Opinión Nacional

El infeliz placer de envidiar

La envidia se cuenta entre las emociones de mayor impacto en la escala negativa de crecimiento del capital humano. La persona envidiosa, si no puede poseer también una cosa (talento, etcétera) que otro tiene, prefiere que la otra persona tampoco la tenga. El envidioso prefiere que ninguno la tenga a que otro la tenga y él no. Y cuando la envidia se propaga, tiende a crecer aliada de emociones cercanas como el odio y el rencor, los celos y el complejo de inferioridad.

En las instituciones el impacto de estas emociones tiene su alcance demoledor. Se percibe a quien tiene talento, no como alguien de quien se puede aprender o con quien hacer equipo, sino más bien como una amenaza –alguien que viene a quitarle oportunidades a los demás-. Cuando la envidia se propaga como hábito, las organizaciones se predisponen a aprovechar nuevos conocimientos, ideas nuevas, cambios y, obviamente, desarrollo.

Una falsa afirmación de identidad regional como “la santandereanidad”, por ejemplo, puede conseguir una respuesta ambivalente ante individuos de otras regiones. La llegada de estos puede traer celos. El recién llegado es una disponibilidad adicional de capacidades similares a las mías, lo que hace que ellas valgan menos. El envidioso apunta los talentos de otros, como parte de sus propias desventajas. En economía se denominan rendimientos decrecientes.

Pero, contrario, si encontramos gente parecida y de buen nivel –un número mayor de pares- el grupo adquiere lo que Chucho Bejarano llamaba: masa crítica. Las organizaciones y las instituciones se benefician del intercambio de ideas. Habrá con quien discutir, dialogar, controvertir, polemizar. Y de este modo se hace más probable que la dinámica del intercambio entre pares, jalone el mejoramiento de más tecnología, más conocimiento y mayor productividad. En economía se habla de rendimientos crecientes.

Las organizaciones, en última instancia, pierden o ganan con el ingreso de nuevo personal, mejor preparado y más dedicado, dependiendo de cómo interpretan a los nuevos empleados, si como complementarios del proyecto de futuro que tienen, o si como simplemente sustitutos. Si lo primero, todo el mundo dentro de la entidad gana por rendimientos crecientes del capital humano. Si lo segundo, los titulares pierden por rendimientos decrecientes. Una organización en la que se propaga la envidia, no sólo se estanca, sino que tiende a degenerar el ambiente emocional de las personas.

Las organizaciones pueden fomentar su mejoría del capital humano en la medida en que estén dispuestas a renovar a sus integrantes. Cuando alguien nuevo llega con conocimientos inéditos, ese nuevo conocimiento se agrega al que ya existe, y entre mayor sea el conocimiento acumulado preexistente, mayor el potencial de beneficio por la adición del conocimiento nuevo. Lo mismo vale para una región y para un país, la mayor disposición al desarrollo es directamente proporcional a la capacidad de aprender, comparando e imitando positivamente de otros.

Al contrario, una organización que haga prevalecer acuerdos dogmáticos y que proteja los intereses de sus miembros debido a la envidia que despiertan los nuevos, tiende a frenar el desarrollo de la sociedad. La envidia como sentimiento traslada a la esfera de lo privado la mezquindad de quienes la padecen. Es malo que te reconozcan como envidioso pero es que no puedes contener el deseo ver al otro por debajo. O al mismo nivel. La envidia se desliza sobre una superficie donde todo debería ser plano o igual.

Y es común encontrar como efectos sociales de la envidia, la calumnia y el descrédito. Porque los demás no pueden ser mejores, a estos se les debe aislar. Como resulta difícil recorrer el esfuerzo de los talentosos, hay que reducirles su función social, mandarlos callar, intimidarlos, amenazarlos. Y haciendo esto la sociedad pierde la oportunidad de beneficiarse de sus conocimientos.

Llegamos al corazón del asunto. En el fondo, una sociedad puede alcanzar avances notables de crecimiento y desarrollo dependiendo de cómo pueda traducir las emociones negativas, transmutarlas en emociones positivas de capital humano. Los avances de conocimiento que se inician con esos círculos virtuosos son, generalmente, golpes de suerte dentro de las organizaciones. A alguien le sonó la flauta un día y surgió: La incubadora de empresas, Bucaramanga Emprendedora.

Al final de su libro: Literatura y Revolución, al describir cómo sería el hombre (con el tiempo) en una sociedad comunista, dice León Trotsky:

El hombre se volverá inconmensurablemente más fuerte, más sabio y más sutil; su cuerpo se volverá más armonioso y sus movimientos más rítmicos, su voz más musical. El promedio del tipo humano se elevará a las alturas de un Aristóteles, de un Goethe o de un Marx. Y sobre estas cumbres surgirán nuevos picos.

Si esto sucediera, la persona promedio, “tan sólo” en los niveles de Aristóteles, Goethe o Marx no pensaría que es muy competente y versada en tales actividades; tendría problemas de autoestima. ¿Porqué? La persona siempre está comparando bienes y talentos, y al hacerlo, desea que otros no compitan en el mismo terreno de modo superior.

El detalle que oculta la ilusión de Trotsky, es que las personas que lleguen a esas cumbres (Aristóteles, Goethe, Marx) no tendrán más autoestima individual que la que ofrece la capacidad de hablar un lenguaje o el poseer manos capaces de agarrar cosas.

La sociedad está en mejores condiciones de superarse dinámicamente si expone la importancia de las diferencias, y si promueve grados distintos de oportunidad para los ciudadanos. Pero si predominan la envidia y la desconfianza, está condenada a desperdiciar el conocimiento y los golpes de suerte. La envidia propagada anula los beneficios de la inversión en capital humano e impide que las instituciones aprovechen el talento de los mejores.

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