Opinión Nacional

El paradigma del éxito

–Formemos una peña.

La idea partió del almirante Gustavo Tellería.

–Pero tendremos que llamarla de otra manera, –exclamó el ingeniero Alfredo Kellerhof– pues eso de peña tiene connotaciones desagradables.

–Podríamos hablar de una tertulia. –apuntó Tomás Ibarra, el abogado

–«La Tertulia de la Quinta», –expresé yo.

–De la quinta, no. Eso es peor que lo de peña. –terció Tellería.

–Queda entonces decidido. La Tertulia se reunirá, aquí en este Café las tardes de los miércoles. Podemos invitar a nuestros amigos y nos dividiremos los gastos. Porque «la masa no está pa’ bollos».

Eso había ocurrido, si mal no recordaba, a mediados de diciembre, antes del Año Nuevo del Milenio. Desde entonces, todos los miércoles por la tarde nos reuníamos para intercambiar ideas en torno del país. «Para arreglar el mundo» habría dicho Ligia, la esposa de Tellería. El dueño del Café, Giuseppe Santorino, un napolitano venido a Venezuela en 1950, nos había permitido descorchar una botella de excelente madeira y guardarla para nuestras reuniones hasta escanciarla. Pero a veces preferíamos café, acompañado con sendas raciones de pastel.

Lingua franca

–¿Se han dado ustedes cuenta de que, al menos en Venezuela, hoy día todos los negocios con nombre inglés tienen éxito?– señaló Tomás.– Fíjense no más en este Café.

–No es solamente en Venezuela. –le respondió Kellerhof– En Europa ocurre lo mismo. En Francia, por ejemplo, donde estuve el verano pasado, encontré una enorme cantidad de nombres en inglés. Para disgusto de los franceses que han tenido que pasar una ordenanza o una ley castigando el uso de un idioma que no sea el francés. Y después se dicen paneuropeos.

–Quizás sea cuestión de lo práctico del inglés, de lo fácil que resulta aprenderlo, pues sólo con 500 palabras ya uno puede dominarlo. Cosa, por cierto, imposible en cualquier idioma de origen latino o con el alemán.

–Eso ha ayudado, no cabe ninguna duda, pero no ha sido decisivo. –expresé yo.– En Europa, durante buena parte del Medioevo, el latín, esto es la vulgata como se decía entonces, el latín del vulgo, se hizo la lengua común entre la gente educada, debido a la influencia de la Iglesia. Bien pronto, sin embargo, lo sucedió el francés y eso que Francia nunca fue primera potencia. Pues desde el descubrimiento de América, ese lugar de primera potencia lo ocupó España y no dejó de serlo sino hasta después de Trafalgar, cuando la sucedió Gran Bretaña.

–Lo cierto es que desde el siglo pasado, el inglés fue desplazando al francés y, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el triunfador fue el inglés. Aquí en Venezuela, ocurrió un proceso similar desde la llegada de ingleses y norteamericanos con las concesionarias petroleras. Ya para comienzos de los cincuenta los estudiantes universitarios que deseaban estudiar en el extranjero fijaban sus ojos en las universidades norteamericanas y no en las europeas, que quedaron reservadas para postgrados en Derecho, por aquello de que entre los anglosajones esta profesión es enteramente distinta, por aquello del derecho común. Esa época de los cincuenta marcó el inicio de nuestra opulencia y ¿Saben por qué?
El tercermundismo

Todos permanecimos callados. Sospechábamos desde el inicio de la conversación que ésa pregunta suya en torno del idioma tenía una segunda intención. Tras un sorbo de madeira, Ibarra continuó:

–Por una sencilla razón. Durante la Guerra había sido Venezuela el principal proveedor de petróleo para los ejércitos aliados. Y lo fue, porque México, que había sido el principal exportador de petróleo del hemisferio occidental, había nacionalizado la industria de los hidrocarburos durante la presidencia de Lázaro Cárdenas, a finales de la década del 30. Quizá fue ésa la primera medida política de un tercermundismo trasnochado. De la demagogia populista que luego continuaría Perón en Argentina. La consecuencia fue que todas la inversiones extranjeras se volcaron hacia Venezuela y nuestro país pasó en poco tiempo a ser el principal exportador de petróleo del hemisferio occidental.

