Opinión Nacional

Cuba, con tristeza y sin son

La música de Cuba está sufriendo. Con un son montuno que se infla con amplificadores abollados. El timbalero parece desaparecer bajo una estrella teñida de rosado, junto a la voz del salsero y el coro. Los 13 músicos amontonados no cabían en la pobre sala donde intentaban hacer música con equipos hechos de partes decentes y partes horribles, cableados con tape usado y el teclado Roland tambaleándose sobre patas oxidadas. En la desmoronada Habana ya la salsa no es el arte heroico que una vez fue.

Los cubanos miran hacia Florida pensando en que quizás sea este el año del cambio. Quizás, dicen. Quizás el nuevo presidente terminará con el bloqueo. Quizás Raúl Castro, ya con un año como presidente, será un gran reformista. Ha dado pequeñas muestras de un avance: algunos trabajadores reciben paga de acuerdo a rendimiento; quienes logran comprar teléfonos celulares pueden ser sus dueños legalmente, y desde octubre algunos granjeros pueden alquilar su propia tierra. Pero quizás esas reformas sean sólo un amago, y el gran retrato seguirá igual.

La Cuba 2009, para la mayoría de la gente, sigue siendo poco más que azúcar, cotorra y Chevrolets de 1956. Y los músicos que antes se amontonaban en la sala eran Los Reyes 73, banda famosa hace décadas y que en 2008 tenía nuevos miembros, ninguno famoso pero todos pobres, sólo otro grupo ridículamente talentoso que buscaba hacer una hendedura en un apretado mercado musical. Su cantante principal era Oscar Muñoz, que en 1999 tuvo una banda tradicional llamada El Septeto Típico de La Habana.

Pero ya la música no tiene la ubicuidad de aquél entonces, cuando aún podía estar en todas partes, hasta amaneciendo en el Malecón, cuando el danzar, cantar y sonreír se repetía como cura cultural de lo que fuera que afectaba a la revolución. Hoy, hasta estas descargas ocasionales parecen estar en peligro. Porque Cuba está inquieta, crecientemente: un tumbao de la cadera y una melodía a flor de labios no son suficientes.

Bajo la superficie, Cuba está cambiando, está más cerca que nunca de los Estados Unidos pero también más cerca que nunca de perder su patrimonio cultural. El presidente Obama espera que pequeños movimientos ayuden y logren abrir a Cuba desde adentro. Durante la campaña no habló de terminar con el embargo pero prometió facilitar los viajes de los cubanoamericanos y el envío de dinero a Cuba.

De una u otra manera, el cambio está llegando a Cuba, y si la isla ha de preservar su identidad, necesitará de la música más que nunca. ¿Habrá suficientes músicos cubanos en Cuba para ponerle letra a esa canción? ¿El son se fue de Cuba?

La misión de Los Reyes 73 era, simplemente, defender el sonido cubano. Temían que no quedara música cubana en la isla. Pensaban que toda estaría en países extranjeros, como actos de nostalgia estancada, como el álbum del Buena Vista Social Club. Hoy en la Avenida G se juntan los roqueros para ennotarse y ver videos de rock en pantallas al aire libre. Frente a una estación de gasolina en el Malecón, una banda llamada Aria lanza rock de garaje para una pequeña audiencia y arriba en el Jazz Café el saxofonista César López calienta el escenario con riffs de Ornette Coleman.

Más ominoso para los salseros es el Riviera, antigua ciudadela de Meyer Lansky, cual Las Vegas en la Habana chic; adentro, la anterior música cubana está exilada, llena de música house sonora frente al bar, y con una fila de jóvenes cubanos ricos esperando entrar, chicas con tacones altos y vestidos vivaces, tipos con anteojos Kanye West y cuellos de camisa anchos perfectamente planchados. A estos habaneros se les llama Mickeys porque viven en un mundo de comiquitas.

Los Mickeys pueden ser una minoría, pero más y más clubes prefieren música house o tecno a la música en vivo. Y las estaciones de radio y de televisión -todas del gobierno- ponen menos timba, la versión cubana de la salsa. Estas son las amenazas múltiples: rock, tecno y, el mayor peligro de todos, regaetton, el hip hop latinizado que se ha infiltrado de Puerto Rico, Nueva York y la República Dominicana. Los artistas hiphoperos argumentan que su música tiene más filo y es más política. Pero no hay música más propia, compleja y completa que el timba cubano. Ha sido el camino vital para enfrentar tabús como la crítica de Los Van Van a la rampante prostitución en la canción de 1966 sobre papayas: adelante, cantaron, tócala; es un producto nacional.

Durante la crisis económica que siguió al colapso soviético, la música mantuvo a la isla unida, como pasión común tanto de los revolucionarios como de los reaccionarios. El gobierno entendió su poder; por eso fue que el supergrupo La Charanga Habanera fue prohibido durante meses en los 90s después que un helicóptero militar los dejó sobre un escenario para un concierto lleno de insinuaciones en la televisión nacional. Era, según clara decisión de alguien, demasiado decadente, demasiado gringo.

