Opinión Nacional

El Candidato

Tenemos cifradas todas nuestras esperanzas en que Venezuela tenga una salida democrática a la pesadilla que estamos viviendo.

Como contrapartida, el presidente, sus colaboradores, la fuerza armada, el poder judicial y el poder moral, se encuentran en sintonía con el aparente único propósito de acabar con el país. El Poder Electoral se encuentra secuestrado y como diría un comentarista de béisbol, jugando banco.

Pareciera que todos los esfuerzos se tienen que concentrar en la tarea, que se ha puesto casi imposible, de lograr los acuerdos que permitan la tan anhelada solución.

Pero, así como se ha demostrado que encontrar esa solución no es fácil, los retos que tiene que afrontar el país después de que logremos un cierto equilibrio institucional, serán descomunales. El país está hecho añicos. Su economía arrasada. Sus instituciones absolutamente desvirtuadas. Su basamento legal destruido. En resumen, vivimos en una nación devastada.

La democracia tiene como fundamento primario que sus conductores provengan de la expresión del pueblo. Sin lugar a dudas que, dentro de condiciones normales, sería deseable que cada sector de la sociedad tuviera un representante diferenciado y que sea la opinión de la mayoría la que escoja a quién debe tener tanto el honor como la responsabilidad de dirigir los destinos de la nación.

Creemos que nuestra democracia, que tiene que dar importantes pasos para su modernización, tiene la obligación de erradicar la posibilidad de que un gobernante, nacional, regional o local, pueda acceder a su posición en representación de una minoría. Para ello hace falta que se consagre en nuestra Ley Fundamental la necesidad de una segunda vuelta cada vez que un funcionario electo no alcance la mitad más uno de los votos consignados.

Creemos que ya son muchos los países que así lo han entendido y estatuido.

Debemos llamar la atención sobre este delicado tema en el caso de los posibles candidatos a suceder a este gobierno de destrucción.

Los acontecimientos políticos de Venezuela en los cuatro años precedentes han obligado a que todos los venezolanos, casi si excepción, se involucren de manera hasta exagerada en casi todos los capítulos del acontecer político nacional. No sabemos decir, ni siquiera opinar, sobre las bondades e inconvenientes que tiene esta realidad, pero si entendemos que ella domina en todos los segmentos de la sociedad. Así las cosas, tenemos quizás, demasiados sectores que quisieran verse representados, con candidatos propios, en el torneo electoral.

La emergencia nacional y la profundidad de los problemas exigirán que esta carrera sea reservada para competidores que realmente sean capaces de representar a un espectro amplio de la colectividad y más importante aún es que dicho respaldo sea producto de haberle demostrado a sus electores, que tiene, además del respaldo, las condiciones mínimas necesarias para conducir a Venezuela a estadios más apropiados dentro del concierto de naciones y a tono con el tiempo en que vivimos.

La nación que anhelamos tiene que ser conducida, desde todas las instituciones públicas y privadas, dentro de patrones éticos que distan mucho de los actuales.

El Poder Ejecutivo, ahora con mayúsculas, tiene que trabajar muy duro para que la nación reciba las mejores condiciones de vida en todos y cada uno de sus estratos.

El Poder Legislativo, para merecer las mayúsculas, tiene que concentrar su trabajo en elaborar leyes que permitan a los ciudadanos y a las instituciones, exigir la igualdad y tiene que establecer y vigilar el cumplimiento de las normas que permitan tomar cuentas del desempeño de los miembros del Ejecutivo.

El Poder Judicial, para ser digno de las mayúsculas, tiene que abocarse inexorablemente a la aplicación de las leyes con imparcialidad verdadera, con uniformidad, con firmeza y con oportunidad.

El Poder Moral, idea romántica de El Libertador y que ha significado una mamarrachada más de este régimen, pudiera tener significado si sus conductores llenaran condiciones de excelencia que ahora están ausentes y se nos ocurre, deberían ser también electos por el pueblo.

Las Fuerzas Armadas, aquellas que eran plurales y tenían el respeto ciudadano, tienen las obligaciones que le establece nuestra Carta Magna y si bien, aspiramos que nunca tengan que pelear para defender a Venezuela en conflictos con otras naciones, si tienen que satisfacer la obligación de hacer cumplir los extremos de la Constitución Nacional, con absoluta abstracción de quién o quienes intentan su violación.

Las tareas son ciclópeas y requieren del concurso de los venezolanos más capaces, mejor preparados y que tengan muy claros tanto sus objetivos como los requisitos morales para cumplirlos.

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