Opinión Nacional

El neoautoritarismo chavista

El chavismo es un fenómeno ambiguo, que no puede ser reducido a una variante del totalitarismo castro-comunista. En la terminología de la ciencia política moderna, el término totalitario tiene un significado muy claro, que no puede utilizarse alegremente sin perder credibilidad en la opinión internacional. Totalitarismo implica el control total y capilar de la sociedad y el Estado, por parte de un gobierno que no deja ningún resquicio o espacio sin control y más bien obliga a la movilización forzada y a la regimentación de toda la sociedad en organizaciones del régimen. Son claramente totalitarios los regímenes de la URSS stalinista, el nazismo alemán, Cuba y Corea del Norte. Mussolini, inventor del término totalitario, sólo implantó un cuasitotalitarismo, según algunos estudiosos. Pero ciertamente Franco, Salazar, Pinochet y el Sandinismo no han sido gobiernos totalitarios, sólo dictaduras autoritarias.

El chavismo es un neoautoritarismo caudillista y militarista. Más que a Castro, Chávez se parece a una peculiar mezcla del Perón joven de los años ‘40, Manuel Noriega y Nasser, combinada con características del régimen de Velasco Alvarado y del viejo PRI. Efectivamente, Chávez no está estatizando totalmente la economía, está en cambio creando su propia burguesía, parásita del Estado y corrupta.

Este peculiar sistema ha sido estudiado por especialistas de la ciencia política, desde la clásica “Democracia Totalitaria” de Talmon hasta los recientes trabajos de Fareed Zakaria y Marina Ottaway sobre la “Democracia Illiberal” y el Semiautoritarismo”. La fortaleza del régimen se asienta sobre: a) el abultado precio del petróleo; b) el manejo inteligente de los aspectos a-racionales de la política: los mitos, las emociones, las esperanzas y la identidad del pueblo; c) fuerte retórica nacionalista y antiimperialista, facilitada por las preocupaciones prioritarias de los EEUU en el Medio y Extremo Oriente y reforzada por la relevante antipatía hacia Bush y sus políticas, particularmente en América Latina; d) carisma del líder y unidad de mando; e) “fachada” democrática hacia el exterior; f) fomento de la imagen de un “Robin Hood”, defensor de los pobres; g) mensaje de reivindicación de los derechos de los indígenas y de la América “morena” en general, no exento de velados matices racistas y antisemitas; h) la política de la antipolítica y sobretodo i) la estúpida división de la oposición, con la consecuente carencia de una alternativa creíble.

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