Opinión Nacional

Dolor de Patria

Dolor e indignación produce en el ánimo el drama que atraviesa Venezuela. Vivimos una hora menguada llena de mediocridad, de vulgaridad y de retroceso.

Un drama que no se refiere únicamente al insólito Presidente que la mayoría de los venezolanos eligió y al mediocre gobierno que nos dirige. Se trata de una crisis mucho más profunda que nos afecta a todos, al gobierno, a la oposición, al sector público y al sector privado, al mundo de la cultura y a lo que queda del andamiaje institucional de la República.

Un drama que refleja una profunda crisis moral y cultural. Alguien dijo alguna vez que “los gobiernos son la resultante del grado de civilización de los pueblos”. El gobierno que tenemos refleja muchas cosas, entre otras la gran falla educativa de la democracia venezolana. Con más y mejor educación el soberano elegiría mejor y tendríamos mejores líderes y mejores gobiernos.

Por otra parte, es inevitable observar los graves errores en la educación de nuestros institutos militares que permitieron las inmensas lagunas y deficiencias que se están poniendo de manifiesto en muchos cuadros de nuestra oficialidad. Falta de formación que llegó incluso a permitir la insurgencia de una mentalidad castrense primitiva que parece haber sido superada en todo el continente y salvo algunos casos del Africa Sub-Sahariana, en el mundo entero.

Drama que lleva a reflexionar acerca de la acumulación de errores y de injusticias en los últimos decenios y acerca de la incapacidad de las generaciones de relevo para abrirle caminos de cambio pacífico, civilizado y modernizador a nuestra experiencia democrática para renovarla y actualizarla. Tenemos que reconocer que no fuimos capaces de convencer a la mayoría de nuestros compatriotas de cambiar hacia adelante y no hacia atrás.

Drama al recordar que en la campaña electoral de 1998 las direcciones políticas de los dos grandes partidos tradicionales de la democracia venezolana, fueron incapaces de construir alternativas serias frente al disparate que representaba la emergencia de una plataforma encabezada por un golpista fracasado convertido de pronto en remedo grotesco de caudillo decimonónico.

Drama que se acentúa al leer los informes de los organismos multilaterales especializados, que destacan la recuperación económica de América Latina señalando que hay dos excepciones: Ecuador y Venezuela. Y eso ocurre cuando los precios del petróleo alcanzan niveles espectacularmente elevados.

Vemos como los países de América Latina tienen Presidentes civilizados, como De la Rúa en argentina, Ricardo Lagos en Chile, Cardozo en Brasil, Pastrana en Colombia, Miguel Angel Rodríguez en Costa Rica, Batlle en Uruguay, mientras en Venezuela tenemos un gobierno de comandantes primitivos, sin la menor idea de lo que significa una gerencia moderna y una economía productiva.

Es doloroso ver que cuando creíamos que en nuestro país ya nunca más volveríamos a las andadas del militarismo, del autoritarismo y del caudillismo, estamos sumergidos en este proceso en medio de la estupefacción de la opinión pública internacional. Y todo esto ha ocurrido frente a un liderazgo político tradicional desmoralizado, apabullado y paralizado por sus propios complejos de culpa.

No puedo negar que me conmueve ver a mucha gente que con toda ingenuidad se prestaron para acompañar la guachafita constituyente y que ahora se lamentan amargamente al constatar que aquel proceso produjo los resultados que inexorablemente tenía que producir.

Pero se siguen cometiendo errores, y se continúa empeñados en hacerle el juego al esquema electoralista y politiquero que el señor Chávez propone para poder decir en el exterior que somos una democracia ejemplar, cuando es evidente que en Venezuela no existen ninguna de las condiciones que deberían existir para celebrar unas elecciones que merezcan el nombre de democráticas y confiables.

Produce indignación que, junto a un ingreso fiscal sin precedentes, estemos contemplando el creciente empobrecimiento del país, el auge del desempleo, el aumento de la delincuencia y el imperio de la corrupción.

El 5 de julio de 1987 en el Congreso Nacional de la República, ante las más altas autoridades del Estado, me permití decir: “El pueblo está bravo…”, expliqué las razones para la indignación popular y propuse las soluciones que debíamos aportar para lograr, por primera vez en nuestra accidentada historia, que se produjera un cambio serio, radical y profundo, sin tener que pagar el precio de una fractura traumática. Entonces propuse avanzar hacia una Democracia Nueva, con una economía moderna y productiva y con equidad social. Casi tres millones de venezolanos me dieron su confianza, pero la mayoría prefirió repetir viejas experiencias.

La decisión de la mayoría y las carencias de un liderazgo que se ha mostrado incapaz de conducir al éxito la promesa de progreso, de bienestar y de felicidad que lleva Venezuela en sus entrañas, son los factores que nos han conducido al doloroso drama que estamos viviendo los venezolanos de esta generación.

Hoy nos sentimos adoloridos e indignados por el drama que sufre nuestra patria. En nuestro dolor de patria encontramos aliento para abordar junto con venezolanos de las nuevas generaciones proyectos de país que en nuevos amaneceres se harán realidad por encima de la mediocridad que nos agobia en el presente. El futuro es bueno: hagamos los necesario para convertirlo en presente.

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