Opinión Nacional

Decir una cosa y hacer otra

Así habrá sido de mala la acción de los políticos profesionales de fines del siglo XX que todavía Chávez tiene una audiencia importante. Los adecos que provocaron la caída de Carlos Andrés Pérez, los copeyanos que pusieron la inmensa torta del “Viernes negro”, los masistas que alentaron la absurda candidatura de José Vicente Rangel, un profesional de la hipocresía; todos tienen un factor común innegable: la costumbre de decir una cosa y hacer otra. Todos se dedicaron a engañar al pueblo. A proclamar razones de palabra que con los hechos desmentían.

El primero que quiso reaccionar contra eso, pero no supo hacerlo, fue Carlos Andrés Pérez. Su primer gobierno se caracterizó por el despilfarro, por la irresponsabilidad de no saber administrar con prudencia los inmensos recursos que le entraron al país debido a la crisis petrolera de la década de 1970. En lugar de ahorrar, de represar esos ingresos para irlos soltando poco a poco, llegó al extremo de endeudar al país de forma irresponsable, y así produjo una real indigestión económica que en nada benefició a nadie.

El dinero corrió por encima del país como una inundación incontrolada, pero la mayoría de los recursos fue a parar a los Estados Unidos y a Europa, y apenas una proporción mínima se quedó en el país en forma de infraestructura. Se creó la paradoja de un país riquísimo habitado por una inmensa mayoría de pobres.

No fue difícil convencer a esos pobres de que alguien se estaba quedando con su dinero, con la parte que les correspondía. Al fin y al cabo veían a los políticos, sobre todo los adecos y los copeyanos, en grandes automóviles y con casas envidiables, y a todos los veían viajar a cuerpo de rey mientras ellos sufrían carencias y miserias. Carlos Andrés Pérez, hacia el final de su gobierno, se dio cuenta de la realidad y trató de enmendarla. Pero era tarde. Vio que había que disminuir los gastos y para eso creó dos grupos de trabajo: uno que decidió eliminar determinados subsidios y otro que se dedicó a inventar métodos para paliar los efectos de la eliminación de los subsidios.

Pero AD perdió las elecciones del 78, y CAP debió limitarse a entregar a su sucesor, Luis Herrera Campíns, la información del trabajo de esos dos grupos. Mal aconsejado por sus “técnicos”, Herrera Campíns optó por ignorar lo que su predecesor le recomendaba y siguió adelante con el Festín de Baltasar, al extremo de que ocurrió lo inevitable, la economía se fracturó y vino el “Viernes negro”, el 18 de febrero de 1983, cuando el bolívar sufrió la primera de muchas devaluaciones, y los pobres seguían viendo como los políticos y un grupo de ricos vivía muy bien mientras los pobres vivían cada vez peor. Como era de esperarse, el partido de Herrera Campíns, Copei, perdió aparatosamente las elecciones del 83, a pesar de que utilizó a su estrella mayor, Rafael Caldera, como candidato. Desgraciadamente, el ganador de esas elecciones, Jaime Lusinchi, puso una torta aún mayor que la de Herrera Campíns, en buena parte por su pleito personal con Carlos Andrés Pérez, que le impidió hacer lo que tenía que hacer, y prefirió el viejo camino de decir una cosa y hacer otra cosa: el país padeció una inteligente campaña mediática que decía que la economía iba muy bien. Pero los pobres seguían viendo lo de siempre: ¿Si el país iba tan bien, por qué ellos iban tan mal? Carlos Andrés Pérez decidió dar el salto adelante, y a pesar de la oposición de los lusinchistas y de la mayoría de los dirigentes de AD, lanzó su candidatura y ganó las elecciones. Por desgracia, no había entendido del todo la realidad, y optó por volver a decir una cosa y hacer otra. Su campaña dio la impresión de que volverían los días de gran prosperidad y por fin los pobres podrían dejar de ser pobres. Llegado de nuevo al poder, decidió hacer lo único que en realidad debía hacerse. Lo que no hizo en su primera presidencia. Apretar los cinturones de todos, no de unos, sino de todos. Se lanzó por un camino de ajustes económicos radicales, confiado en que su gran popularidad sería un escudo invencible. Pero el egoísmo, “el vil egoísmo”, otra vez triunfó.

Con la mayor miopía, los que vieron perjudicados sus intereses se movieron a la velocidad de la luz, sin darse cuenta de que otros, contrariamente a la tesis de Einstein, se movían aún más rápido. Para hacer el cuento corto, un grupito fascistoide de militares organizó dos intentos de golpe que fracasaron, pero debilitaron hasta el extremo el poder de Pérez, que siguió adelante con sus reformas y logró estabilizar la economía, pero fue finalmente derrocado por un “golpe legal” dirigido por quienes veían sus privilegios coartados y volvían a la vieja práctica de decir una cosa y hacer otra cosa.

Muchos de los políticos profesionales, inmediatamente después del primer golpe de estado, se dieron cuenta de que debían morigerar sus privilegios, y hasta se movieron en ese sentido, pero pronto los convencieron de que no valía la pena, y siguieron con su vieja práctica de decir una cosa y hacer otra. La caída de CAP sirvió además para convencer a una mayoría de que los fascistoides golpistas tenían razón: Si a CAP lo tumbaron legalmente era porque había razones para tumbarlo. El que aparentemente resultó un primer ganador de esa situación fue Rafael Caldera, que por fin logró lo que quería, aun sacrificando a su criatura, Copei. Y de nuevo se vio aquello de decir una cosa y hacer otra.

La inmensa mayoría de los venezolanos, finalmente, se convenció de que había que hacer un cambio radical, y el cambio fue elegir presidente al jefe de los fascistoides, militarcito golpista que aparentemente decía lo que la mayoría quería oír. Al fin y al cabo, la inmensa mayoría estaba plenamente acostumbrada a que se dijera una cosa y se hiciera otra. De modo que la corrupción galopante de Chávez y los suyos, su demagogia, su falsedad, no fueron nada extraño para la inmensa mayoría.

De allí que a la gente correcta le resulte incomprensible que Chávez siga manteniendo una notable popularidad a pesar de que es demostrable que dice una cosa y hace otra. ¿No es eso lo que todo el mundo hace? ¿Cómo explicarle a la gente que eso no es lo que todo el mundo hace? Pues bien, ha llegado la hora de explicarlo, de hacerle ver a la mayoría que eso no es lo correcto, que los políticos deben tratar de cumplir con lo que prometen. Que el erario público no es la caja chica de quienes están en el poder. Que quien aspire a gobernar debe comprometerse a mejorar las cosas para todo el mundo, y cumplirlo. Venezuela no puede seguir siendo un país rico habitado por una inmensa mayoría de pobres. No es aceptable que los pobres sigan viendo que un grupito mínimo disfruta de enormes riquezas y viaja a cuerpo de rey mientras la inmensa mayoría sufre cada día más.

Ojalá que eso sea lo que va difundiendo Henrique Capriles Radonski en sus baños de multitudes, casa por casa, pueblo por pueblo, que tan preocupados tiene a Chávez y a los suyos, que siguen diciendo una cosa y haciendo otra, siguen diciéndose paladines de los humildes y a la vez disfrutando del poder y la riqueza con una obscenidad que ni siquiera los peores entre los anteriores se atrevieron a tener. “El Flaco” parece ir por ese buen camino, que debería llevar por fin a los venezolanos por el camino de la prosperidad. Estamos a tiempo y hay un camino.

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