Opinión Nacional

De bandas armadas y su liquidación

Luego de haber sido interrumpida, por la policía, la faena que en el interior de una joyería realizaban delincuentes especializados, el jefe de la banda y su lugarteniente se apresuran a señalar, aprehender, juzgar y castigar al infeliz que debe pagar los platos rotos o al decir de los malvivientes el “paga peos” de la partida.

Los gobiernos totalitarios, fascistas o comunistas, son dados a cometer fechorías que, por supuesto, revisten mayor gravedad que el asalto y desvalijamiento de una joyería. Pero la reacción cuando son descubiertos en flagrancia es del mismo tenor.

Las actividades vandálicas más famosas, por haber tenido la mayor difusión, han sido las cometidas por los NAZI entre 1933 y 1945, las cometidas por los fascistas en sus diferentes envolturas y denominaciones en todo el planeta. Las cometidas por los comunistas en el mundo, incluida Cuba, se comenzaron a conocer, en su crueldad inenarrable, después de la “perestroika”.

Son de ingrato recuerdo los pogrom, incluido asesinatos, realizados en la Europa ocupada por la Sturmableiteing (SA), organización paramilitar (banda armada) del Partido NAZI dirigida por Ernst Röhon, oscuro combatiente que, habiendo sido jefe de Hitler en la Primera Guerra Mundial, se transformó en “la piedrita en el zapato”. Primero fueron los judíos y prosiguieron con todos cuantos resistieron la uniformidad, para concluir con el holocausto.

Con la finalización del Siglo XX e inicios del XXI, en esta “Tierra de Gracia” han cobrado vida las bandas armadas, a imagen y semejanza de la SA, con perdón del rigor organizativo y eficacia. Apalean adversarios y amedrantan con la exhibición del armamento que portan; infiltran organizaciones políticas y graban comunicaciones; penetran las manifestaciones cívicas contrarias al gobierno, creando el caos y congestionando en los hospitales de emergencia; toman posesión indebida de espacios físicos en ciudades y pueblos, como lo que son: tropas de asalto; violan recintos destinados a la comunicación con el Supremo mediante la oración y profanan los símbolos sagrados; utilizan los medios de comunicación del Estado para vilipendiar a sus oponentes e insuflar ánimo a quienes han de realizar el trabajo sucio, y encarcelan porque están encarcelados y matan porque están enterrados a quienes, respondiendo a la ancestral dignidad, los han enfrentado.

En Alemania hicieron todo eso y más. Pero un día pasaron la raya amarilla. Presionaron a Hitler para subalternizar al ejército y él, ante el dilema de unas Fuerzas Armadas con dignidad que reclamaban sus fueros y una pandilla de tres millones de facinerosos de la SA, optó por mantenerse en el poder. La noche del 30 de Junio y hasta el 02 de Julio de 1934, efectivos de la Geheime Staatspolizei (Gestapo) con apoyo del Reichiswehr (ejercito) resolvió la situación. Por aquello de que “muerto el perro se acaba la rabia” ordenó asesinar Ernst Röhn, Jefe de las SA y a un número indeterminado de gavilleros NAZI.

Hitler continuó con sus prácticas genocidas utilizando las SS (Schutzstaffel), la Gestapo y el ejército, pero sanó de un incordio desestabilizador.

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