Opinión Nacional

El nacionalismo

De una muy extensa bibliografía, el nacionalismo extremo y temerario es un recurso clásico de los autoritarismos amenazados. Suscita una infinidad de sentimientos que suele desembocar y descomponerse en las coyunturas más calamitosas, cabalgando – además – los atavismos que dijo resolver el fenómeno globalizador.

Años atrás, comentaba Fernando Savater para la revista «Ajoblanco»

(nr. 101): «No se puede aplicar la idea de nación como un dogma cuando sabemos que es una convención establecida a comienzos del siglo XIX y que ya no responde a la realidad, cuando entramos en un mundo cada vez más multiétnico, plurilingüe y mestizo». Sin embargo, en la jugada constante del cinismo gubernamental, surge otra paradoja.

En efecto, el gobierno de Chávez Frías ha afectado gravemente nuestra independencia y soberanía al relacionarse con otros países, permitiéndoles manejar servicios tan vitales y estratégicos. Incluye la presencia nada subestimable de médicos o supuestos médicos, técnicos o supuestos técnicos, que no sólo compiten deslealmente en el «mercado de trabajo» con los venezolanos, sino que apuntalan los intereses y las actividades del Estado que los ha remitido.

El asunto merece un debate sincero, esclarecedor, universalizante. El mejor y hasta preventivo recurso para afrontar la posibilidad misma de una bastarda manipuación del poder tan temeroso de 2012, por cierto.

LA ALAMBRADA

Desde la etapa en la que Chávez Frías planteó su propuesta de reforma constitucional, por cierto, tan interesadamente confusa, poco es el espacio para los juegos florales y florentinos que muchos aún desean.

La radical crudeza de la supervivencia en el  poder, dice autorizar toda suerte de maniobras, medidas y contramedidas.

Imaginamos las muchas hipótesis o escenarios que galopan los diarios estudios de opinión realizados e interpretados, a objeto de afianzar a un gobierno que ha perdido evidentemente legitimidad, a juzgar por los resultados de los últimos comicios parlamentarios y las respuestas que ha dado o intenta dar. Poca importancia tiene que la implementación de la consabida Ley de Tierras, a la postre se traduzca en un desmantelamiento suicida del trabajo en el campo o los elevadísimos y acaso irreversibles índices de dependencia alimentaria, pues la bien aceitada maquinaria propagandística y publicitaria del régimen enfatiza una versión entre idílica y heroica que contrasta con el cotidiano padecimiento de los venezolanos.

Además, subestiman todas las amenazas o peligros avistados, las que no necesariamente sintonizan con  la habitual gravedad y temeridad discursiva del presidente. Excepto las palabras angustiadas del 13 de Abril de 2002, animando una reconciliación con la cruz en mano, mero recurso de ocasión,  no existe una correspondencia entre los hechos y las interpretaciones oficiales a lo largo de una década.

De modo que no sorprendería la adopción y profundización de medidas dizque anti-imperialistas, dudosas al examinar lo que se ha hecho con la Faja Petrolífera del Orinoco, destinadas a zanjar y blindar las diferencias que aún  faltan en casa, pretextadas por una confrontación con Estados Unidos. La terca identificación de un enemigo externo, proyectada hacia el interior de un país en constante zozobra, constituye un recurso clásico del populismo que anhela el acuerpamiento político, forzando una ciega integración del pueblo.

En días pasados, al reencontrar una novela de Mario Vargas Llosa, “Los cuadernos de don Rigoberto”, reparamos en una reflexión antes

subrayada: «Detrás del patriotismo y del nacionalismo llamea siempre la maligna ficción colectivista de la identidad, alambrada ontológica que pretende aglutinar, en fraternidad irredimible e inconfundible, a los ‘peruanos’, los ‘españoles’, los ‘franceses’, los ‘chinos’, etc.»

(Punto de Lectura, Barcelona, 2000: 292).  Datos que todavía dicen dejar atrás fenómenos como el de la globalización o la postmodernidad, regresan con renovados bríos a este lado del mundo.

