Opinión Nacional

Con la cabeza en los pies

Hemos llegado a un punto en el que nada asombra. Para sorprender a un venezolano de estos tiempos hay que empeñarse de lo lindo, más aún si no olvidamos que por aquí mismo se parió eso que, a falta de mejor nombre, se dio en llamar “Realismo mágico”.

En cuanto a pintorescas muestras de poderes sobrehumanos, por ejemplo, a estas alturas Uri Geller es para nosotros un simpático niño de pecho, David Copperfield no pasa de ser un zagaletón con ansias de brujo moderno y (%=Link(«http://analitica.com/cyberanalitica/icono/9776670.asp»,»Adriana Azzi»)%) o Walter Mercado llegan si acaso al nivel de distractores. Hermes, a quien apodan el “iluminado”, cumple apenas su tarea de levantar el rating mañanero de cierta capitalina televisora.

Y hasta ahí. Fervores desmedidos, soponcios, teleles, yeyos o vahídos hace tiempo que no ocurren por causa de impresiones fulgurantes. Parece que hoy en día, en algunos aspectos cuando menos, los ojos están más abiertos y los oídos más dispuestos.

Los ejemplos podrían continuar hasta perderse en el mismísimo infinito, especie de lugar, entre curioso y extraño, que tampoco alberga ya mayor poder de encantamiento. Pero es que no hay que abusar de la extensión: aparte del histriónico hecho, del espectáculo diario que un puñado de individuos lleva a cabo porque forma parte del firmamento massmediático (vale decir “estrellas de la tele”), pues basta con mencionar a otro grupillo, ese que sin faranduléricas pretensiones se alza con los premios gordos en la payasada que ofrece, todos los días de la vida, el circo político incrustado en este acogotado país.

En efecto, nadie se queda lelo, y esto sí que es lamentable (no el lelismo como tal sino la parálisis que implica), ante desmanes que van y locuras que vienen. Pocos estrellan la quijada del piso debido a que el gobierno no gobierne, el Legislativo no legisle, el Judicial no castigue, el Defensor y el Fiscal no den un paso más allá de su condición de sirvengüenzas o la Mesa no negocie. Qué va. Ningún mortal se manifiesta perplejo, digamos, por la sencilla minucia de que el chavista mayor, el jefazo mueve dedos, especialista en alzamientos, felonías y otras pajillas por el estilo, tenga mucho que decir y bastante que enseñar acerca de cómo intentar encaramarse en la silla vía metralla, sangre y fuego, y de paso cargue loco a más de uno con el disquito rayado de que todo opositor quiere untarle de su propia medicina. Habráse visto. ¿Conoce usted a alguien con menos moral que el Presidente (y buena parte de sus secuaces) para hablar de golpismo, conspiración, violaciones a la Constitución y demás canturreos parecidos? ¿Va a dar lecciones de ética y de talante democrático un individuo que carga en su conciencia las muertes de venezolanos porque él, una especie de “ungido” vaya a saberse por quién, quiso tomar el poder con los cañones?.

Desde el típico golpe militar, desde el ridículo golpe económico, pasando por el golpe mediático y hasta aterrizar en el golpe internacional, el enajenado de turno continúa sus retóricas contorsiones ahora por fortuna reducidas al mísero discursillo que muy pocos pueden tomar en serio. Así son los estertores. Más o menos así se evidencian las debacles, donde el constante pataleo termina dándole paso a la extinción definitiva. Este gobierno tuvo su cuartico de hora, enmarcado además con áureos y festivos ribetes. Lo tuvo todo. Pero ya lo sabemos: tanto la mediocridad como la ineptitud son absolutamente libres.

En fin, lejos de dilucidarse, el dilema crece con el tiempo. La disparatada atmósfera que nos asfixia es inversamente proporcional a nuestra capacidad de asombro, a nuestro hacer en consecuencia. Es decir: a mayor desquiciamiento da la impresión de que hay menos conciencia de ello (sobre todo en el oficialismo), y por supuesto menos correctivos.

Afirman por ahí que en este posmoderno mundo todo vale, que las patas para arriba son una cuestión de moda. ¿Será que en esa andamos?.

A mí que me registren, como llegó a sugerir, y con razón, el imponderable Eudomar Santos.

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