Opinión Nacional

Constituyente y partidos

Lo que está planteado para la oposición tanto partidista como independiente, es impedir que la Asamblea Constituyente resulte copada por incondicionales del Presidente que actúen como amanuenses o robots para complacerlo en todo
Pasadas las elecciones del 6 de diciembre de 1998, tres organizaciones políticas que habían rechazado o cuestionado la necesidad de convocar a una Constituyente: Acción Democrática, Copei y Proyecto Venezuela, reconocieron –cada una a su manera– que el triunfo de Hugo Chávez en esas elecciones las obligaba a modificar su posición. Chávez ganó por amplia mayoría, el ítem central de su campaña y de su propuesta programática había sido la Constituyente, ergo el pueblo o su mayoría, es decir los votantes que sufragaron por el ganador, querían la Asamblea y sería una costosa ceguera continuar descalificándola o negándola. A partir de ese momento la agenda política del país la maneja, la fija y la dirige Hugo Chávez: él promulgó el decreto N° 3 el mismo día de su toma de posesión, por el que convocaba al referéndum constituyente, él fijó las bases de la convocatoria, él fijó la fecha para realizarlo y él se echó sobre sus hombros la tarea de promocionarlo y de motivar al electorado para que concurriera masivamente a darle el SI. La Constituyente había sido su bandera, estandarte, escudo, consigna y no estaba dispuesto a dejársela arrebatar por nadie.La muy elevada abstención en los comicios del 25 de abril, no puede entenderse como triunfo de la oposición pero tampoco significó una aplastante victoria para el Comandante Presidente. El SI ganó de manera indubitable pero quedó reducido a una tercera parte del electorado, de manera que la ingente tarea de refundar la República; de enterrar la Constitución «moribunda» por sentencia de Chávez dictada el 2 de febrero del 99 al tomar posesión y de construir una nueva democracia social y participativa como la propuso el Jefe del Estado, fue respaldada por algo menos de tres millones de venezolanos mientras que otros siete millones se mantuvieron al margen.

Esos resultados explican la ansiedad de Chávez por pisar el acelerador del proceso, por hacerlo todo tan rápido que no diera tiempo a sus adversarios para tomar aliento. La popularidad, como los amores de estudiante según decía Gardel, es flor de un día y convencido de esa volubilidad de los afectos colectivos fue que el Presidente Chávez desdijo al candidato Chávez, para eliminar el quórum de votación tanto del referéndum como de la elección de los constituyentistas. Ahora se encuentra frente a la disyuntiva de otra inconsecuencia o negación de su propio discurso: ¿Deben ir o no los candidatos identificados por siglas, símbolos o colores de partido? Como cosa aparentemente contradictoria quienes siempre defendieron la presencia de esos elementos identificatorios hoy los rechazan y quienes los adversaban hoy los defienden.

¿Contradicción?; ¿inconsecuencia? No, simplemente cálculo político: tanto la oposición a Chávez como el mismo Chávez saben que sin la boinita roja y las tres letras que la acompañan (MVR) y que la mayoría reconoce e identifica como el partido de Chávez, sus seguidores no motivarían por si solos una adhesión significativa. De manera que y aunque parezca afirmación de perogrullo, lo que está planteado para la oposición tanto partidista como independiente, es impedir que la Asamblea Constituyente resulte copada por incondicionales del Presidente que actúen como amanuenses o robots para complacerlo en todo. Lo único que en estos momentos garantiza una cierta pluralidad de la Asamblea es la no presencia de los símbolos y colores como palanca de los candidatos a integrarla.

Podría decirse, y de hecho se dice, que los partidos de oposición viven su peor momento, las encuestas pueden exagerar o abultar situaciones pero no son desechables. Para la mayoría, el MVR con su boinita roja, no es ni Dávila, ni Maduro, ni Tarek William Saab, ni Acosta Chirinos, ni Escarrá, ni José Vicente Rangel, ni Miquilena, ni Pablo Medina, ni Aristóbulo, es Chávez y Chávez es todavía altamente popular. Sin embargo la elección, símbolos y colores aparte, la decidirán los partidos. La nominalidad o uninominalidad sigue siendo un tema de discusión de élites muy reducidas, es algo que no va con nuestra cultura política. Figuras muy destacadas e ilustres de la vida nacional, científicos, académicos, juristas, profesores, escritores son muy respetables para esa minoría pero para las grandes masas son nombres que nada dicen. Por el contrario, personas sin ninguna calificación podrían lograr su elección solo por el respaldo de un partido. Lo interesante y positivo de este proceso en marcha es que esas élites tan divorciadas de la política, tan escrupulosas frente a los partidos, sienten ahora la necesidad de involucrarse y de aceptar su apoyo porque hay un interés superior: impedir que la Constituyente sea una tropa bajo el mando del Comandante Chávez.

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