Opinión Nacional

Discurso del Nuncio

«.» wrote:
Este discurso es importantísimo porque cambia y define la posición oficial
de la Iglesia Universal frente a Chávez.

Maldonado el Católico

—– Original Message —–
From: leyla cahue
To:
Cc: ;
Sent: Saturday, July 08, 2000 5:23 PM
Subject: Nuncio

Discurso del Nuncio

Excmos. Sres. Arzobispos y Obispos de Venezuela;
Ilustres Invitados, Representantes del SPEV y de los Medios de Comunicación
Social.

Siendo la primera vez que tengo el placer de encontrarme con ustedes,
miembros de la Conferencia
Episcopal Venezolana, mis palabras quieren trasmitirles un saludo cordial y
fraterno. Este saludo, de
forma particular, deseo enviarlo también a los Excmos. Monseñores:
Arzobispo de Mérida y
Presidente de la CEV, Obispo del Ordinariato Castrense y Obispo de la
Guaira,
los cuales, por
motivo de salud, se encuentran ausentes.

Deseo, en primer lugar, dirigirles unas palabras de ánimo, pues corno punto
principal del agenda,
van a tratar sobre la celebración del Concilio Plenario de Venezuela. Que
este
acontecimiento sea la
gran oportunidad para renovar la vida y misión de la Iglesia y transformar –
como sal, luz y fermento
– la sociedad civil.

No quisiera quedarme en un mero saludo, pues los momentos, tan apasionantes
como difíciles, por
los que está atravesando vuestro país, me impulsan a ir más allá de un
simple
discurso de
circunstancia.

Me he referido a momentos apasionantes y difíciles. Cómo imaginar a una
Iglesia católica, solidaria
con la suerte de la humanidad en general, y de cada pueblo en particular,
que
permanezca ausente
de los acontecimientos de vuestra historia?
La presencia de los católicos en la vida publica venezolana es un componente
fundamental de la vida
social y política de vuestra nación. Por eso, nadie debe maravillarse si los
obispos intervienen para
contribuir a la salvaguardia y al refuerzo de las instituciones
democráticas.

La legitimidad y el deber
de ejercer este ministerio episcopal están expuestos muy claramente en los
documentos del Concilio
Vaticano II, y en particular en la Constitución Gaudium et Spes (n.76)
Señores obispos: el Representante del Papa está con ustedes en el
cumplimiento
de esta misión. No
se trata en absoluto de juzgar personas, sino, más bien, de proclamar la
doctrina cristiana y. ernitir
juicios de carácter moral sobre las realidades de orden político.

La Iglesia reconoce, respeta y alienta la legítima autonomía de las
realidades
temporales, y
específicamente de la política. Ella – la Iglesia – considera la política
como
un arte «difícil y
nobilísimo» (GS 75), cuya finalidad es el servicio del hombre y de la
comunidad, la promoción
incesante de sus derechos y legítimas aspiraciones.

En el momento presente de vuestra historia, existe un punto – un punto entre
otros muchos – sobre el
cual los obispos venezolanos tienen que vigilar atentamente: es el problema
de
la tolerancia. Hace
dos días, en el «congresillo», hemos escuchado palabras excelentes y
alentadoras sobre este tenia,
cuando el historiador Samuel Moneada se refirió a la tolerancia corno un
valor
republicano y como
condición propia de mujeres y hombres que respetan las diferencias y, por
consiguiente, las
minorias.

La Iglesia católica se siente satisfecha de estas palabras. Esperarnos que
esta tolerancia se aplique
también a las evaluaciones que se hacen sobre el pasado más reciente, a fin
de
que se puedan
preservar la coherencia y la credibilidad del discurso político. La
tolerancia
exige que el pasado sea
evaluado con justicia, con honestidad y con prudencia: no digo con
complacencia, indulgencia, y
mucho menos con complicidad, sino, más bien, con una gran preocupación por
la
verdad. De lo
contrario, sería demostrar una verdadera intolerancia el rechazar en bloque
todo lo que ha sido
hecho hasta ahora. Ninguna empresa humana es perfecta.

Creo que es deber de la Iglesia católica venezolana, especialmente en este
momento, alertar sobre
las consecuencias de una visión maniquea de la historia, que consiste en
decir
que todo el mal está
de una parte y todo el bien de la otra. Este modo de pensar, a la larga,
podría poner en juego el
proclamado carácter pacífico de los cambios actuales.

La Iglesia tiene que trabajar en favor de una cultura de la tolerancia. Para
quien tiene profundas y
fuertes convicciones, incluso convicciones políticas, no es fácil ser
tolerante frente a las convicciones
de los demás. La frontera entre la convicción y la intolerancia no es
siempre
fácil de captar. El que
cree, porque está convencido de ello, piensa haber descubierto lo que todos
deberían creer, pues
pretende haber descubierto la Verdad con una V grande. Además, cree que esta
verdad es la sola y
única verdad, no sólo válida para todos, sino también necesaria para todos.

La tolerancia encuentra su razón de ser en el respeto de las decisiones
libres
de las conciencias. Sus
límites consisten en que este respeto debe ser recíproco, porque los hombres
existen los unos para
los otros y porque son solidarios.

Lo que los ciudadanos esperan de los responsables políticos son menos
palabras, y más hechos.

Menos palabras, sobre todo cuando estas, por su inutilidad, pueden hacer
mal.

Existe un libro del
Antiguo Testamento que se tendría que leer a menudo: el libro del
Eclesiástico. En el capítulo 28
versículo 17 dice: «Las heridas causadas por azotes se quedan en la piel.

Las
heridas causadas por
la lengua rompen los huesos».

Concluyo con una breve historia. El cardenal Etchegaray, arzobispo de
Marsella, en Francia,
escuchó de una señora la siguiente oración: «Oh Dios, cuando escucho, el
tiempo me parece largo, y
cuando hablo, el tiempo me parece corto»!
Señores Obispos y responsables políticos: los fieles y los ciudadanos
esperan
de ustedes un signo de
sabiduría: cuando hablen ustedes, encuentren el tiempo largo;
cuando escuchen ustedes, encuentren el tiempo corto.

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