Opinión Nacional

El futuro de AD o el futuro sin AD

La verdadera culpa, la más grave que debe imputársele a AD, en tanto que partido responsable de moldear la democracia a la venezolana, es el populismo como instrumento proselitista. AD no logró nunca desterrar el discurso prometedor de paraisos. Sólo que ahora quien administra el EDÉN es Chávez y nos ha dejado, a los adecos, el papel del Diablo. Cuando observamos, mediante un nada fácil ejercicio de objetividad, las pasiones que desata el fenómeno Chávez: un fervor de la mayorías rayano en la adoración y un rechazo en los sectores que se suelen llamar AyB , amén de cierta intelectualidad, bastante parecido al odio, no podemos menos que compararlo con lo tantas veces leído y oído sobre la aparición en tierras venezolanas del llamado fenómeno adeco. No andaba equivocado ni exageraba Rómulo Betancourt cuando el 13 de septiembre de1941, en el legendario mitin del Nuevo Circo de Caracas, vaticinó que Acción Democrática había nacido para hacer historia. A partir de ese momento y durante cincuenta y ocho años la historia de Venezuela no puede escribirse con prescindencia de A.D. Su impronta está en todo lo sucedido en estas casi seis décadas, incluida la de la dictadura que siguió al derrocamiento de Gallegos en 1948.

Rómulo Betancourt logró concebir, como el mismo lo exaltaba, un partido político a imagen y semejanza del pueblo venezolano. El y el conjunto de hombres y mujeres que fundaron el partido, hablaban el lenguaje del pueblo y lograron sembrar en cada rincón de la geografía nacional una casa de AD que era sitio de reunión, de discusión y de encuentro para la solidaridad, incluida la que dio lugar a esa constante de la democracia vernácula: el clientelismo. Su mensaje fue de redención, las grandes masas paupérrimas, preteridas, analfabetas lograrían elevarse y conseguir la felicidad, gracias a Acción Democrática. El himno del Partido compuesto por dos venezolanos de excepción Andrés Eloy Blanco, la letra, e Inocente Carreño, la música, llegó a tener para muchos más significado y a despertar más emociones que el propio himno nacional. Ser adeco pasó a ser, más que una militancia política, un sentimiento, casi una religión transmitida de padres a hijos.

La llegada de Acción Democrática al poder, a raíz del golpe militar contra Isaías Medina Angarita el 18 de octubre de 1945, se despacha hoy como un crimen contra un gobierno democrático, respetuoso de las libertades individuales y de los derechos humanos. Se marginan dos circunstancias relevantes: 1º El golpe hubiese prosperado igual sin la participación de A.D. y el régimen instaurado a continuación habría sido una dictadura militar. 2º Isaías Medina era en sí mismo un hombre tolerante y amplio pero su gobierno no logró romper con el pasado gomecista de privilegios y no se atrevió a producir los cambios políticos que el país reclamaba. Un tercer hecho que hoy se exhibe como justificación propia y ajena, para todos los excesos del chavismo: la popularidad, el respaldo masivo de la gente, fue el piso de aquel gobierno provisional de apenas dos años y medio y de los escasos nueve meses que gobernó Rómulo Gallegos, para acometer profundas reformas, cambios radicales. Pero también para abusos y atropellos. ¡EXCESOS! Y como lección para la historia, si suponemos que alguien aprende de ella, aquel gobierno que alcanzó su condición de tal con el voto libre de más del 80% de los hombres y mujeres mayores de 18 años, fue derrocado en horas sin que esas masas redimidas que plenaban los mítines y ovacionaban a sus lideres, dieran la menor señal de resistencia.

Era natural, casi obligante que una situación como la descrita amén de un partido desalojado del poder, proscrito, condenado a la clandestinidad y con el grueso de su liderazgo en la cárcel o el exilio, produjese la creencia de su desaparición. ¡Acción Democrática ha muerto! podía decir sin enfrentar reproches, cualquier titular de prensa de la época. Pero AD renació para ser de nuevo gobierno en 1958 y en 1963, en 1973, en 1983 y 1988. Y para obtener 13 de las 22 gobernaciones de Estado y el 70% de las Alcaldías, incluídas las de Caracas y Maracaibo, en 1995. Con cada derrota electoral unos esperaban y otros vaticinaban el final, la muerte, la desaparición de Acción Democrática pero este Partido mostraba su capacidad de recuperación de una manera que resultaba sorprendente para los más agudos analistas políticos. Así fue hasta el 6 de diciembre de 1998. Ahora no es sólo Chávez en sus recurrentes discursos, ni los adversarios ancestrales que creen por fin ver realizado su sueño de aplastar a AD. Ahora son los mismos acciondemocratistas quienes dudan de las posibilidades de resurgir, al menos en el mediano plazo.

Hay mucho de mala conciencia en esta suerte de resignación ante el improperio y la amenaza, ante la burla y el desprecio. Corrupción, clientelismo y caudillismo (o falta de democracia interna) son quizá los tres elementos coincidentes que destacan en el discurso antiadeco, en el análisis que pretende ser científico y en el mea culpa que no pocos adecos acometen. La gran pregunta es con qué o cómo ha querido la mayoría del electorado venezolano que se sustituyan estos vicios: Con más caudillismo, más clientelismo y seguramente- lo veremos al cabo de un tiempo- más corrupción, la que provoca siempre el ejercicio omnímodo e incontrolado del poder.

La verdadera culpa, la más grave que debe imputársele a Acción Democrática, en tanto que partido responsable como ninguno de moldear la democracia a la venezolana, es el populismo como instrumento proselitista desde el gobierno y desde la oposición. El Partido que más esfuerzos y aportes hizo para democratizar la educación, el partido que llenó de escuelas, liceos, universidades y tecnológicos toda la geografía nacional, el partido que hizo posible el surgimiento de una clase media que llegó a ser por muchos años, la más próspera de toda América Latina, no logró nunca desterrar el discurso prometedor de paraisos. Solo que ahora quien administra el EDÉN es Chávez y nos ha dejado, a los adecos, el papel del Diablo.

¿Sobrevivirá AD a este discurso? ¿Está en gestación otro gran partido que habrá de sustituirlo? Comencemos por lo segundo: Chávez ha incurrido en el error de muchos lideres carismáticos en Venezuela y fuera de ella: formar una organización política para servirse de ella pero sin capacidad para trascender a su creador. La «boinita roja» que simboliza al M.V.R y de paso a la plataforma militar que es la que a Chávez realmente le importa, tendrá la vigencia que tenga la popularidad de Chávez. Betancourt fundó un partido capaz de trascenderlo, Chávez no, como no lo hicieron Caldera ni Jóvito Villalba. Acción Democrática, maltrecha y aporreada, lanzada contra las cuerdas, es el único Partido con organización y estructura y capaz de presentar liderazgos regionales que compitan con los elegidos a dedo por Chávez y ungidos por su bendición.

Lo que presenciamos y lo que tendremos que presenciar por muchos años más aún entrado el siglo 21 o tercer milenio, no es la confrontación programática o ideológica sino la guerra de los carismas, de las imágenes, de los mensajes redentores, de las promesas de éxito fácil tras el inventario del fracaso del otro. Acción Democrática no está muerta, apenas arrinconada mientras encuentra a esos líderes puro carisma y con discurso estremecedor que prometan que, ahora sí, de verdad, el Paraiso es posible.

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