Opinión Nacional

Derrotado por el viaducto

Transcurrirá mucho tiempo antes de que el tema del cierre del viaducto No. 1 de la autopista Caracas-La Guaira se eche al saco del olvido. Mucho se ha dicho y escrito y mucho se dirá y escribirá, lo que tal vez lo convierta en un lugar común del debate cotidiano en el país. Si bien es cierto que los síntomas de deformaciones y fallas estructurales del viaducto comenzaron a ser observadas hace dos décadas, los sucesivos gobiernos hicieron poco por mitigar sus males, que fueran más allá de las discusiones técnicas. Ya en 1987 se había sugerido la construcción de un viaducto alterno, frente a propuestas que señalaban detener el deslizamiento de la ladera Gramoven, que afectaba al tramo sur.

Pero es al actual gobierno al que le cabe la mayor responsabilidad sobre la crisis del viaducto. El poder ejecutivo expresó, por boca del Presidente, que ya conocía el problema desde 2001, cuando otros funcionarios sabían de su existencia con anterioridad. Sin embargo, se suspendió el monitoreo de la estructura y no se tomó las medidas perentorias que se necesitaba desde hacía dos años, cuando las mediciones efectuadas mucho antes señalaban la terminación de la vida útil del viaducto. Era el momento para decidir iniciar la construcción urgente de uno nuevo, pero sin justificación pública alguna se optó por medidas paliativas.

La secuela de problemas que ha comenzado a generar el cierre del viaducto No. 1 es extensa, cuya magnitud y diversidad apenas comienzan a manifestarse. Sus múltiples efectos trascienden al estado Vargas, el primer gran afectado, y se proyectan hacia todo el país. Pero la importancia y lo trascendental del hecho lo elevan al rango de emblema, símbolo o icono representativo de lo que sucede globalmente en Venezuela. Es una dolorosa expresión de la improvisación, la negligencia, la ineficiencia, la indiferencia, la desidia y la arrogancia irresponsables de las autoridades venezolanas, particularmente del Presidente, dada su estrategia de monopolizar, controlar y entremeterse en todos los ámbitos de la vida del país. Lo que ha sucedido es un paso adicional en la dirección que conduce hacia la plena ejecución del gran desastre nacional, efectuada por el Ejecutivo, más interesado en buscar prestigio foráneo y hacer mala política, que en ocuparse de satisfacer las necesidades de la población venezolana. Con ello demuestra una vez más no querer ni interesarle el país.

Inexorablemente el caso del viaducto lo toca directamente. Quiere escurrir su responsabilidad inculpando a sus colaboradores inmediatos, a los constructores del viaducto, a los gobiernos anteriores y hasta a supuestos e imaginarios saboteadores. Pero es su responsabilidad plena. La ciudadanía afectada se pregunta si responderá, acaso, por los daños tangibles ocasionados. El Artículo 140 de la Constitución es claro en ese sentido, cuando el daño patrimonial sea imputable al funcionamiento (en este caso al no funcionamiento) de la Administración Pública. La situación derivada del cierre del viaducto empeorará. Y el gobierno intentará atenuar sus efectos ante la opinión pública con maniobras distractoras. Además de insuficientes, las rutas alternas se congestionarán y deteriorarán, particularmente debido al tránsito pesado, pues fueron construidas para épocas ya superadas, con una densidad de tránsito muy inferior a la actual. Aún aquí la imprevisión fue notoria, pues es ahora cuando comienza a actuarse. El gobierno venezolano no es solamente poco reactivo ante las demandas del país, sino que también desconoce el significado de la proactividad.

Aun frente al desastre del viaducto, algunos funcionarios gubernamentales se empeñaron en intentar mostrar la situación como normal. Fue el caso del superintendente nacional del Seniat quien ilógica y obstinadamente anunció durante varios días que las cargas destinadas al puerto de La Guaira continuarían haciéndolo sin modificaciones, para luego admitir, apenas una semana después, que las mismas sí serían desviadas hacia otros puertos. Para el mismo funcionario, estaba garantizado el triunfo sobre la “pequeña contingencia” generada por el cierre del viaducto. Simultáneamente, en un arranque de escandalosa irresponsabilidad adicional, la estulticia de otros los llevó a anunciar “los mejores carnavales que haya tenido Vargas” (sic), con lo que se evidencia la estrategia de mucho circo y poco pan.

¿Anacrónico socialismo del siglo 21 para resolver esta crisis? Es improbable, pues no se trata de socialismo sino de eficiencia y buena gerencia. Ni siquiera la oferta lastimosa del Presidente, que públicamente lo mostró incontrolable y fuera de quicio, de cargar (?) el viaducto podrá aliviar sus males. Tarde o temprano el actual régimen deberá admitir, puertas adentro y en su conciencia, que el viaducto ha sido una gran derrota para el Presidente, una más entre las varias sufridas. Los venezolanos ya lo han entendido así. Imagínese cuál sería la magnitud de la misma, si a lo anterior se agregara, simplemente, el pésimo estado de la vialidad o la infraestructura del país, que también se desmoronan aceleradamente aún en ausencia de las lluvias.

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