Opinión Nacional

De la violencia pasiva

La violencia en Venezuela tiene múltiples expresiones socialmente aceptadas, las agresiones comienzan por «faltas menores» que no son sancionadas y, al ver que sus actos no tienen consecuencias, el agresor continúa e intensifica la violencia. A modo ilustrativo, el ruido es un terrible contaminante que afecta la salud mental y física de las personas; sin embargo, no es nada peculiar que la gente tenga en sus carros, negocios y hogares la música a todo volumen, desde y hasta la hora que les provoque. Baruta es un ejemplo claro y patético de violencia pasiva, donde los agresores pueden ser malandros, policías o -incluso- funcionarios de la alcaldía.

Cuando un funcionario público no cumple su deber está violentando el derecho de las personas que son afectadas por su ineficiencia, pero esto en Venezuela es socialmente aceptado, al punto que ya el ciudadano común no reclama porque siente que exigir sus derechos es tiempo perdido. Pero cuando lo hace, cuando traspasa la barrera de la conformidad, está expuesto a ser víctima de la agresión policial, activa o pasiva; de nuevo, no hacer el trabajo que le corresponde es agredir al ciudadano, el maltrato verbal es agresión, trancarle el teléfono a un vecino que reclama su derecho es agredirlo. Insisto, lo más preocupante de esta situación es que la gente lo acepta como «normal». Pero si vemos lo que ocurre entre los funcionarios de la Alcaldía, la cosa no mejora, al contrario, las respuestas son tan pasivo-agresivas que dan al traste con el autoestima social de los vecinos del municipio.

Como vivo en Baruta, hablo de Baruta. Quienes vivimos en Prados del Este y tenemos el barrio Santa Cruz al frente, perdimos el derecho efectivo de exigir el cumplimiento de cualquier norma mínima de convivencia porque los funcionarios de la alcaldía (incluyendo al mismísimo alcalde) nos niegan ese derecho al decirnos que tenemos que entender que eso es un barrio y en los barrios se vive así. Para estos funcionarios resulta inadmisible que un vecino piense siquiera que es obligación de la alcaldía hacer cumplir una ordenanza de convivencia ciudadana, ¿cómo se le va a pedir a un malandro que modere el volumen de su salsa o su vallenato? ¿acaso el malandro no tiene derecho de pasarla bien? Para ellos no tiene mucho sentido exigirle a un vendedor ambulante de plátanos o al del camión de gas, que establezcan un horario y no hagan ruido, esto es absurdo ¿cómo se le va a negar el derecho al tipo que va en la parte trasera del camión que demuestre su ritmo golpeando las bombonas ? ¿cómo se le va a impedir al tipo del camión de plátano que diga a través de un megáfono todo lo que se le ocurra y demuestre su creatividad? ¡Eso es un exabrupto!. Adicionalmente, como es un barrio, en sus alrededores siempre hay sujetos apoyados a un carro, con el vallenato a todo dar y una cerveza en la mano. No importa que sea en plena vía pública, a plena luz del día o en la oscuridad de la noche, pero como ellos no tienen dinero para ir a un local comercial y sentarse decentemente a beber, tienen que hacerlo en la calle porque también tienen derecho a salir ¿cómo se le va a negar al malandro la salidita? Ellos necesitan divertirse, el que puedan terminar lanzándose las botellas en medio de la borrachera es otra cosa; las molestias ocasionadas por el legítimo derecho al malandraje es un tema aparte, eso es cosa de los sifrinos que no pueden soportar que los menos favorecidos se diviertan.

¡Claro, es un barrio! Ergo, los malandros hacen lo que les da la gana y todo el mundo tiene que tolerarlos, porque -además- tienen el aval de la Alcaldía y de la Policía que, a su vez, se defienden diciendo que no pueden hacer nada o que ya hicieron lo que podían hacer. El ciudadano común vive desprotegido, sin derechos, impotente y, con el tiempo, asume que efectivamente no tiene derechos y esa impotencia se transforma en neurosis, depresión, apatía o violencia.

