Opinión Nacional

El hombre, ese bárbaro animal

Los que somos antitaurinos, y vemos en esa fiesta un paradigma de la crueldad, no sólo por la tortura del animal, sino porque su único objetivo es gozar con ello, siempre nos enfrentamos a nombres de la literatura y el arte amantes de la fiesta. En todo debate nos lanzan Hemingways a la cabeza, como si uno no pudiera ser un buen escritor y, a la vez, un bárbaro. Siempre pensé que este recurso respondía a la debilidad argumental de quienes quieren defender lo indefendible. Que hoy, pues, cite a Álvaro Mutis, a Laura Esquivel, a Elena Poniatowska o a cualquiera de los intelectuales que han mostrado su repulsa por la masacre de focas en Canadá no responde al mismo recurso fácil, sino a un acto de denuncia. En el mundo los hay que se preocupan por la tortura y la muerte gratuita de animales indefensos. Y digo en el mundo, porque la indiferencia con que en España se ha acogido la matanza de miles de focas me resulta muy dolorosa. A excepción de EL PERIÓDICO y de TV-3, casi ningún medio ni ningún intelectual han considerado necesario horrorizarse. Como no nací ayer en la lucha por los animales, no expresaré sorpresa. A pesar de que resulta evidente que la sensibilidad hacia las otras vidas del planeta representa un escalón en la civilidad, aún hoy parece patán y ñoño luchar por los animales. Digamos que no queda demasiado intelectual, y así ésta es una lucha paria que seduce poco a los comprometidos de todas las causas. Si la indiferencia es una forma de violencia, sin duda España resulta un país especialmente violento con los animales.

Ha empezado, pues, la fiesta de la sangre. La bióloga Nuria Querol, encarcelada en Milán por protestar ante Dolce & Gabanna, Versace y Prada (compradores de piel de foca para sus modelos), lo expresa así: «La caza comercial de focas en Canadá es la mayor y más cruel matanza de mamíferos marinos en la tierra». Canadá ha autorizado un 30% más de matanza que en el 2004, de manera que este año se puede llegar al medio millón de muertes. Aducen falta de bacalao en sus mares, pero este es un argumento falaz. Primero porqué la población de focas se ha reducido de 40 millones a menos de 2,5. Segundo, porqué esconden los 16 millones de dólares que el año pasado ganaron vendiendo las pieles a China, Noruega, Japón, o Dinamarca. De hecho, los bebés foca representan el 95% de la masacre, precisamente por su bello pelaje blanco. Golpeadas en la cabeza con el hakapik, garrote para romper el hielo, está demostrado que al 40% se les arranca la piel vivas. La descripción de la masacre por centenares de pescadores, que lo matan todo a su paso, es uno de esos episodios que nadie con sensibilidad puede relatar sin romperse.

Con el telón de fondo de la sangre en el paisaje y con la convicción moral de que ésta es una lucha contra la maldad, planteo dos preguntas. La primera es a las mujeres que compran esas pieles. ¿Se sienten bellas? ¿La crueldad y la muerte pueden ser el colgante de la belleza? Sólo desde una indiferencia absoluta hacia el dolor, alguien se puede mirar al espejo, saber que lleva el fruto de una muerte gratuita y sentirse bien. No creo que la muerte sea fashion y mi concepción del glamour está mucho más cerca de la belleza de una foca bebé que de la visión de una mujer con su cadáver a cuestas. Puede que Versace o Dolce & Gabanna sean grandes creadores de moda, pero si la moda necesita del asesinato gratuito de otras vidas indefensas, frágiles y con su inapelable derecho a vivir, entonces esa moda forma parte de las cavernas.

La segunda pregunta la formulo a los nombres propios de mi país, tan alejados de una lucha que forma parte inequívoca de los valores de justicia y solidaridad. Incluso entre los partidos llamados ecologistas es mucho más cómodo hablar del agua que no de los derechos de los animales. Porque éstos no dan votos, pero también porque aún estamos en una fase muy inicial de compromiso. En cualquier caso, sonoro silencio y sonora indiferencia de políticos e intelectuales que se escandalizan por todo, pero no por la muerte, a mazazos, de miles de crías de focas. Llega a tal punto el descrédito, que defender a las focas es una vía segura al chiste fácil. Sin embargo, habrá que decirles a todos los que callan que están lejos de las corrientes modernas del pensamiento, y que hoy no se concibe un compromiso sostenible sin una lucha contra la tortura y la muerte de animales.

Alrededor de medio millón de focas morirán en pocos días gracias a la decisión de un Gobierno, a los cazadores, a las ganancias que permiten grandes marcas de la moda y a nuestra absoluta indiferencia. El histórico activista Paul Watson ha pedido el boicot a productos canadienses como el marisco. Yo soy más humilde: sólo pido que nos duela la agonía de esos pequeños mamíferos y nos conmueva su muerte. Y que nos repugnen, hasta la rabia, los que trafican con ella.

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