Opinión Nacional

El desbarrancadero

No, no me refiero a la novela del nihilista escritor colombiano, Fernando Vallejo, ganador del Premio Rómulo Gallegos en el 2003. Hablo del curso que está tomando la «revolución bolivarista» en este año plagado de dificultades para la vida diaria de los 27 millones y medio de venezolanos.

Es en verdad trágico que con los precios del petróleo cotizándose en las cercanías de los 90 dólares por barril, el Estado sea haya vuelto incapaz de darle un vaso de leche diario a los escolares del sistema de educación pública, de siquiera recoger la basura en los alrededores de Miraflores, y de por lo menos contener en algo el avasallamiento del hampa.

Pareciera que después de la derrota electoral del 2-D, el llamado «gobierno revolucionario» hubiera entrado en una especie de perpleja parálisis, en la que sus jerarcas más conocidos prefieren ocuparse de salvaguardar su patrimonio pecuniario, terminándose de olvidar de sus deberes gubernativos.

El propio jefe de la revolución anda en una nube surrealista, insistiendo en desempeñar su fallido papel de «pacificador» de Colombia, mientras en Venezuela se profundiza el desencanto con respecto a las recicladas promesas del socialismo de siglo XXI.

Inclusive la consigna de las «tres erres» para el 2008, resulta como un bajón de categoría en comparación con los «cinco motores» del 2007. Fundidos, por cierto, por obra y gracia del empeño presidencial en imponer la reelección indefinida.

Los múltiples fracasos enumerados a manera de preguntas por el señor Chávez en una de sus recientes peroratas, retratan de cuerpo entero el balance de 9 largos años de mando hegemónico, coincidentes, en su mayor parte, con la bonanza petrolera más prolongada del mercado internacional en toda su historia.

Ello deja sin ningún tipo de justificación que esta inmensa oportunidad de desarrollo esté concluyendo en anaqueles vacíos, en espiral inflacionaria, en rampante criminalidad, en incapacidad crasa y supina para cumplir hasta las más elementales responsabilidades de una administración más o menos razonable.

De allí que aquella aura de promisión que otrora parecía acompañar al señor Chávez, al menos para densos sectores de la sociedad venezolana, ahora se presente como una sombra de desazón y contrariedad.

El discurso de redención social luce cada vez más agotado y menos convincente. Y no es para menos, porque el abismo entre la prédica de convertir a Venezuela en una potencia feliz, y la realidad de una nación agobiada por el agravamiento de viejos problemas y el auge de nuevas amenazas, es, sencillamente, colosal.

La gobernabilidad básica está poniéndose en jaque por causa de la corrosión y precariedad del día a día de las grandes mayorías. Y sobre todo por la escalada inhabilidad de la «revolución bolivarista» en dar respuestas mínimas, a pesar del vendaval de petrodólares.

El desbarrancadero puede que no se perciba en el mundo aclimatado y glamoroso de Naomí Campbell y Oliver Stone, pero en las calles y hogares de Venezuela se padece mañana, tarde y noche.

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