Baruta es un municipio con unos niveles de violencia pasiva tan elevados, que los vecinos de Terrazas del Club Hípico están separados por un pequeño muro del barrio Santa Cruz y tienen que aguantárselo porque nadie les presta un mínimo de atención. ¿Y qué burgués se atreve a afirmar que levantar un rancho es un acto de violencia? ¿acaso los pobres no tienen también derecho a una casa? El hecho de que su casa sea un horroroso rancho ilegal, acompañado con todas las externalidades negativas de la pobreza y que la conducta de los nuevos vecinos deje mucho que desear es otro tema, porque hay que entender que en un barrio el comportamiento de la gente es sumamente primitivo, básico, casi animal, pero eso no les quita derechos, ni la alcaldía, ni la policía ni nadie va a hacer nada para privar a los pobres y desamparados de su ranchito, su cerveza y su guaracha. Ya verán los ricos que hacen. Que gasten más en vigilancia, en dispositivos de seguridad o en vidrios antiruido… esto último fue una sugerencia del alcalde, increíble pero cierto; como no es capaz de resolver los problemas de los vecinos se limita a sugerir «deja de fumar y pon vidrios antiruido». ¿No es esta una forma de violencia?

Mientras todo esto ocurre en uno de los municipios banderas de la oposición, en donde la Policía de Baruta vive quejándose de la falta de unidades de patrullaje y de funcionarios policiales, el Alcalde Capriles se gasta una fortuna construyendo una plaza que será la envidia de toda Venezuela. Otra agresión adicional al ciudadano común. Es como el malandro que vive en un rancho, con los hijos pasando necesidades y se aparece con un televisor pantalla plana para ser la envidia del barrio. ¡Que mentalidad tan marginal la de Capriles! Y lo peor es que nos tenemos que calar al tipo porque no hay más opciones, porque pedir un revocatorio en su contra sería arriesgarse a terminar con Lina Ron de alcaldesa.

No obstante, la violencia nunca termina aquí, porque se va convirtiendo en un modo de vida, va creciendo, se va especializando. Del corneteo incesante en un semáforo se han sacado pistolas; un vecino molesto ha disparado contra el barrio; las calles se están llenando de buhoneros, peatones han sido atracados en pleno día… cada momento que transcurre entre la ineficiencia de las autoridades y las atrocidades de los malandros es una gota más que muy pronto derramará el vaso. Y cada día que pasa la gente se convence más que no tiene derechos, por lo tanto, si un ciudadano corriente no es capaz de exigir respeto a sus derechos más elementales e inmediatos ¿cómo va a exigir derechos políticos? ¿cómo va a pedir transparencia en las elecciones si piensa que ni siquiera tiene derecho a estar tranquilo en su casa? ¡Vaya paradoja! ¿cómo exigirle a un ciudadano que exija si está convencido que no tiene derecho a exigir nada? Mientras tanto, las autoridades continúan auspiciando el comportamiento apático en la ciudadanía con su ineficiencia; luego quieren convencer a la gente que tiene derechos políticos.

Esto es una mínima muestra de lo que pasa en Baruta, donde el Alcalde y el director de la policía municipal se jactan de que no hay buhoneros, que ha bajado la delincuencia y trabajan con el slogan «En Baruta la convivencia es ley». Este es un pequeño ejemplo de lo bajo que estamos cayendo como sociedad, de lo negligente que han sido las autoridades y los ciudadanos al permitir que la violencia sea la norma, para luego lamentarse del crecimiento de la violencia que se transforma en secuestros, violaciones y asesinatos. Los ciudadanos estamos obligados a exigir nuestros derechos, porque de lo contrario los perdemos por costumbre y para recuperarlos el trabajo es más arduo, pues cambiarle el paradigma a los vecinos y a los funcionarios públicos respecto a lo que es derecho y lo que es capricho no es nada fácil. Sin embargo, las autoridades que estás ostentando un poder otorgado por la voluntad popular, confiados en que podrían preservar un nivel de bienestar social con su presencia en el poder, están obligados a repensar qué están haciendo para mejorar o empeorar la crisis en que el país está inmerso. Al final de cuentas, todo lo que se haga o se deje de hacer repercutirá en un futuro cada vez más cercano y cada vez más oscuro.

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