Opinión Nacional

El otro Estado

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Desde el primer momento, Chávez Frías supo de sus incapacidades para afrontar los problemas fundamentales del país, incluyendo los de un Estado que tiende siempre a agravarlos. Subterfugio maravilloso que le permitió correr todas las arrugas, el proceso constituyente dijo fundar otra realidad republicana que, por muy distinta que dijera ser, debía lidiar con asuntos imposibles de desterrar por decreto.

La tarea demasiado evidente de sanear al Estado para confrontar las duras complicaciones en áreas tan disímiles como la educación, economía, salud, administración de justicia o vialidad, por citar apenas algunas, dibujaba un desafío inmenso. ¿Cómo satisfacer el gigantesco pasivo laboral, a la vez que redefinir políticas, competencias, mecanismos y funciones, en el sector educacional que simultáneamente requería de una óptima infraestructura junto al respeto por un convencido desarrollo profesional de los docentes, por ejemplo?.

Pudo afrontar semejante reto, gracias al prolongado ejercicio del poder, a los descomunales ingresos petroleros, a las superhabilitaciones legislativas y al control relativo de los medios de comunicación social, pero tomó el camino de evadir la herencia y construir un Estado paralelo que supuso la descarada duplicidad de instituciones, competencias, mecanismos, funciones y – sobre todo – por la vía del recurrente crédito adicional, desvirtuado el presupuesto público como herramienta de planificación, de un fortísimo apoyo financiero. Inevitable, el desorden, la corrupción, el descontrol, reinaron y reinan en el país, añadida la muerte de venezolanos en la calle a manos del hampa común. Sin embargo, ese otro Estado va camino a perfeccionarse mediante fórmulas políticas que le permitan sobrellevar los fracasos, esperando por otras oportunidades.

Valga el ejemplo del llamado consejo revolucionario tachirense, consabida modalidad miraflorina para el sabotaje del legítimo gobierno regional que, aún extremadamente limitado, se ha anotado sobrados éxitos de gobernabilidad en medio del proyecto totalitario en curso. Por improvisado, precario a la vez que despilfarrador, convertido el Estado en un campamento de campamentos, el mentado consejo recibirá más dinero y sustento técnico (si es que existe), frente al intachablemente constitucional ejercicio de César Pérez Vivas, escapando – por cierto – de todo control, dada la “comunalidad” alegada, pero – apenas – ilustra precisamente ese otro Estado al que quieren urgentemente llegar, por lo menos, antes que los votos sean los que los saquen del poder.

En efecto, sólo la docilidad de los magistrados los mantendrá en sus puestos, porque de variar la conducta “consecuentemente revolucionaria”, no sorprenderá que mañana sean inconstitucional y deslealmente competidos por un Tribunal Supremo Revolucionario, fundado en la administración popular de la justicia de acuerdo al leal saber y entender del chavezato. Nada extrañará que, perdido el parlamento en septiembre de este año, imposibilitado de disolverlo por una maniobra de corto lapso, inventen un clon debidamente respaldado por las finanzas públicas, militarmente resguardado y con la inmunidad de hecho que le impide a las otras autoridades públicas meterse con los “chivos de la revolución”.

Y es que, si fueron capaces de contrabandear un gobierno para el Distrito Capital en abierta contradicción con la vigente Constitución, como ahora un consejo revolucionario de gobierno para los andinos, por modesta que sea, no habrá instancia en manos de la oposición que no sepan de otros titulares o depositarios de facto del Poder Público. Por añadidura, están las milicias concebidas y desarrolladas, en paralelo a la institución castrense, para esgrimir la pólvora asimétrica con la que nos suelen amenazar a diario.

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