Opinión Nacional

El día después

La preocupación del Padre Ugalde por el día después, el día “D”, merece ser retomada en este momento, que no es definitivo ni será único para Venezuela.

Con el referéndum de la reforma constitucional habremos cumplido todos con nosotros mismos y con el país en su conjunto.

Habremos ejercido nuestro derecho a discernir y a opinar sobre el presente y acerca del futuro que aspiramos a construir a imagen de nuestros más legítimos sueños; y esa opinión, hecha voto, quedará allí firme – en el ambiente y en la conciencia colectivas – con independencia de la actitud de quienes pretendan negarle su valor o escamotearla, o ponerle sordina: creyendo que con ello silenciarán a nuestra conciencia de Nación o que cambiarán así lo que en ella es genuino.

De modo que, el día después de hoy, cada quien y cada cual sabrá a ciencia cierta, desde lo más íntimo, sobre lo que piensa y siente de verdad el pueblo: ese colectivo cultural y político del que hacemos parte. Y tendremos un punto de apoyo cierto que nos permitirá, con mejor tino y vista larga, seguir transitando por los días que vendrán.

En 1952, bajo el control de la Junta de Gobierno que se instalara en el país luego del asesinato del Presidente Carlos Delgado Chalbaud, se realizaron los comicios para la constitución de una Asamblea Nacional Constituyente.

Todos los venezolanos acudieron en masa a ejercer el derecho libérrimo conquistado a fuerza de sangre y sacrificios, y apoyamos en su mayoría a los candidatos de Unión Republicana Democrática, partido opositor al régimen militar. Pero el régimen, dueño del aparato electoral, desconoció los resultados. Los trucó sobre la base de un argumento que bullía en la mente del Coronel Marcos Pérez Jiménez, quien desde entonces ya se decía víctima de conspiraciones e intentos de magnicidio y que expresó días después de su fraude: “El gobierno tiene derecho a esperar, como consecuencia de su obra, … , que los electores del 30 de noviembre de 1952 se pronuncien a favor de quienes han dado prestigio a la patria en lugar de desprestigio…”.

Las elecciones, pues, se habían realizado y sus resultados no eran los que esperaba el naciente dictador. Y, sin embargo, en su delirio y en su día después, al voltearlos, hablaba del 30 de noviembre como si estuviese aún pendiente de cumplirse y argüía para sí “su” derecho – que no era el “derecho del pueblo” – a esperar del pueblo que fuese agradecido y votase por él más que por su obra redentora.

Gregorio Marañón, en su ensayo célebre sobre “El Conde-Duque de Olivares”, decía bien, por lo mismo y a propósito de la actitud de todo dictador como Pérez Jiménez, que gran parte de la fuerza de éste “es la sugestión; pero sugestión que comienza por él mismo, que se cree predestinado a las grandes empresas salvadoras”. De allí que los dictadores no vean otra realidad que la se cuece en sus mentes, incluso de buena fe.

Así las cosas, lo que importa rescatar como enseñanza es que Pérez Jiménez no aceptó su derrota de 1952, desconoció los resultados electorales, expulsó del país a Jóvito Villalba, líder de URD, y se alzó con el poder. Pero ese día después, si acaso Pérez se construyó su propia circunstancia, los venezolanos hicieron otro tanto: sabían dentro de sí cual había sido la verdad electoral y descubrieron que podían luchar y que valía la pena luchar contra la dictadura a brazo partido: porque que el pueblo, desde el fondo de sus conciencias, acompañaba dicha gesta y no al usurpador.

La historia narra, pues, que en 1957, Pérez Jiménez, embriagado de poder, volvió a cargarse la Constitución y arbitró, en defecto de las elecciones generales que debían realizarse, un plebiscito, diciéndole al pueblo que la disyuntiva era simple: apoyarlo a él o negarle apoyo a su obra de engrandecimiento; y que quienes esto último hiciesen eran “malos hijos de la patria”.

El pueblo hizo entonces lo único que podía hacer como pueblo pacífico que siempre hemos sido, a pesar de los violentos: acudió a las urnas y votó contra el dictador, y éste desconoció los resultados: que el pueblo en su conciencia intima sabía cuales eran.

Pero a diferencia de 1952, ocurría ya en Pérez Jiménez el drama que Marañón apunta le ocurre tarde o temprano a todo dictador: “Desde fuera parece más fuerte quizá que nunca; y él mismo, embriagado del veneno del mando, puede no darse cuenta de que están rompiéndose allá dentro los resortes de su magia personal”, y al percatarse de ello verá por todas partes a malagradecidos.

“Toda dictadura, como toda revolución – ajusta Marañón – termina en un tajo, detrás del cual, claro es, la historia sigue, pero en el que los héroes de la revolución o de la tiranía se suelen despeñar”. Y así le ocurrió a Pérez Jiménez el 23 de enero de 1958, a los pocos días de su última tropelía comicial.

La historia, pues, seguirá después de hoy como siguió después de 1952 y de 1958. De allí que lo trascendente sea el día después: ése al que apunta con lucidez característica el padre Ugalde.

Nadie debe tener duda en cuanto a que, a pesar de las horas más oscuras que hayamos podido vivir y que no pasarán totalmente ni se agotarán para siempre, el ansia de libertad humana siempre se sobrepone y es la que nos da razones más que suficientes para mantener la lucha por esa libertad, que tampoco pasará ni se agotará el día después.

El día después ha de ser y será siempre, para cada uno de nosotros, otro día más, presto como todos para recomenzar la agoniosa y también maravillosa tarea de la existencia y por el cuidado de nuestra dignidad.

Breves

 Su discurso, al cerrar la campaña por su culto personal, lo mostró tal y como es. Nada le importa la reforma ni su contenido, sino a sí mismo. Como el hombre de Marañón que es, Chávez, el gobernante más narcisista que haya conocido nuestra historia, cree que el mundo gira a su alrededor y que el país, cada vez que amanece y cada vez que opina o decide, decide alrededor de su imagen. De allí que piense y esté convencido de que el referéndum sobre la reforma constitucional no ha de ser a favor o en contra de ésta: sino a favor o en contra de su persona No olvidemos que alguna dijo, a bocajarro, “la ley soy yo, el Estado soy yo”. Sin embargo, lo propio pensaba Marcos Pérez Jiménez hasta cuando el 1° de enero de 1958 las fuerzas que le eran adversas y que estaban situadas incluso dentro de su círculo más próximo, crecieron como marea incontenible. “Y cuando esas fuerzas adversas – añadiría Marañón – adquieren una tensión superior a las fuerzas de resistencia, un día, al parecer como los otros, el período final del ciclo se cumple y el gran tinglado del poder, que parecía eterno, cae estrepitosamente”.

 La Nación de Buenos Aires nos ve así: “Chávez, en un encendido discurso amenazó con suspender el envío de petróleo a Estados Unidos….. y también advirtió que podría nacionalizar los bancos españoles… Lanzó estas amenazas en el cierre de su campaña por el Sí a su plan de reforma constitucional, en un discurso en el que casi brillaron por su ausencia las referencias a su polémico proyecto. Abundaron, en cambio, sus habituales referencias al “imperio norteamericano” y a la “oligarquía apartida” de Venezuela”. Nada más.

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