Opinión Nacional

Disentir

Que la costosa nevera al jamón conserve sano, y que deleite al humano porque el agua refrigera; yo respeto esa opinión, yo respeto esa opinión, pero pa mí es más gustosa el agua fresca y sabrosa que me da mi tinajón; Venezuela, Patria mía”.

Luís Mariano Rivera. Cosas nuestras.

Si uno pone en Word la palabra Disentir, y la pulsa con el botón derecho del ratón, se despliega un listado de sinónimos entre los que aparecen: Discrepar, Divergir, Diferenciarse, etc…) y en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, encuentra de Disentir la siguiente definición: “No ajustarse al sentir o parecer de alguien”.

Disentir es por tanto, un derecho democrático; porque democracia reivindica la diversidad de criterios, la heterogeneidad, etc… Elevar nuestra voz para proponer una visión contraria o diferente a lo que otros proponen, está contemplado en nuestra Constitución. En democracia se imponen los criterios y conclusiones de las mayorías, pero se respeta, o debería respetarse, como principio al que disiente; por eso es comprensible en una nación la coexistencia pacífica de un grupo dirigente (gobierno) y un grupo susceptible de oponerse a los lineamientos de dicha dirigencia (oposición). Sólo en sistemas dictatoriales quienes detentan el poder se empeñan en imponer –anticonstitucionalmente- un pensamiento único, reprimir la posibilidad de plantear algo distinto a lo que dimana como ideología desde la clase dirigente; tal empeño pudiera basarse en la necesidad de éste segmento de mantener supremacía rectora sobre las masas, bajo la valoración fervorosa de la palabra como elemento de persuasión -o de la teoría ideológica-; considerando que, a menor fragmentación del ámbito doctrinal, mayores posibilidades de auspiciar en aquellas un criterio determinado; lo que devela, principalmente, apego al mando; ya sea por razones ignominiosas o bien por conservar perspectivas de autoridad desde donde poder ejecutar determinadas políticas que se presumen favorables para un sector de la población; pero en un caso u otro, siempre que para lograr la permanencia en el poder, se recurra a acciones que violenten los estatutos constitucionales, las malas intenciones –desde la conciencia democrática- merecen el más enérgico rechazo, y las buenas también, porque la imposición arbitraria de un grupo minoritario sobre decisiones tomadas en mayoría, dan cuenta de una auto-sobreestimación de las cualidades de dicho grupo, en detrimento del resto de sus congéneres, en lo que se supone una sociedad de iguales. El bienintencionado dictador y sus seguidores, en este último caso, sólo estarían dando muestras de poseer en sus espíritus altas dosis de prepotencia y de soberbia; especialmente desde la óptica cristiana, donde despuntan afiladas las enseñanzas de San Pablo sobre el amor: “Si hablo las lenguas de los hombres y aun de los ángeles, pero no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o un platillo discordante. Y si hablo de parte de Dios, y entiendo sus propósitos secretos, y sé todas las cosas, y si tengo la fe necesaria para mover montañas, pero no tengo amor, no soy nada. Y si reparto entre los pobres todo lo que poseo, y aun si entrego mi propio cuerpo para ser quemado, pero no tengo amor, de nada me sirve”. Y es que según el mismo San Pablo, en su alocución a los corintios mediante una primera epístola, la soberbia y la prepotencia nada tienen que ver con el amor; lo podemos deducir del planteamiento siguiente: “Tener amor es saber soportar; es ser bondadoso; es no tener envidia, ni ser presumido, ni orgulloso, ni grosero, ni egoísta; es no enojarse ni guardar rencor; es no alegrarse de las injusticias, sino de la verdad. Tener amor es sufrirlo todo, creerlo todo, esperarlo todo, soportarlo todo”. (Leer 1 CORINTIOS 13: 1-7).

Disentir, o ser disidente, no significa reaccionar ilegalmente en contra de los poderes establecidos; es simplemente manifestar un desacuerdo (en línea con la conseja cristiana que recomienda: “airaos pero no pequéis”); otra cosa es ir, imbuido en el espíritu de disentimiento, a procurar justicia, desplegando actitudes contrarias a los preceptos legales que demarcan las reglas de juego de una nación; las cuales por cierto, en nuestro caso, incluyen el derecho a la protesta, a la manifestación y creo que hasta a la rebelión, según emana de las entrañas del artículo 350 de la Constitución venezolana donde se expresa –de acuerdo a fragmento citado en un blog-: “El pueblo de Venezuela, fiel a su tradición republicana, a su lucha por la independencia, la paz y la libertad, desconocerá cualquier régimen, legislación o autoridad que contraríe los valores, principios y garantías democráticas o menoscabe los derechos humanos”. Entiendo que esta regulación debe interpretarse bajo la consideración de otros artículos de la carta magna; mas, en ocasiones, algunos grupos lo han invocado –aduciendo sus particulares razones- a la hora de desplegar intenciones desestabilizadoras del orden republicano.

El ser social venezolano, debe ser educado –a mi juicio-, desde niño, para obedecer las leyes y así desarrollarse en armonía con el colectivo que con él comparte la geografía que los contiene bajo la noción de Patria; pero también debe ser educado para disentir; para saber expresar desacuerdos cuando considere que sus derechos –o los de otros- están siendo pisoteados por alguna individualidad o grupo; sobretodo si éstos están investidos de alguna autoridad que les confiere facilidades para imponer sus decisiones por la fuerza; decisiones, sobre todo, que anulen los logros alcanzados por las mayorías en contiendas desarrolladas bajo el amparo de la legalidad, de la constitucionalidad y de la democracia.

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