Opinión Nacional

El desafío político de diciembre

A la memoria de Arturo Uslar Pietri, en el centenario de su nacimiento

«Política es tener una idea clara de lo que se debe hacer desde el Estado en una nación«. José Ortega y Gasset

LAS FALSAS OPCIONES

Un propósito común parece animar las candidaturas de Julio Borges y Teodoro Petkoff: hacer mella en el blindado bloque hegemónico dominante y ganarse a la clientela electoral del chavismo. Su meta son los pobres, no importa su adhesión política, aunque apunten en particular hacia aquellos sectores más menesterosos dependientes de las dádivas oficiales. Ambos candidatos los consideran el grueso abrumador de votantes y, por lo tanto, el segmento privilegiado de toda seducción. Su objetivo: convencerlos de que con Petkoff o Borges les irá definitivamente mejor.

Esta política, si es que a estos señuelos electoreros cabe darles tal nombre, se desprende de las declaraciones hechas públicas hasta hoy por ambos candidatos y sus programas electorales. En ambos, la clave parece residir en dar más y mejor mediante la utilización de la renta petrolera como una suerte de inagotable cuerno de la abundancia: la llamada cesta ticket petrolera de Petkoff y el reparto del 25% de los ingresos por concepto de exportación de petróleo anunciado por Borges. Ofertas en dinero contante y sonante para quienes no alcanzan niveles de subsistencia. Con una ventaja adicional, según Petkoff: sin discriminaciones. Plata pal que caiga. Sea chavista u opositor, nini o perdido en la estratosfera de la inconsciencia frente al causante mayor de nuestros males.

Es cierto: todavía resulta prematuro enjuiciar las ofertas programáticas de ésos y los restantes candidatos, estando recién en los prolegómenos de la precampaña presidencial. Sin embargo, hasta hoy, el efecto buscado por todos los candidatos de la sedicente oposición, sin excepción, ha sido el de provocar las apetencias por un nuevo y más generoso administrador de nuestros suculentos ingresos mercadeando ofertas atrayentes para los segmentos c-d-e del electorado. Fórmula no por atávica menos eficaz a la hora de conquistar votantes.

Sólo Manuel Rosales, quien al mostrar atisbos de sus deseos candidaturales se refirió a otros segmentos electorales, parece dispuesto a centrar sus ofertas en otras regiones, más cercanas a los anhelos de lo que podríamos denominar genéricamente «la clase media» venezolana. Pero puesto que el gobernador zuliano ni siquiera ha adelantado las líneas maestras de su campaña, todavía cabe la duda acerca de los ejes estratégicos de su programa electoral.

Tal centro gravitatorio de los programas y ofertas electorales peca de la asombrosa carencia de cualquier referencia a un nuevo modelo de desarrollo político, económico y social, así como del más asombroso silencio respecto de aspectos cruciales de la profunda crisis de valores que hoy sufrimos. Tal crisis no pareciera formar parte de las angustias de los candidatos. Su centro de atención no pareciera encontrarse en la necesidad de enfrentar al régimen con una vocación radicalmente renovadora, transformadora e incluso revolucionaria respecto de sus nudos políticos, ideológicos, culturales, apostando por una Venezuela diametralmente alternativa. Como si la nación no estuviera al borde de irse a pique bajo el peso del populismo más inescrupuloso y descarado conocido en Venezuela hasta el día de hoy. Como si el barco en que naufragamos navegara en aguas calmas y no requiriese de un violento golpe de timón. Como si la entronización de Hugo Chávez no supusiera la inexorable desaparición de los restos de institucionalidad democrática de que aún podemos echar mano.

En efecto: en ninguno de los candidatos parece existir la conciencia del verdadero dilema en que se debate la república -dictadura o democracia- y la imperiosa necesidad de ponerle fin al régimen chavista para salvar la nación y construir una nueva Venezuela. Todos, desde Petkoff hasta Borges, incluyendo a Ojeda y a Smith, el que ni siquiera se considera parte de algún bloque opositor, coinciden en desconocer el auténtico desafío de diciembre: expulsar del Poder al fascismo castrista que nos asfixia e iniciar la reconstrucción nacional bajo un cambio de rumbo de 180 grados.

EL HORROR DE LA CLASE POLITICA

Al parecer para todos los candidatos, e incluso a despecho de sus orígenes políticos, como en el caso de Julio Borges o Roberto Smith, el problema de Venezuela no radica en la izquierda radical que se ha hecho con el Poder y pretende imponer un régimen militarista, dictatorial y autocrático de corte socialista, sino en una imaginaria derecha política con la que Venezuela, para su inmensa desgracia, jamás pudo contar.

Todos ellos parten de un supuesto trágico, que aceptan como una centenaria maldición de nuestra precaria nacionalidad: el país es intrínsecamente de izquierda, estatólatra y populista y para poder incidir en su vida política y aspirar a los cargos de gobierno, especialmente al de la presidencia, se requiere travestirse de ropajes populistas, rentistas, demagógicos y estatólatras. De allí la unanimidad de criterios con que se han lanzado al ruedo electoral: repotenciar el carácter rentista del Estado y conquistar las simpatías del elector mediante ofertas crematísticas. La gestión pública aparece así subordinada a su función benefactora; el Estado a su papel de gran distribuidor de ingresos, obtenidos mágicamente por un azar de la naturaleza; la población a su papel mendicante y la política a la mera administración de becas y subsidios entre electores cautivos.

