Opinión Nacional

El legado de Chávez

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El “conciliatus” –como calificaban los romanos el
proceso de restaurar una relación social alterada
por un conflicto– no es evidentemente sencillo. En
estos procesos, hasta el término “reconciliación”
es difícil de utilizar, pues no tiene una definición
unívoca. A esta conclusión llegaron más de 60
expertos de cinco regiones del mundo reunidos en Berlín para
comparar sus experiencias sobre los procesos de reconciliación.

Coincidieron también en que la utilización del término podría
despertar rechazo en algunos países, lo que obliga a usar otros
calificativos apropiados como, por ejemplo, el concepto de
reencuentro o reunificación.

“Paz, estabilidad política y reconciliación no es mucho
pedirles. Es lo mínimo que requiere una sociedad decente”.

Así les advirtió el ex senador estadounidense
George Mitchell a los líderes
católicos y protestantes de Irlanda del
Norte cuando medió en el proceso de
negociaciones de paz concluido exitosamente
en 1998, después de 35 años
de confrontación fratricida.

Cuando representaba a Venezuela
en el Consejo de Seguridad de la ONU
tuve la oportunidad de observar y de
participar directamente en los procesos
de pacificación y de reconciliación en
El Salvador, Haití, Guatemala y en la
antigua Yugoslavia, donde pude constatar
que aún en estos escenarios de guerras
también fratricidas, donde murieron
400.000 personas, se pueden construir
puentes de entendimiento y avanzar en
la reunificación y la paz.

¿Por qué creo que en Venezuela la
etapa “post Hugo Chávez” finalmente
se asoma en lo que amenazaba convertirse
en un túnel sin salida? ¿Hemos llegado al punto donde
los venezolanos nos hemos de preparar para transitar por el
camino que nos permita lograr la reunificación nacional?
Sí. Sencillamente porque el país no aguanta más el nivel
y el volumen de la violencia que se ha generado en la última
década, no soporta un clima de intolerancia, odios y resentimientos
amparados por una impunidad casi absoluta, gracias
a la total subordinación de los poderes del Estado y muy en
especial del Poder Judicial y de la Fuerza Armada, que constituye
la base principal de apoyo del régimen, que proclama
permanentemente que su revolución es armada.

Debo, sin embargo, destacar que todos los síntomas de
comportamiento del régimen ilustran un propósito de acaparamiento
del poder público que apenas comienza a tener una
agenda programática, lo que concentrará el debate político
por mucho tiempo. Su líder intentará radicalizar sus opciones que podrían incluir proponer una Constituyente que sancione
su proyecto de país.

El legado infame de la evangelización del odio de Chávez
ha descosido el tejido social y tomará tiempo restaurarlo. Toda
una generación de venezolanos ha crecido en este ambiente
de intolerancia y violencia que les marcará seguramente para
siempre. Muchos pensarán que la vida en comunidad solo es
posible atacando al vecino, vejándolo o segregándole.

No cabe duda que el nivel de la confrontación promovida
por el régimen militarista de Hugo Chávez hace dudar al
más ingenuo de los observadores que, una vez superado este
escenario, los venezolanos se puedan reencontrar después de
haber sufrido una etapa tan dolorosa nunca antes vivida en
un país como el nuestro, tradicionalmente abierto, pluralista
y democrático.

Mi esperanza de que esto es posible
no proviene solamente de la experiencia
vivida en otras latitudes mucho más
agudas, sino del hecho de que más de la
mitad de los venezolanos llamados por
los analistas políticos como “no alineados”
–o sea que rechazan a Hugo Chávez
pero que no aceptan retornar al pasado–
acabarán imponiéndose como voluntad
popular por encima de los partidos del
gobierno y la oposición y ejercerán el
liderazgo necesario para el reencuentro
de los venezolanos. Claro, para liderar el
proceso y poder unificarse deberán converger
en torno a una agenda alternativa
que aún no se ha definido, ni sus voceros
están claramente identificados.

Sin dudas hay que reunificar al país
en torno a principios de justicia, valores
y metas que desborden la individualidad
que ha dominado este periodo, durante
el cual se ha desgarrado el alma nacional y dividido a la gente
en un infame apartheid político. Es un desafío monumental,
pero indispensable, de enfrentar y superar. Y contra todo lo
que observemos no es prematuro prepararnos. No lo digo
por un simple sentimiento de optimismo, tan necesario en
circunstancias tan duras como las que enfrentamos en nuestro
país, sino porque soy de los que le apuesta a Venezuela y a que
el país acabará imponiéndose.

Para el profesor de Conflictología Eduard Vinyamata la
reconciliación es un proceso donde las partes involucradas
en un conflicto inician una relación que les lleva a una comprensión
mutua de lo sucedido, superan sentimientos de odio
y rencor desarrollados durante el enfrentamiento, comienzan
un mutuo reconocimiento y sientan las bases para un pacto
tácito, espontáneo y voluntario de amistad. Hablamos, en
resumen, de aprender a vivir juntos otra vez.

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