Opinión Nacional

Democracia de carne y hueso

En este país desde tiempos inmemoriales hemos dependido en gran medida de la discrecionalidad oficial o más precisamente del funcionario público. Gastamos mucho tiempo y esfuerzo en procurarnos leyes, normas y reglamentos de la más variada especie para intentar regular la conducta ciudadana sin poder lograrlo del todo hasta la fecha. Esta actitud ha permitido reiteradamente la pérdida de la debida y necesaria coerción de las leyes sobre el individuo creando con ello la falsa premisa de que únicamente bastaría impulsar los sistemas adecuados para que el país marche solo hacia el progreso, olvidando por ejemplo que una buena constitución que podamos darnos, nunca será mejor que los sujetos llamados a cumplirla, pues en las agrupaciones sociales, rara vez el conjunto es mejor que sus componentes y en la medida que éstos últimos sean fuertes, también lo será el conjunto. En las últimas cinco décadas siempre ha estado a flor de piel en nuestra sociedad el término democracia, definida de manera práctica como el menos malo de los sistemas de gobierno entendiendo con ello que si lo perfecto es enemigo de lo bueno; nunca habrá entonces un sistema perfecto que satisfaga a todos todo el tiempo. Sin embargo, hoy no podemos sentirnos satisfechos con esto que todavía nos empeñamos en llamar democracia, dadas las desproporcionadas asimetrías sociales que se observan tanto en períodos de escasez como en los frecuentes períodos de abundancia, los cuales lejos de ser propicios para nivelar los desequilibrios, por el contrario profundizan aún más éstas desigualdades. Una sociedad que se preocupe por la preparación, el bienestar y la integridad de sus miembros tendrá sin lugar a dudas una extraordinaria oportunidad de sumar mayor felicidad a sus habitantes y la clave de todo ello es prepararse con integridad para la vida, formarse en los valores más simples del hogar y la familia que nos permitirán ser los eslabones firmes que fortalezcan al conjunto y por ende a la nación. No hay nada que el ser humano valore más en sus semejantes como el justo reconocimiento a su capacidad y el respeto a su dignidad, es quizás allí donde podemos encontrar la piedra filosofal del problema. La democracia no tiene la culpa de las equivocaciones o errores de sus intérpretes; pero como pueblo, motor social y protagonistas de primer orden en el escenario real, hemos sido débiles, complacientes de algún modo e instrumentos dóciles a la manipulación populachera de quienes han ostentado el poder que nosotros mismos le damos. No podemos doblegarnos por pasión, el corazón se acelera y perdemos la razón; aún cuando sabemos que existen fuerzas o elementos muy variados que se benefician con una sociedad aterrorizada y obran diligentemente para infundir temor en todos los sentidos, advirtiendo que los gobiernos de turno casi nunca están solos en ésta tarea, pues cuentan con poderosos aliados que también sacan provecho al miedo colectivo. Si estamos de acuerdo en perfeccionar nuestra democracia no podemos ser actores pasivos de los acontecimientos que mayormente nos afectan. No estamos conformes ni mucho menos satisfechos por los niveles demostrados hasta ahora de la mayoría de los indicadores sociales y me temo que hasta el más apasionado oficialista ve con crispación el doloroso espectáculo de muertes violentas en todos los estratos sociales del país; pero no quiero tampoco dar crédito a la satisfacción morbosa de algún opositor que mire indiferente ésta catástrofe en donde tenemos alguna pequeña o gran responsabilidad como componente o como conjunto; por ello nada de lo que pretendamos cambiar o mejorar se materializará efectivamente si nosotros mismos no nos involucramos con decisión firme en el protagonismo de los hechos que nos proponemos cambiar, pues solo así lograremos el sueño de una democracia real, cercana, posible y no la fachada de un sistema que en el papel no es sino una democracia virtual, necesitamos una democracia de carne y hueso.

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