Opinión Nacional

El hombre muerde al perro

En el mundo extraño y hasta surrealista de la «revolución bolivarera», lo bueno es malo, lo malo, peor, y las cosas se trastocan de tal manera que la verdad termina siendo reemplazada por el cinismo o la propaganda. Veamos algunos ejemplos recientes que ilustran el asunto.

El prospero diputado oficialista –perdón por la triple redundancia—, Calixto Ortega, acusa al arzobispo de Mérida y vicepresidente del organismo episcopal de América Latina, el Celam, monseñor Baltazar Porras Cardozo, nada menos que de «ofender a Dios» porque tuvo la osadía de responder a la última andanada de insultos presidenciales. Para el redondo Calixto el pecador es el arzobispo vituperado por el mandatario. ¿Qué tal?

La presidenta de lo que queda de la Asamblea Nacional –que no es mucho–, Cilia Flores, en nombre de la «democracia participativa y protagónica», del pueblo claro está, anuncia que el proyecto de Reforma Constitucional se encuentra a punto, y que, muy participativamente, el señor presidente Chávez dirá el cuándo, dónde, qué, cómo y por qué de su contenido y alcance. Con razón la idea de la «participación continua» es tan apreciada en el despacho rojo-rojito de Miraflores.

El alcalde metropolitano de Caracas, Juan Barreto, y sus numerosos escoltas arman un nuevo zaperoco de abuso e iracundia ¿cuándo no?, esta vez en el estadio Universitario en plena semifinal de la Copa América, en el que agreden, entre otros, a un profesor venezolano, a un periodista uruguayo y a un aficionado mexicano, y resulta que la culpa de todo la tiene la intolerancia de los agredidos, «herederos de la Cuarta República», de seguro que sobre todo el charrúa y el azteca…

El ex-vicepresidente –y aspirante a serlo de nuevo—José Vicente Rangel, otrora sonoro defensor de todos los matices de la libertad de expresión y en especial de la libertad de prensa, no sólo se hace el loco con el cierre de canales de televisión y emisoras de radio, con el enjuiciamiento de periodistas y opinadores, con el acoso gobiernero y tributario a medios independientes, sino que todavía tiene estómago para cantar a los cuatro vientos «que nunca antes había habido en Venezuela tanta libertad de expresión como ahorita mismo».

Así como éstos hay casos a montón en los que las más elementales nociones de discernir la realidad, son distorsionadas de una forma tan grotesca, que no pocos incautos terminan dudando cuál será la verdad. Típicas al respecto son las explicaciones del abogado Germán Mundaraín, Defensor del Pueblo, quien siempre se las arregla para darle la razón al poder cuando reprime al ciudadano, que él, por mandato constitucional, está obligado a defender.

Cómo no recordar, entonces, lo que decía Adolfo Hitler: mientras más grande la mentira más crédula es la gente. Aunque en honor a la experiencia «mentirológica» de los últimos años, ya ni la propia parentela presidencial se debe estar tragando las cobas de los ansiosos voceros oficiales; muchos de los cuales, por lo demás, andan tan locos por el favor del mandamás, que se la pasan en un mundo al revés, donde ellos andan mordiendo al perro.

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