Chávez Frías anhela una tentativa de invasión extranjera o – simplemente – la inventaría, como Juan Vicente Gómez en 1913, al marchar al interior para combatir una sedición imaginaria. Por lo pronto,  parapeteada una interpretación de nuestro ser venezolano y – más exactamente – aprovechándose de una perspectiva óntica de los grupos sociales que le respaldan, se valdrá del chauvinismo más elemental y morboso.

El incidente diplomático con el país del norte, a propósito del nombramiento rechazado de un embajador y el retiro de la visa a otro, luce como parte de un anecdotario al lado de lo que febrilmente pueda alucinar a los más cercanos colaboradores de un presidente que se inventará una y otra confrontación en el marco de un metarrelato nacionalista, descolonizador, anti-imperialista, como último recurso de confrontación y supervivencia. Por ello,  debe darles una versión de sí mismos y del país a los más incautos seguidores, deleznable manipulación para – simplemete – prolongarse en el poder.

EL DEBATE

Muy aparentemente resignado, el país supo de la instalación de la Asamblea Nacional únicamente a través del  oficialismo televisivo. No hubo otro medio que pudiera transmitir en tiempo real  el evento, demostrando cuán lejos hemos llegado a la formalidad de una democracia participativa y protagónica que tiene por consagración la agresión física que literalmente sufriera un diputado de oposición, después de inaugurado el Parlamento Latinoamericano.

Además de los gestos improvisados de juramentación, por decir lo menos, destacó el coro tan huérfano de originalidad de la bancada gubernamental que acusaba de “choros” y “asesinos” a sus adversarios, pasando por alto una larga década de gestión en la que no sólo despilfarraron más de 900 mil millones de dólares, sino que miles de venezolanos han perdido la vida en las calles y hasta en su propia casa. Dirán que bastará el acto aproximadamente solemne de instalación, minimizada y caricaturizada la institución parlamentaria como nunca antes, para hallarnos en medio de una libérrima, plural y extendida deliberación democrática del pueblo que les ha servido de pretexto para lo indecible.

Precisamente, esas consignas de ocasión, estridentes y cínicas, versionadas constantemente por los intereses inmediatos del poder, que ven la paja en el ojo ajeno, son las que ocultan un terrible miedo, una clara incompetencia, una carencia vocacional: la del debate, la discusión, la polémica. El presidente Chávez sabe muy bien que su batallón parlamentario no puede jamás triturar con el verbo al otro y a los otros, como lo señaló en el mitin forzado de la Plaza O’Leary luego de iniciarse el período legislativo.

Por consiguiente, mejor les luce reducir las sesiones ordinarias y las propias intervenciones de los parlamentarios, y – si no fuese posible tapar el superior talento ajeno – ahogarlo a través de las consignas, palos y golpes, siendo un novísimo aporte el de la manipulación de las cámaras y micrófonos radiotelevisivos. Sin embargo, muy participativos y protagónicos, todo el país – añadidos irremediablemente los suyos – espera por las cuentas que deben rendir, porque siente las amargas consecuencias de decisiones inconsultas que, por si fuera poco, violentaron los resultados del referendo constitucional de 2007.

El silencio impune constituyó la inigualable y eficaz garantía para echar andar los dos planes de desarrollo económico y social que ha impuesto Miraflores, pues nadie – absolutamente nadie – recuerda que se les haya debatido y evaluado,  antes ni después de implementarse.

No fue posible el menor intercambio asambleario sobre la materia, incluyendo el vasto financiamiento, pero nada más democrático, participativo y protagónica – se dirá – que la inflación, el desabastecimiento o el desempleo generado.

Debatir, discutir, polemizar, configura el mayor de los peligros para el chavezato políticamente endeble, sostenido gracias a la pólvora mediática, dineraria y asimétrica. Consabido, el venidero mensaje presidencial y los correspondientes reportes ministeriales, serán oportunidad para otro perfomance de larga duración, cínico y distractivo que no, rendición de cuentas, pero ya no habrá silencio que los catapulte y consagre, por más piedras que lancen.

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