Opinión Nacional

El efecto boomerang (II)

2. El complacido camino del sujeto al objeto

Una de las características propias e indispensables a la formación militar, independiente del país o situación de la cual se trate, se refiere a una transformación o transición conductual que debe operar sobre el individuo, ciudadano, en dos contrapuestos sentidos y en dos tiempos distintos.

Cuando el ciudadano, en función de su deber, ingresa a una fuerza militar, de inmediato comienza un ineludible y sostenido proceso de despersonalización que le despoja de muchas de sus condiciones, enseñanzas y prácticas ciudadanas; necesariamente ello, para poder convertirlo en soldado.

El individuo, independiente de especialidades, condiciones intelectuales y físicas, tiene que ser paulatinamente despojado de su voluntad puesto que, por razones de oficio, para poder existir y operar al interior de una unidad militar, el sujeto debe ser entrenado hasta ser llevado a asumir la conducta que se espera de una pieza, más bien un diente o espacio de un engranaje. De un diente o espacio de un engranaje conectado a otros múltiples dientes y espacios de otros también múltiples engranajes que al igual que en la máquina de un reloj, son dientes, espacios y engranajes interdependientes. Y están destinados todos, dientes, engranajes y conjuntos de engranajes, a funcionar de un único y excluyente modo, y para una específica función: La guerra.

Visto así, ese individuo, antes ciudadano ahora soldado, despojado totalmente de su voluntad por el programado, dirigido y ejecutado mecanismos de condicionamiento de sus reflejos –y hasta los más íntimos o básicos– a lo Pavlov, es convertido, atendido y entendido simplemente como un objeto de una muy compleja maquinaria destinada al uso y aplicación de la violencia letal. Como tal, como pieza de esa maquinaria de destrucción, no piensa ni puede pensar puesto que otros, sus superiores y de acuerdo al Plan Operacional Vigente (POV) lo hicieron, lo hacen y lo harán en lo sucesivo por él.

A ese soldado sólo le está dado y permitido, una conducta interna y externa al órgano donde está integrado, de una muy expresa sumisión aún en los extremos de vida y muerte, y a obedecer cualquiera sea la orden, el momento, la situación o la condición en que la reciba de un superior.

Y el duro y apresurado tránsito de objeto a sujeto

Ese soldado, o aspirante y ya oficial si fuere el caso, entrenado, encuadrado, profesionalizado y obediente, sumiso, deberá durante los siguientes veinte o venticinco años luego de graduado, estar sujeto a la voluntad de sus superiores jerárquicos a quienes debe, no importan las circunstancias, sumisión y obediencia absoluta.

Pasado ese período de más de 25 años de sumisión, un día cualquiera, por antigüedad o mérito, en un acto público es ascendido. Su jefe le quita del hombro las barras y se las sustituyen con un sol; y a partir de ese momento y hasta la fecha de su retiro de la fuerza militar, se le ordena, deberá comenzar a vivir una nueva forma de vida; una conducta que no ha conocido ni conoce; deberá aprender a pensar, a decidir y a mandar a sus subalternos al igual que antes lo hacían con él.

Es decir, en ese momento del cambio de las barras por el sol, su vida profesional, familiar, social y económica gira violentamente hacia un azimut distinto, a 180 grados del anterior; alguien, su jefe, le impone la obligación de ser en adelante un sujeto.

Posiblemente algunos lo logran, unos con facilidad otros con dificultad, la mayoría pareciera que no. Para quienes en toda su carrera no les cambiaron las barras por soles, asumimos, le debe resultar de mayor dificultad.

Continua parte III Guerra

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