Opinión Nacional

De aviones, trenes, metro y otras amenazas bolivarianas

                                                                   Por eso cuídense de las esquinas

                                                                                                             Yordano

 

No hay nada inocente, pacifico, feliz, en la cacareada revolución; por el contrario, todo es amenaza, intimidación, ultimátum, bravata, desafío, insulto, exigencia, vida en riesgo. Cada acto cotidiano implica un alto nivel de peligro e inseguridad. Conducir ingenuamente por las carreteras derruidas  o caminar por  las calles amenazadas puede conllevar al atraco y a la muerte; los huecos bolivarianos están a la orden del día y los asaltantes impunes hacen de las suyas porque son necesitados, y tienen hambre de celulares y  tarjetas de crédito.

Subirse al metro es una incitación al hurto y al robo; no basta el apretujamiento, el calor, el mal olor, el rescabucheo malintencionado, tenemos toda la certeza de que no llegaremos a tiempo o que llegaremos a destino sin cartera ni papeles, pero gracias a Dios no nos habrán quebrado  en el  malhadado trayecto.

El tren chino orgullo del Líder cubano – venezolano también hace de las suyas, sale a la hora, pero sus ilusos pasajeros no llegan vivos a la próxima estación, la impericia y la ineficiencia propia de la revolución pone la vida de los ciudadanos en manos de un reservista avispado o de un dirigente comunal rebuscándose la vida propia a riesgo de la ajena.

Ni que hablar de los aviones mal mantenidos por falta de las divisas que en un santiamén si se le otorgan a los allegados del Líder;  acá lo único que vuela son los precios de los alimentos, de las medicinas, de los servicios básicos: ¡Préndeme esa luz que te multo! No joda, para que aprendas lo que es la autoridad.

Nuestras existencias se hacen verdaderamente fugaces, breves, efímeras, en esta revolución que nada quiere con la vida, ni siquiera en tiempos en que la muerte no se nombra para llamarla,  invocarla en el palacio, en la casa del ahorcado mayor.

Hermanos y hermanas, camarados y camaradas, compatriotos y compatriotas, la gloriosa revolución se los reitera: viven a riesgo, ni siquiera ser hijo, tío, hermano o primo de un dirigente del proceso les asegura inmunidad en calles, cielos, aguas o rieles bolivarianos.

 ¡Su vida está expropiada! Volvamos al desterrado pero cada vez más cierto eslogan bolivariano:

 ¡Patria socialista y muerte!

¡MORIREMOS!

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