Opinión Nacional

De ideologías y sociedades

De las sociedades más extrañas de las que conforman lo que muchos llamamos Latinoamérica, es si lugar a dudas la venezolana. Ésta de la que puedo hablar hasta el cansancio, y como diría mi ya difunta abuela, “con los pelos de la burra en la mano”, ya que es tan fantástica, extraña y loca, que cambia de color, humor, gustos y percepciones de manera tan precipitada, que pusilánimemente llega a perder en tres o cuatro años hasta su propia memoria histórica.

Para los músicos y artistas, solo hay quince minutos; quince minutos que hacen, que desde los jóvenes más atarantados hasta los que se creen la última pepsi-cola del desierto, compren, coreen, lloren y se desvivan por su música y sus canciones. A veces suele ser tan repetitiva, que desde el carro particular, hasta los autobuses por puesto que paradójicamente faltan, el zumbido del radio reproductor con la música del momento, sean escuchados hasta el cansancio. En los conciertos la gente pierde los zapatos, la ropa y hasta en reiteradas ocasiones, la vida misma. Y así después de muchos “replay”, sean parte de la lista de los que ya fueron y no serán más.

En los deportes es la misma cosa, o dicho en criollo “pasa la misma vaina”. Si el deportista, por suerte de su mismo destino logra alcanzar un excelente premio. Lo venden hasta en los sueños, como si los mismísimos publicistas se metieran en nuestras ondas alfa, y lograsen que soñemos con el Cy Young de Johan Santana o con el campeonato de bateo de Maglio Ordóñez. Porque cuando sus lucecitas comienzan a apagarse, el silencio u otra casualidad, vuelven a florecer otras, y el mismo consumismo retoma la faena.

En la política, es más compleja la cosa, no porque haya que hacer largas y profundas reflexiones filosóficas para entenderla, sino que son tantas cosas, que una sustituye a la otra tan pero tan rápidamente, que no queda tiempo ni de pensar. En Venezuela la política, o más bien la praxis política, es más una tarea de tontos útiles que de cualquier otra cosa. Si es el que gobierna, son una caterva de desequilibrados que no entiende que sumar es poner y no quitar. Que las cosas buenas son sabrosas, pero para todos. Que la vida es sencillamente vida, y no se puede confundir con la muerte. Que al país no le importa si son un grupúsculo de analfabetas funcionales, si los dejan vivir en paz, que construir es un poco más difícil que destruir, pero permite crecer y no empobrecer. Si son los que se oponen, no solamente es contrariar, no solamente es ver la paja en el ojo ajeno, no solamente es criticar el que los primeros están asaltando descaradamente al país, porque en sus palabras y en sus ojos solo se esconde el pecado capital de la envidia de no ser ellos los que lo estén haciendo. Estos que cambian de partidos si escrúpulos, y después los atacan sin estupor, estos que un día se declaran sirios y al siguiente día troyanos. Y como cuales infelices hipócritas pretenden vender una alternativa de cambio, cuando en realidad lo que reflejan es más de lo mismo, o peor.

El problema verdadero, es que no tenemos como país un verdadero norte, un destino planeado de hacia dónde queremos ir en los próximos cien años, nunca lo hemos tenido, porque ni en los mismos sueños del Bolívar heroico, estuvo planeado un verdadero proyecto de país. Real, comestible, aplicable. Es crear un destino a un puerto seguro, sin importar que cambien los vientos, los partidos, los protagonistas, los músicos y los escenarios. Es crear, o por lo menos comenzar a enseñarles a los hijos ya nacidos, y a los hijos que queremos tener a construir una verdadera memoria histórica, algo que nosotros, esta generación de superflua tecnología de la información, no tenemos.

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