Opinión Nacional

Contra toda hipocresía

“Hay momentos en la vida, en los que callar se convierte en culpa y hablar es una obligación. Un deber civil, un desafío moral, un imperativo categórico del que uno no se puede evadir”. Son palabras de Oriana Fallaci en su libro La Rabia y el Orgullo. Las hago mías en esta hora menguada de la vida venezolana. Ninguna persona honesta puede tener la más mínima duda sobre la verdadera naturaleza del régimen chavista. Quienes lo apoyan son partidarios de una revolución al estilo castro comunista, dirigida por un gobierno totalitario con dictador tropical y todo lo demás. Quienes se mantienen indiferentes son cómplices por omisión y aquellos que lo adversan adoptan actitudes diferentes. Unos, la honesta gallardía de los guerreros que, sin exagerar ni intentar acciones innecesarias, ni piden ni dan cuartel en esta lucha bastante incierta. Otros, los tímidos, los prudentes, los calculadores que pueden ser útiles en condiciones normales, pero sumamente perjudiciales a la hora de las confrontaciones definitivas. Y existen también, desgraciadamente en nuestro medio muchos más de lo que pensábamos, los oportunistas y los hipócritas. Esta es la peor categoría. De aquí salen los traidores, los sembradores de angustias y desconfianzas cuando lo que se necesita es estirar al máximo lo que cerebro, corazón y coraje puedan aportarnos. En un sistema verdaderamente democrático, representativo, alternativo y electoral, estas clasificaciones pueden competir entre sí, tener representantes y con mayor o menor contundencia la lucha puede ser civilizada y llevadera. En la coyuntura actual resulta inaceptable.

El juego calculado sobre la base de aspiraciones personales o de grupo, en potenciales o futuras candidaturas e incluso, los movimientos para sacar ventaja en caso de una transición cívico-militar, es tan criminal o peor que las funestas acciones del gobierno. Quienes andan en eso merecen el repudio general de la oposición. El desprecio público. Como lo merece quien esté negociando el presente de espaldas al país, buscando fortalecer o reposicionar imágenes o liderazgos deteriorados o por construir, recursos financieros y políticos para recomponer o lanzar estructuras organizativas que den piso a las aspiraciones específicas y, en fin, ganar tiempo para que los que arriesgan en la primera línea sean derribados por el gobierno o caigan por alguna zancadilla “opositora”, trampas armadas desde los lados más que por el propio enemigo. Así el camino quedaría despejado, libre para el salto mortal hacia atrás con el apoyo material y suficiente de un gobierno inescrupuloso, conocedor de las debilidades del liderazgo que hizo posible cuanto sucede, pero que en lugar de convertirse en partero de la historia es otro enterrador más de las esperanzas. Unos y otros, hipócritas, farsantes y mentirosos fracasarán. Vienen momentos duros y difíciles, pero gloriosos, hazañosos y definitivos.

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