Opinión Nacional

El avión, el avión

No sé si en otros países con un poco más de cultura democrática que el nuestro, se lleva a debate público un proyecto gubernamental como es comprar un avión para uso del Presidente, lo que si no dudamos es que en cualquier país que se precie de respetar la democracia, no puede haber temas o materias dentro del ejercicio del gobierno, que la prensa y la gente común, en nuestro léxico el soberano, no tenga derecho a conocer, analizar, alabar o criticar.

De eso hemos aprendido mucho los venezolanos y si alguna práctica democrática ha sido frecuente entre nosotros es tomar partido a favor o en contra de los gastos en que incurren los gobernantes, no de su bolsillo propio está claro aunque muchas veces éstos, por exorbitantes sorprenden y generan sospechas, sino echando mando en el sentido menos peyorativo del término, al presupuesto nacional o erario público. Es así como la proyectada inversión de alrededor de cuarenta millones de dólares o treinta millardos de bolívares para la adquisición de una aeronave presidencial es ya motivo de encuestas, opiniones de parlamentarios que seguramente darán lugar a un debate formal en la Asamblea Nacional, comentarios adversos de opinadores de oficio y hasta chistes y sátiras por parte de quienes hacen política con las herramientas del humor. El hecho de que nadie nos haya preguntado sobre el asunto no nos quita el derecho de también opinar y, aunque parezca mentira, hacerlo favorablemente. El Presidente de la República tiene pleno derecho, es más, merece tener un avión que sea espacioso, cómodo, seguro y equipado con todos los adelantos de la más moderna tecnología. Por si acaso alguno o varios de nuestros lectores está pensando que esto es un salto de talanquera como muchos que se observan por estos días, los invito a no suspender la lectura de este artículo y así despejar cualquier duda al respecto. No he dicho el presidente Chávez sino el Presidente de la República, que el actual se llame Hugo Chávez es un mero accidente que en nada varía el fondo de esta opinión. Sin embargo esa circunstancia accidental rodea el asunto de unos intríngulis que no tendrá si el Presidente fuera otro con características mejor encuadradas dentro de lo que podría llamarse normal.

Es casi rutina por parte nuestra referirnos al hipócrita discurso de pobreza compartida que por décadas ha manejado la dirigencia política del país, sin excepciones, y que fue tomando cuerpo hasta hacerse la mejor arma demagógica de la Izquierda pseudo revolucionaria después que el Viernes Negro enterró nuestra ilusión de país rico con amplias oportunidades para el ascenso económico y social. Como el Estado y sus administradores se manifestaron incapaces de frenar la caída en picada de los niveles de vida de la población, sobrevino una especie de repliegue táctico consistente en hacerle el juego a ese discurso cubriendo a todo lo que dependiera de la administración pública con ropajes de indigencia. Nadie que estuviera en la mira del público podía ser demasiado diferente de la gran masa depauperada. El Presidente y los ministros debían tener como sueldos cantidades miserables, ni qué decir de parlamentarios, gobernadores y alcaldes.

Una malhadada Ley de Homologación de sueldos impulsada por el gobierno de Caldera II y motorizada por su hijo, el entonces y de nuevo diputado Juan José Caldera, vino a institucionalizar esa hipocresía que permitía, entre otras cosas, represar las justas aspiraciones de mejores salarios por parte de profesores universitarios, jueces, maestros, policías y demás servidores del Estado. Permitió además que la gente se acostumbrara a observar como algo inevitable, el deterioro galopante de edificios públicos, la ranchización del entorno con buhoneros incluidos, la transformación de autopistas, carreteras y calles en vías llenas de huecos y sin iluminación ni vigilancia y muchas otras de esas calamidades que genera la falta de inversión estatal en obras de mantenimiento. Como todos pasamos a ser iguales (aunque algunos fuesen más iguales que otros) ha sido posible desde hace años que los vendedores por cuotas de baratijas y trapos, expendedores de fritangas, mendigos y otros especímenes del tejido infrasocial patrio, entren como Pedro por su casa en tribunales, salones de clase en las universidades, oficinas parlamentarias y ministeriales sin que alguien, so pena de ser acusado de violador de los derechos humanos, se atreva a impedirles el acceso. En fin, Calcuta no está reproducida solo las calles de las capitales y otras ciudades más o menos importantes del país, sino en todo espacio en el cual deba ejercer autoridad algún organismo público.

Lo mejor que le vemos a la aspiración aún no concretada de comprar este superavión para uso presidencial es que ella corresponda nada más y nada menos que al gobierno en el que reina como emperador romano, Hugo Chávez Frías.

El Universal en su edición del 13-9-00, nos recordó aquellos votos de pobreza mas que franciscana que el actual mandatario propaló a los cuatro vientos en los días anteriores y posteriores a su primera toma de posesión: Ni La Casona ni La Guzmania ni cualquiera de las otras residencias presidenciales eran necesarias para sus ascéticas costumbres, apenas un apartamentico. ¿Para qué tantos automóviles adscritos a la Presidencia? Bastaba con algún compacto de los llamados populares. El tema de los aviones propiedad del Estado y su venta aparente o real, fue propicio para montar uno de los mas exitosos shows mediáticos del Presidente. Si a todo este espectáculo para la galería agregamos los constantes anatemas contra los ricos que acaparan tierras y se atragantan de lomito, caviar y whisky añejado en los restaurants del Este de Caracas, nadie debería extrañarse de esa empatía rayana en adoración que los pobres de verdad verdad tienen con el pobre Presidente. Que sea justamente él quien no vacile en gastar treinta mil millones de bolívares nada más que en un avión abre grandes esperanzas a esos miles de funcionarios que claman por mejoras salariales y a todos los venezolanos que quisiéramos vivir en un país vivible con calles, plazas y oficinas públicas que no parezcan la reproducción del más pobre de los países africanos. Pero hay un elemento adicional que nos conduce a aplaudir con las dos manos y a gritar hurras a la comprar del superavión y es un argumento que esgrime el General Andara, oficial retirado y no chavista: “ya no es adecuado (el actual avión) para un hombre que pretende moverse alrededor del mundo”. ¿Alrededor del mundo y muchas veces? Que bueno: Me gusta cuando estás ausente porque es como si callaras.

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