas de trabajo sin ningún tipo de beneficios contractuales laborales, comenzando por la ausencia de una discusión del Contrato Colectivo que dignifique su «status técnico-profesional» que actualmente exhibe niveles deplorables reñidos con la normativa internacional.

Se supone que la emancipación de la clase obrera debe ser obra de la clase obrera misma y no de un estamento vanguardista privilegiado que viaja por el país con dineros del erario público nacional y se aloja en hoteles 5 estrellas con todos los gastos pagados por la renta petrolera del anquilosado y paquidérdimo Big Brother Leviatán.

Una de las características que diferencian antagónicamente el chavismo autoritario, jerárquico y militarista ¿es necesario decir antidemocrático?, de las corrientes libertarias es que el primero proclama y ejerce la heteronomía en el seno de la empresa; mientras que el anarquismo postula e intenta llevar a cabo la autonomía obrera dentro del complejo trasegar de las tensas y dinámicas prácticas laborales de la empresa. No es difícil advertir que la vocación estatizante de la revolución se inscribe perfectamente en el paradigma reaccionario y retrógrado de la reproducción a escala ampliada del régimen del capital en detrimento y desmedro de la cultura del trabajo. Las ganancias de la empresa, cuando las hubiere, pues el socialismo bolivariano es especialista en quebrar toda empresa que expropia y estatiza, siempre van a parar a manos del fisco nacional, o lo que es lo mismo del erario estatal; de ahí a manos del PSUV sólo hay un paso.

Se puede catalogar la política socio-económica de Chávez como un programa de neto corte neokeynesiano de izquierda reformista pero jamás de revolucionaria.

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