Esta perversa distorsión del papel del Estado, del gobierno y de la política lleva incluso a sugerir que el perfil ideal de un candidato con posibilidades de éxito para derrotar a Chávez debe ser otro Chávez, aunque mejor dotado para cumplir su papel bajo un régimen eminentemente presidencialista, mejor preparado para llevar a cabo su empresa y mejor inspirado por políticas públicas auténticamente democráticas. Es lo que en otro lugar he llamado un candidato «homeopático». Más de lo mismo, pero en pequeñas dosis. En otras palabras: otro hombre de izquierda, aunque demócrata. Petkoff ha llevado tal dialéctica de perversión ideológica al extremo de ofrecer toda una sistematización intelectual de las nuevas tendencias mundiales: la historia camina hacia la izquierda y no tiene otras alternativas que optar por la izquierda mala -Castro y Chávez- o la izquierda buena -Lagos, Lula, Rodríguez Zapatero, él mismo-.

Tal dialéctica oculta consciente y deliberadamente que las alternativas políticas en que la sociedad moderna se desenvuelve desde el derrumbe de los socialismos reales y la caída del Muro de Berlín son otras: reconocido el capitalismo como única forma posible de reproducción, desarrollo y crecimiento económico -como lo ha venido a poner de manifiesto de manera dramática el giro hacia el capitalismo más salvaje por parte de la Revolución china-, la alternativa es hoy la que enfrenta a quienes apuestan por la prosperidad y el crecimiento o la regresión y la miseria. En términos macroeconómicos, reconocido el capitalismo como única forma posible de supervivencia, la alternativa es integración a la globalización y participación en el mercado mundial, o aislamiento y degradación a formas medioevales de represión política y social. Visto en sus formas arquetípicas para nuestra región: Cuba o Chile. O, si se prefiere: Irán o Singapur. Llevado a un solo territorio: Corea del Norte o Corea del Sur. Ya sabemos dónde se alinea el caudillo. ¿Y los candidatos?
LA UNICA ALTERNATIVA PARA VENEZUELA

Ninguno de los actuales proyectos políticos en curso se plantea el grave dilema de la generación de riqueza en una sociedad enferma de rentismo petrolero. Todos apuestan a la distribución de una riqueza que suponen gratuita e inagotable, sin interrogarse acerca del origen de esos recursos -que no riqueza- y de la imperiosa necesidad de mudar el patrón conductual del venezolano en 180 grados, liberándolo de sus vicios parasitarios mediante la acción consciente de una revolución de los hábitos públicos, para convertirlo en un sujeto verdaderamente productor de riqueza social. Pues es en este parasitismo obsceno y pervertido donde se incuban y reproducen la estatolatría más desenfrenada y todos nuestros males derivados -desde el caudillismo ancestral que nos lastra desde siempre hasta la masificación del estupro, la corrupción, el robo y el asesinato de que somos víctimas, particularmente desde febrero de 1999-.

La súbita desaparición del petróleo o el desplome de sus precios nos situarían en un estado cercano al de Haití. Culturalmente ya nos hemos haitianizado. Venezuela jamás ha producido la riqueza de que han disfrutado, muchas veces de manera injusta y gratuita, sus ciudadanos. Menos ahora, cuando la brecha entre los máximos ingresos de quienes usufructúan del Poder -especialmente empresarios, financistas, contratistas, generales, almirantes y políticos afectos al régimen- y quienes reciben la limosna de las misiones se ha hecho más gigantesca que nunca. Ni bajo el sello del más neoliberal de los gobiernos de la Cuarta República, la riqueza de los más ricos fue más gratuita, corrupta y obscena que hoy y la pobreza de los miserables más humillante y descarnada. Y a esta forma pervertida y decadente de gestión pública se la pretende travestir de socialismo del siglo XXI!

Angustia advertir la ausencia de tales consideraciones en la voluntad de quienes pretenden competir por la Presidencia de la República. Asombra constatar una vez más que nuestros políticos parecen no querer aprender un ápice de nuestras tragedias, repitiendo una vez más los mismos malos hábitos de nuestra politiquería adeco-copeyana. Duele comprobar que ni a Petkoff, ni a Borges, ni a Ojeda ni a Smith les duele el cáncer que gangrena a la nación. Dijo alguna vez Petkoff que la ética no tiene nada que ver con la política. ¿Lo seguirá creyendo? ¿Lo creerán Borges y Rosales, sus comilitones?

Lo cierto es absolutamente lo contrario: Venezuela está llegando al fondo de su degradación. No habrá otro modo de enfrentar y salir del chavismo que luchando con todas nuestras fuerzas contra nuestro parasitismo congénito, nuestro espíritu estatólatra y mendicante, nuestro rentismo criminal. Se trata, en primer lugar, de una cruzada profundamente ética y moral. Es imperioso, si ninguno de los candidatos mencionados asume la defensa de esta revolución de la modernidad, que alguien la asuma y encarne. No hay otro camino para salir de esta noche de tinieblas que volver la mirada al futuro, hacer un esfuerzo magnífico y deslastrarnos de nuestros vicios inveterados.

De no hacerlo, tenemos Chávez hasta el fin de los tiempos. Incluso si mediante un milagro absolutamente inimaginable se quite el uniforme, lleve bigotes, hable claro y raspao y cargue un bastón de dorada empuñadura. Sería una verdadera tragedia para nuestros hijos y nietos. Debemos impedirlo.

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