Hizo una nueva pausa y paladeó otro trago de madeira.

–Nosotros en Venezuela en 1976 –continuó– cometimos el mismo error de los mexicanos. Lo más grave, sin embargo, fue la decisión de separarnos del mundo desarrollado y formar filas con el Tercer Mundo. Eso fue realmente infeliz, pues nos condujo a competir con países muy distintos al nuestro, en los cuales las masas depauperadas trabajaban y trabajan por sueldos de hambre. El mejor ejemplo es la Comunidad Andina. Chile lo comprendió a tiempo y se retiró. Los chilenos no querían colocarse a la par de los bolivianos, los peruanos, los ecuatorianos y los colombianos. Venezuela menos que ninguno podía hacerlo. El petróleo había conseguido niveles de vida y de sueldos incomparables con el resto de la América latina. Para competir, tendríamos que transformarnos en fabricantes de miseria y lo hemos logrado. Yo no me explico esa mentalidad. Es similar a preferir a un fracasado por encima de un exitoso, de un Bill Gates por ejemplo. Ese no debe ser el paradigma.

La revolución del cangrejo

–Estamos de acuerdo. –contesté– A Chávez y sus acólitos les va como anillo al dedo el refrán de «Dime con quien andas y te diré quien eres». Si continuamos como vamos, dentro de poco ingresaremos en el Cuarto Mundo. Haber perdido medio millón de empleos en quince meses es una nueva marca mundial que le permitirá a Hugo Chávez ingresar en el Libro Guiness. Como le dijo Nitu Pérez Osuna, esa cifra es igual a la lograda por la Cuarta República en veinte años, pues debemos tener en cuenta que 4 o 5 por ciento de desempleo se considera pleno empleo. Claro que no tomamos en cuenta la cifra del llamado empleo informal que cuando la crisis de finales de la década del 20 en Europa y Estados Unidos nunca se consideró como empleados sino como desocupados. La miseria es consecuencia de la pérdida del empleo formal. Recuerden que la primera tarea de Roosevelt y de Hitler fue reactivar a como diera lugar el empleo formal. Después sería como una bola de nieve.

–En Alemania, si mal no recuerdo, se formó un Servicio Obrero Obligatorio. –señaló Kellerhof. –Mi padre hablaba con frecuencia de eso. Con picos y palas se construyeron las primeras «autobahnen». Se les daba ración como en el Ejército, única manera de comenzar con la reactivación del empleo. Aquí ha podido hacerse lo mismo en el litoral, después de la tragedia de diciembre. Ya sé que en el primer período de Caldera se propuso eso y hablaron de fascismo, pero hoy día cualquier medida que contribuya a la reactivación y al empleo debe considerarse. Entre desempleados e informales son 6 millones. Podría comenzarse con medio millón y para dirigirlos podrían usarse los oficiales y suboficiales retirados que se sentirían felices de volver a filas. ¿No es así, Gustavo?

–Cierto. Para un militar nada se compara con el uniforme y el mando. –apuntó Tellería– Es empleo o delincuencia y anarquía. Y empleo que enseñe a trabajar duro. El éxito de los japoneses y los alemanes fue que aprendieron eso: trabajar duro. Aquí, por el contrario, la costumbre es el manguareo. Un año de fiestas interrumpido por algunos días de labor.

Tras una pausa, en que escanció el último trago de su madeira, Tellería se levantó y nos dijo:

–Será hasta el próximo miércoles. Se hace noche y es prudente recogerse.

Todos asentimos con la mirada y le pedimos al mesonero la cuenta.

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