Opinión Nacional

De preso a carcelero

Con el fallecimiento de Rafael Caldera, todos recordamos su decisión de sobreseer la causa del golpista Hugo Chávez. Tan larga vida (casi 94 años pues nació el 24 de enero de 1916) se ve –injustamente- resumida en un solo gesto: permitir que Chávez gozara de libertad para ser candidato a la Presidencia, que finalmente obtuvo en 1998.

Caldera consideró prudente otorgarle el perdón a Chávez cuando aún no se le habían formulado cargos. Después justificó tal acción diciendo que ya el mismo Carlos Andrés Pérez había ordenado la liberación de militares de menor rango que participaron en la sangrienta intentona del 4 de febrero de 1992 contra su gobierno.

El perdón de Chávez buscaría la reconciliación con los alzados y crear las condiciones para un diálogo incluyente. Tal cosa no sucedió con Chávez porque éste intuyó ser el principal beneficiario de la crispación política.

El juicio nunca se realizó y para la historia oficial hay todavía muchas preguntas por resolver, como el número exacto de muertos que el golpe chambón produjo. Chávez tuvo una prisión privilegiada. No estuvo incomunicado, gozó de las mayores comodidades posibles y el régimen de visitas, que incluía el dar entrevistas a los medios más diversos, era muy flexible.

El perdón a Chávez se dio en medio de la ausencia de manifestaciones en su favor. La cárcel de Yare era visitada por decenas de personas. Si bien en los días posteriores al golpe, su figura generó simpatía entre quienes creen en soluciones rápidas, dos años después (¡apenas dos años preso!), cuando fue liberado, ese apoyo había disminuido mucho.

Caldera se ha llevado a la tumba alguna otra explicación de su perdón a Chávez. Tal vez en el anciano gobernante privó el agradecimiento. Recordemos que sin la situación política creada por el 4-F, que le sirvió para desplegar su viejo instinto y dar aquel discurso una vez conocida la derrota de los militares, Caldera no hubiese llegado por segunda vez a Miraflores.

Muerto quien le abrió el camino de la lucha electoral, Chávez puede recordar la generosidad de la democracia que desmanteló. Hoy se ufana de tener presos personales como los oficiales de la Policía Metropolitana condenados a treinta años de prisión por haber protegido una marcha. Hay cerca de una treintena de presos políticos. Ordena condenar a la pena máxima a una jueza que decidió juzgar en libertad a otro preso suyo. Manda a encerrar a algunos de los banqueros del régimen pero no toca a ministros y altos funcionarios responsables del saqueo en marcha. Obliga a varios de sus contendientes a exilarse para evadir una justicia parcializada que tiene a la cabeza una enemiga del principio de la separación de poderes. Pasó, muy fácilmente, de preso privilegiado a implacable carcelero.

En este angustiante diciembre, sobre todo para los presos venezolanos que sufren uno de los peores sistemas penitenciaros del continente, hay que desear un año 2010 distinto para todos, en especial para quienes son perseguidos por pensar diferente y están presos o lejos.

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