El embargo estadounidenses, como todos los esquemas que buscan poner a derecho la geografía y la historia, es un asunto poroso. Estados Unidos es el primer exportador de comida a Cuba. Greys´s Anatomy y Dr. House están entre los programas favoritos de la capital cubana. Aquellos que tienen dinero (a menudo de familias en Estados Unidos) se apuran por conseguir convertidores en previsión de la conversión a todo digital de las señales de TV de este febrero.

Cuba hoy está rompiéndose por dentro. Los Reyes 73 se deshizo, la mayoría de sus miembros ya ni siquiera viven en Cuba: el bajista y el baterista trabajan cerca de Cancún en un bar con temática cubana; otro es productor y guitarrista en México para Margarita Vargas Gaviria, la diosa de la cumbia; el flautista está también en México, sin poder traer a su familia de Cuba… Y Damaris, una de las bailarinas del grupo, se quedó en Cuba, para «sufrir la esquizofrenia de la economía cubana», atrapada entre la cuajada del bloqueo y embarazada por su propia deficiencia bruta.

La mayoría de los cubanos ganan de $ 15 a $ 25 al mes y sobreviven gracias a las libretas de raciones que les ofrecen azúcar, arroz, granos y (sólo para los mayores) cigarros. Y para ir más allá de la subsistencia, se requiere ir de compras a las tiendas de moneda dura con aire acondicionado. Ahí es donde Damaris tiene que ir para comprar un sujetador especial que necesita para el curso de manicurista que toma; cuesta casi $ 20, tres veces más de lo que cuesta en EE UU; un desactualizado y monstruoso televisor PanaBlack de 65 cmts cuesta sobre $ 750. Todo señal de una cadena de suministro vuelta loca.

La influencia china está por todas partes, desde los autobuses Yutong hasta las nuevas renovaciones financiadas por los chinos en el Parque Lenin de las afueras de la ciudad, y en los tres canales de televisión manejados por el Estado que se pasan en las habitaciones de hoteles de La Habana. Pero a diferencia de EE UU, los chinos no han inundado a la isla con productos de consumo baratos, al menos no lo suficientemente baratos. Dice Damaris: «Uno se levanta pensando en dónde conseguir el desayuno, te comes el desayuno pensando en dónde conseguir el almuerzo, y así sigue la cosa. Ser cubano es estar cansado.» Damaris también afirma que en su barrio desaparecieron 19 jóvenes, que habían hecho un pacto para dejar a Cuba en balsa. Jamás se supo que llegaran a EE UU. Las madres piensan que se ahogaron.

Sea como fuera que Cuba esté cambiando, habrá problemas con su vecino del norte. Aún con la incitadora política de Washington de pies mojados y pies secos, que recompensa a los cubanos que sobreviven al viaje a través de las aguas con la ciudadanía (mientras se niegan muchas peticiones de visa hechas por los canales apropiados de La Habana) -aún antes de Fidel Castro-, las relaciones no son fáciles entre Cuba y los Estados Unidos, que esencialmente colonizó a la isla después que se fue España en 1898. Hubo un administrador estadounidense que a principios de los 1900 anunció planes para «enblanquecer» a la población.

Pero la ira cubana nunca ha logrado extinguir la atracción del norte para los cubanos comunes. Y dado el estado de la economía cubana, el encandilamiento con el mundo exterior sigue tan fuerte como siempre. Un chiste común de hoy: a un muchachito se le pregunta en La Habana qué es lo que quiere ser cuando crezca; él piensa un momento antes de responder: ¡Quiero ser un extranjero!

A muchos músicos cubanos se les ha ofrecido la oportunidad de ser extranjeros. Hay ansiedad sobre el dinero mínimo. Se gana unos pocos dólares por noche. Las cuerdas para un instrumento se hacen con cables telefónicos reciclados; los plectros para la guitarra con botellas de shampú. Se quiere algo más de la vida.

Toda la isla se siente al filo de la cuchilla. Si Raúl Castro se debilita, aún hay una docena de Ahmed Chalabis envejecidos esperando en Miami para regresar del exilio y dividirse el botín entre ellos. De haber una rebelión en las calles de La Habana, aún hay una militancia estatal que llevaría la sangre al Malecón. Pero la nueva generación de cubanos de aquí y del exterior tienen una más suave inclinación, aspiraciones más gentiles. Están cansados también de pensar en pelear, como si quisieran olvidar la ira. La búsqueda es por un terreno común.

Cuando se escucha a Willy Chirino cantar «La Jinetera», podemos pensar en su anticastrismo y que en Cuba jamás se ha permitido radiar la canción. Hay ahí un lamento de una joven ramera desconsolada en una tierra donde el futuro saltó la pared y se fue nadando. Pero una niña cubana de hoy, como la hija de Jorge Muñoz, Zenia, no se preocupa por eso y se limita a seguir el coro al final de la canción: «Oh Habana, oh Habana», cantando en la misma voz pura que tiene su padre. Pareciera estar diciendo que dejen a los adultos sudar sus fiebres, ya que, para ella, esta es una simple carta de amor para su ciudad. Su Habana no necesita otra cosa.

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