Opinión Nacional

El día de la infamia

El Presidente de la República ha anunciado con extraño alborozo el ascenso de su nuevo general en jefe. Ese honor de Chávez es la deshonra de los venezolanos, quienes abochornados presenciamos como se le dan los últimos toques a la destrucción a las otrora orgullosas Fuerzas Armadas Nacionales. El repugnante espectáculo de ascenso es la violación más grave de todas las cometidas por Hugo Chávez en detrimento de la decencia republicana y por lo tanto el día en que se comete debe ser declarado el Día de la Infamia.
Ni siquiera podemos imputar a Henry Rangel. Él es ejemplo de la hipnosis que Chávez ejerce sobre ciertas mentes primitivas. En 1978, con el país en calma gracias a la pacificación impulsada por Caldera, Henry decidió ser militar. A los 16 años, siendo un adolescente ilusionado, ingresó a la Academia Militar para servir al país. Allí, aun imberbe e inocente, juró defender la patria y sus instituciones hasta perder la vida si fuera necesario. Pero entre bastidores acechaba, lujurioso de poder, el teniente Hugo Chávez, quien había ingresado al Ejército con la siniestra misión de reclutar jóvenes militares para un eventual golpe contra la república democrática. Su misión era destruir la democracia e instaurar una dictadura marxista dirigida por Fidel Castro desde Cuba.
En la Academia Militar, Henry fue síquicamente violado junto a otros ingenuos cadetes casi niños. Fue la peor de las violaciones: se le violó la mente. Se le lavó el cerebro y se le convirtió en enemigo de la patria, devoto de un sistema de valores ajenos al ser del venezolano.
Durante su calculadamente prolongada pasantía por el instituto, Chávez ejecutó al revés el orgulloso lema del instituto: “La Academia Militar forma hombres dignos y útiles a la patria”. Los menores de edad seducidos por su vaho se convirtieron en enemigos de la patria, útiles para Chávez y Fidel Castro. Ahora tiene la desvergüenza de llamar apátridas a quienes no compran sus aberraciones marxistas.
La abusiva corrupción de menores terminó cuando me nombraron Director de la Academia y descubrí el antro en que el entonces capitán Chávez había convertido a mi Alma Mater. Informé de este bochorno a mi superior en la Dirección de Educación, General José Humberto Vivas, pero su reacción fue lenta al punto de parecerme cómplice. Como no tomaba acción, salté la línea de mando y hablé directamente con el Comandante del Ejército, General José Antonio Olavarría. Le pedí que sacaran de la Academia al delincuente y le abrieran juicio, para que no hiciera más daño. También recomendé que en ausencia de juicio y sentencia, su permanencia en filas quedara reducida a cargos administrativos alejados del comando de tropas y bajo estricta vigilancia por la inteligencia militar. También recomendé en ese informe que no fuera considerado para ascenso.
 El general Olavarría me instruyó que lo enviara de inmediato a la Comandancia, donde debía presentarse a su ayudante, el coronel Carlos Rodolfo Santiago Ramírez. Así lo hice. Al enviarlo procedí a preparar un informe que en situaciones normales hubiera acabado con la carrera del corruptor de cadetes, y envié ese informe al Comando del Ejército. En ese momento pensé que había cumplido con mi deber y que mis superiores iban a actuar para extirpar este cáncer.
Lamentablemente no fue así.
Lo que sucedió después me convenció de que Chávez no estaba solo y que en el Ejército había una espesa red conspirativa que protegió a los golpistas. El enemigo estaba infiltrado en los altos mandos. Allí había un descontento que no era percibido por las autoridades civiles y militares cuya corrupción e ineficiencia creaba las condiciones para un alzamiento.
Lo cierto es que debido a los altos mandos ineptos o cómplices, el capitán Chávez ascendió a mayor y le dieron el comando de una unidad aislada en Elorza, donde no tenía ninguna supervisión y era el jefe máximo. Cuando me enteré fui a la Dirección de Personal y pedí me informaran qué había pasado con mi informe. Al revisar el expediente del nuevo mayor me informaron que no había ningún expediente en su contra. Los lavadores de expedientes habían actuado tan eficientemente como los lavadores de dinero. En ese momento comprendí que un efluvio aciago flotaba en el Ejército y me propuse descubrir a los conspiradores y expulsarlos de su seno. Había que sacar del templo a los mercaderes del comunismo. Yo cumplí con mi deber, pero mis superiores fallaron por complicidad o por desidia.
Henry Rangel sólo cumplió una orden de Chávez para crear la leyenda de que las FAN desconocerán su posible derrota en las elecciones del 2012. Chávez es el autor intelectual, como superior que dio la orden para que Rangel cometiera un delito de lesa patria.
Lamentablemente, Henry cree estar “casado” con el líder. Debería saber que Chávez no se puede casar con nadie, porque ya está casado con Fidel. Si le queda un ápice de dignidad, aún tiene tiempo de salvar lo más preciado para un hombre decente: su honra y la de su familia. Le recomiendo que no reciba ese despreciable sol que lo hundirá en la ignominia de la historia.
Si el general Rangel Silva acepta recibir el sol estigmático, los venezolanos decentes debemos detener nuestras actividades en el momento del ascenso y hacer un minuto de silencio, porque se habrá consumado el Día de la Infamia del Ejército venezolano. En ese minuto debemos jurar ante Dios que no descansaremos hasta liberar nuestra patria.
Que Dios lo ilumine, general. Ud. decide.
 

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