Opinión Nacional

¿Cristo o Ciencia?

Santo Tomás era un escéptico; dispuesto a aceptar cualquier propuesta como verdadera, o cuando menos, razonable, sólo si ésta era sometida a comprobación a través de métodos científicos. Lejos de absolutismos, su actitud comulgaba sin saberlo con los postulados de Einstein; o sea, todo es relativo: si lo veo dogmáticamente, es imposible que Cristo haya resucitado; pero si lo veo como escéptico, tal vez pueda convencerme de su regreso desde el lugar de los muertos, si taladro con mis dedos las supuestas llagas en sus manos y logro palpar los humores de su carne.

La misma acción de ocuparse de tocar las heridas, evidenció duda, escepticismo.

Jesús, entonces, ya tanteadas sus manos por el difícil apóstol, le abrió más las puertas del dogma: “Porque has visto, has creído; dichosos los que sin ver creyeron”. No sé si me explico: Santo Tomás, desde cierto punto de vista era escéptico, necesitaba “ver” (comprobar científicamente) para “Creer” (abandonarse al dogma de la resurrección de Cristo); y Cristo le dice: ya sea que lo compruebes científicamente, o que no lo compruebes, el norte es “creer”; pero si crees sin comprobarlo, la recompensa será “la dicha”.

En términos religiosos, como vemos, Cristo en persona invita a ser dogmático (Dichosos los que sin ver creyeron). No tiene sentido autodenominarse cristiano si no se cree que Cristo resucitó de entre los muertos, o que él es “la luz del mundo”, o “el camino, la verdad y la vida”.

Si Cristo es la verdad, y se duda de esa verdad, se está dudando desde el exterior, o sea, desde la no verdad; es decir, desde la oscuridad; porque ya lo hemos dicho, para el que cree, la luz y la verdad son la misma cosa: Jesucristo.

En este caso, “Creer”, es salir de la oscuridad, y entonces, ver claramente.

A menos que ya no haya nada por descubrir, a nivel científico, Conocimiento es más grande que Ciencia. Imagino al Conocimiento como una gran mina, y a la Ciencia como un pequeño minero que ha acumulado varias cestas de oro. El minero conoce de la mina el ínfimo porcentaje que de ella ha explorado; lo razonable, desde mi punto de vista, es que sea escéptico respecto a la basta extensión de mina que no conoce; como el monje que preguntó a sus discípulos el tamaño del salón donde se encontraban; cada uno aventuró una medida: “tres metros cuadrados”, “cuatro por tres metros cuadrados”, “cuatro metros cuadrados”, y así, hasta que uno dijo: “no sé”. El monje lo miró serenamente, sonrió y exclamó: “Esa es la respuesta correcta”.

A preguntas como ¿Existe el cielo? ¿Pueden las hadas aletear en un sitio fijo durante más de diez segundos? ¿Juan el Bautista es la reencarnación de Elías? ¿Hay una vida espiritual? la respuesta de la ciencia, a mi juicio, debería ser “no sé”.

Más allá de lo que conoce, la ciencia debe mantener una postura escéptica, un humilde “no sé”; a menos que se declare cristiana, en ese caso debe renunciar a meter los dedos en las llagas del Mesías –a lo Santo Tomás- y declarar sin dudas: Cristo es el camino, la verdad y la vida.

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