Opinión Nacional

Dejarse ser feliz

Domingo antes del ocaso. Salí de mi casa alrededor de las tres de la tarde y caminé desde Paseo Las Mercedes hasta Campo Alegre. Mi soundtarck fue la Sexta de Ludwig Van. Sin darme cuente llegué hasta la entrada de la Cota Mil y me regresé para caer en La Castellana y luego la décima transversal de Altamira. Ya para entonces había comenzado la Novena, que me acompañó toda la subida y la bajada de Sabas Nieves.

Estaba cerca de la entrada, ya casi estaba llegando abajo, cuando reventó el cuarto movimiento. Me había contenido toda la sinfonía, incluso los extraordinarios primeros, segundos, terceros, y para de contar, acordes del cuarto movimiento. Pero en un momento no me pude aguantar y escuché una voz dentro de mí que decía: ¡Tengo demasiadas ganas de saltar, de correr, de levantar los brazos y dirigir los últimos compases! Antes de que lograra decirle «ni se te ocurra, tú eres una economista seria que no puede andar en eso»; se me adelantó otra voz interna que dijo «Dale, eres libre, gózala» y, así, me encontré pegando brincos como una loquita bajando la montaña.

Lo curioso del asunto es que no me importó la presencia de nadie. Simplemente estaba feliz, demasiado feliz. Fue esa clase de felicidad que opaca cualquier sentimiento de vergüenza. Esa felicidad que no se puede disimular. Al terminar el cuarto movimiento de la Novena, comenzó a sonar una canción que apenas descubrí el sábado: Grace Kelly, de Mika. Es ese tipo de música que, más allá de la lírica, provoca saltar y ser niño otra vez. Y volví a pegar brinquitos y levanté los brazos y me reí. No sé hace cuánto me sentí tan libre física e intelectualmente. Fue la primera vez en mi vida que dirigí la Novena en público ¡y fue la primera vez en mis 34 años que bailé la Novena y no sentí vergüenza! Hacía mucho tiempo que no me sentía tan orgullosa de mí. Pasé la barrera del pensamiento al cuerpo. Usualmente no me importa lo que piensen los demás acerca de mis ideas. A nivel de pensamiento ya he pegado brinquitos en público, pero hoy logré que mi cuerpo hiciera lo que esa voz loca, extremadamente libre, le dijo «dale, qué te lo impide».

Lo curioso del asunto es que parecer muy feliz es socialmente considerado «raro». Hay límites sociales para manifestar la felicidad, no se puede estar como un loco demostrando que se está feliz, eso es malo. Ser feliz es bueno, pero demostrarlo… ahí hay límites. Y contener la alegría ¿no será tan perjudicial como contener la ira o el llanto? Dicen que ciertas enfermedades son producto de sentimientos contenidos ¿contener la alegría no producirá alguna enfermedad? ¿Qué tan malo puede ser, de vez en cuando, permitirse saltar en público y reír y dejar que el cuerpo diga cuánta felicidad hay dentro?

Yo, después de todo lo que sentí hoy, decidí que me voy a reír sola más a menudo y me voy a permitir dar uno que otro saltito loco cuando me provoque. Y si ustedes no son de los que brincan con Beethoven, les sugiero que escuchen la canción Grace Kelly de Mika, es como para dejar que el cuerpo se manifieste.

Felices saludos a todos

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