Opinión Nacional

El día después…

Las elecciones del próximo domingo tienen un gran significado. No solamente Chávez se está jugando el futuro cierto de su proyecto hegemónico autoritario, ni la oposición una importante representación parlamentaria en la integración de la nueva Asamblea Nacional. Lo que, verdaderamente, está en riesgo trasciende al hecho de obtener una mayoría que, de acuerdo con los cánones de medición en los sistemas democráticos, representaría un usual cambio de correlación de fuerzas, en sintonía con el sano principio liberal de la alternancia en el poder.

En los procesos políticos nunca hay una última oportunidad (algo parecido al determinismo histórico del criticado libro, El fin de la historia, de Francis Fukuyama), porque estos son dinámicos y variables, evolucionan, pues. Sino, veámonos en el espejo de Fujimori, en Perú, para sólo referirme a un ejemplo cercano, relativamente reciente, que, cuando más fuerte se sentía, sus bases de sustentación rechinaban calladamente, carcomidas por la corrupción y la desmoralización.

Siempre la procesión va por dentro…

Los casos de China y Vietnam también son dignos de consideración, aun cuando son sociedades diametralmente diferentes de las nuestras. Tuvieron que abrirse (con un pasmoso pragmatismo) a la economía capitalista de mercado para mantener sus gobiernos opresores. Sin embargo, la inexorable y mostrenca dinámica de la historia los obliga a morigerar, gradualmente, las reglas del juego.

Los alcaldes de las principales ciudades chinas son destituidos por el mismísimo Partido Comunista que los designó, si no alcanzan un crecimiento económico de 7% anual. Esos países entendieron que la sostenibilidad de sus regímenes depende del crecimiento económico y del bienestar común.

El modelo cubano merece mención aparte. La gerontocracia enquistada vive, como viejo paquidermo, sus estertores finales, y camina pesadamente hacia el cementerio.

La colectividad venezolana está transida de paz, de tranquilidad, de convivencia ciudadana. Ahora bien, este anhelo no se cumplirá si un sector de nuestros paisanos trata al otro como enemigos a muerte, a quienes hay que negarles sus derechos básicos. O sea, el pan y el agua… Sin embargo, el pueblo ya muestra signos de cansancio, de rechazo a los que quieren dividirnos. Las compuertas de las barreras geográficas, levantadas artificialmente, se rinden ante la disposición al diálogo de quienes antes se trataban como perros y gatos. Los dirigentes de oposición ¬hasta hace poco confinados al este de Caracas¬ pueden hacer campaña proselitista en el oeste y viceversa. Es decir, el reconocimiento del otro se hace regla y no excepción.

Estos son síntomas auspiciosos de lo que puede ocurrir el día después de las votaciones. Tengo la convicción de que las mayorías silenciosas (frase popularizada por Richard Nixon, en 1968) se pronunciarán por desterrar los odios y disipar los rencores que frenan la reconciliación. Ojalá, a partir de la semana venidera ¬como consecuencia de los resultados electorales¬ retomemos los caminos seguros que nos permitan recuperar el democrático principio universal del respeto a las minorías. De discutir civilizadamente, sin descalificaciones a priori e insultos destemplados y desproporcionados. Sin exclusiones y sectarismos vergonzantes. Por una Venezuela inclusiva. Por una Asamblea Nacional plural y democrática, ¡vota el 26 septiembre!

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