Opinión Nacional

El Caballo de Troya andino

Me lo contaron ayer las lenguas de doble filo. Que me engañaste ayer y me quedé tan tranquilo. Otro cualquiera en mi caso se hubiese puesto a rabiar. Yo, cruzándome de brazos, dije que me daba igual. Nada de pegarte un tiro. (Con todo respeto, al poeta Rafael de León).

Ocurrió hace algunos años.

Más precisamente el 30 de julio del año 2000. Francisco Arias Cárdenas participaba en las elecciones presidenciales frente a Chávez y a Claudio Fermín. Eso me lo contaron ayer en Barquisimeto. Uno de ellos.

De los verdes. De los militares.

Un jefazo hasta hace poco. Un tanto arrepentido. Que nos engañaste ayer. Que Arias nos mintió antiercito. Bueno, no ayer, durante todo el año 2000.

Arias fingía ser de oposición.

Gente tan respetable como Pompeyo Márquez apoyó al enmascarado. Al Caballo de Troya andino. Otro cualquiera en mi caso se hubiese puesto a rabiar.

Saber que todo fue un montaje.

Que hubo un acuerdo secreto.

Un pacto del diablo.

Unos meses antes del proceso electoral las unidades de inteligencia del Ejército y de la Aviación, coordinadas por la Disip y la DIM habían detectado la existencia de una conspiración, que a pesar de ser desmantelada durante un par de años, gracias a la obra del Aldrich Hazen Ames del Táchira, estalló finalmente por allá en el año 2002.

Pero estaba herida de muerte.

En abril. El 11 para ser exacto.

Las lenguas de doble filo. Arias era de doble filo. Era el jefe del espionaje. La llamada contrainteligencia. Era el «boss spy» en absoluta correspondencia con el mandatario. Esa vieja amistad. Dormían en la misma litera en la Escuela Militar. Dormían en la misma habitación en varios destacamentos militares del país. Dormían en la misma litera en la cárcel donde fueron a parar después del golpe de Estado que orquestaron contra Carlos Andrés Pérez. Demasiados años juntos para no entenderse.

«Pancho», le dijo el hombre, «hagamos la operación militar más atrevida de nuestras vidas. Una estrategia mortal para nuestros enemigos». «Cuál», contestó el curita. «Infíltrate en el enemigo. Están conspirando contra mí. Me quieren tumbar», enfatizó el comandante. «Pero, Hugo, voy a parecer como un traidor, como un vendido, como un tránsfuga». El gocho no quería asumir la tarea. «Serás recompensado a lo largo del tiempo. Si haces eso, no nos tumba nadie. Seremos eternos». La conjura se firmó. Arias cruzándose de brazos le dijo a su comando. «De verdad que me da igual». De allí en adelante todo resultó la mar de fácil. Una que otra declaración del gocho, a veces caliente. Una gallina propagandística. Nada de pegarle un tiro.

Ha pasado mucho tiempo. El montaje acabó. La historia registró el regreso. Como dijo Iris Valera en la Asamblea cuando Judas fue nombrado embajador: «Yo no quiero al gocho, pero si Chávez lo propone por algo será». Sí, Iris. Tenías razón.

Era por algo. Le estaban resarciendo el sacrificio de aparecer como un traidor. Fue una jugada maestra. Y salió mucho mejor que lo esperado. Del plan de ser simplemente un topo, llegó a ser candidato presidencial. Ay, Señor, qué oposición tan torpe. Qué muchachos tan pendejos. Que vejez tan malgastada. Para confrontar a un golpista escogimos otro golpista. El Caballo de Troya andino nos infiltró. Se burló. El Libro Gordo de Petete nos enseña. Militar es militar.

Policía en policía y demócrata es demócrata.

Si fueron capaces de tan torcida maniobra, ¿de qué no serán capaces en las elecciones del 7 de octubre? Ahora que tienen dinero. Poder. Ya sabemos a qué monstruo nos enfrentamos. El Caballo de Troya verde está muerto. No vivirá para octubre.

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