Opinión Nacional

El PEN o cómo garantizar que nuestros muchachos nunca aprendan a competir

La gente en general, y aquellos ciudadanos vinculados directa o
indirectamente al quehacer educativo en particular, desean conocer las
similitudes y diferencias entre el PEN (Proyecto Educativo Nacional)
preparado por el gobierno, y el Proyecto de Reforma de la Ley Orgánica de
Educación desarrollado por diversas organizaciones de la sociedad civil, y
entregado hace un mes a la Asamblea Nacional. El deseo de aclaraciones es
legítimo, pues el asunto se presta a confusión cuando hemos sido testigos de
varios voceros del sector oficialista llenándose la boca sobre lo
maravilloso de las coincidencias, y tratando así de restarle importancia a
las diferencias conceptuales que existen entre una y otra propuesta. Si bien
sobre esas diferencias podría escribirse un tratado, voy a concentrarme en
apenas tres «detallitos».

El gobierno centra su propuesta en un la preponderancia del Nuevo Estado
Docente, que no es otra cosa que la tutela del señor Estado en el proceso
educativo. A este Nuevo Estado Docente se le presenta como una suerte de
buen patriarca, de gran protector, que vela por el futuro de unos seres a
quienes presume y siente débiles. Lo que esconde tan anacrónico concepto al
cual se pretende vender como una teoría novedosa (vieja treta ésa la de
utilizar la palabra «nueva» para relanzar al mercado productos que sufren de
chochera), es más de lo mismo. Más paternalismo, más estatismo, más voces
que dictan normas y procedimientos castrantes, que delínean programas que
constriñen mentes para así garantizar que siempre puedan ser sojuzgadas. El
Nuevo Estado Docente se traduce a la postre en más control estatal y menos
poder ciudadano. Un perfecto ejemplo de más mando y menos gobierno. Y la
democracia participativa, válida aspiración, termina siendo en el área
educativa como en tantas otras, un «yo te participo que…». La sociedad
civil, por el contrario presenta en su propuesta el concepto de la «Sociedad
Educadora», planteamiento según el cual los verdaderos protagonistas son los
actores del proceso: educadores y educandos entregados cada jornada a la
incomparable aventura de aprender; padres y representantes involucrados de
manera cotidiana en el diario acontecer de ese lugar mágico que es la
escuela; patronato de las instituciones de investigación y desarrollo del
pensamiento y la pedagogía; organizaciones de la sociedad civil convertidas
en pulidos espejos que permitan reflejar la realidad, y siendo apuntadores
de los éxitos y falencias; y un Estado procurando todos los recursos
necesarios (Ministerios), asegurando que la Constitución y las leyes sean
cumplidas (Fiscalía), garantizando que los derechos de los ciudadanos sean
respetados (Defensoría del Pueblo) y vigilando que no haya ese trajín que
tanto nos disgusta y avergüenza (Contraloría). En síntesis, el Nuevo Estado
Docente, es, por decir lo menos, un asunto totalmente demodé, anacrónico y
que no ha hecho sino dar muestras de cansancio estructural. La Sociedad
Educadora es, por el contrario, el concepto más moderno que existe en la
actualidad.

En una tertulia radiofónica con el Prof. Carlos Lanz – padre del PEN – tuve
la oportunidad de comentarle que luego de haber revisado en detalle su
proyecto, me asombraba no encontrar mención al desarrollo de habilidades
competitivas en los educandos. «Nosotros no creemos en la competitividad;
nosotros sólo creemos en la solidaridad», fue su respuesta. «¿Y la
globalización?», le preguntó la periodista que nos entrevistaba. «A la
globalización hay que enfrentarla de otro modo», dictaminó. «Y en esos
puntos no estamos dispuestos a ceder», agregó contundentemente. Ante
semejantes aseveraciones, y sintiendo que el olor de la nafatalina inundaba
el ambiente, no me quedó de otra que intentar explicarle a este filósofo de
la pedagogía cuál había sido la experiencia de algunos países que habían
pasado, y se encontraban deslastrándose aún, de modelos educativos que le
sacan el cuerpo a la realidad del mundo moderno. A raíz de la caída del Muro
de Berlín, miles de profesionales de las gloriosas repúblicas de la Europa
Oriental, una gente con una tradición cultural maravillosa, se encontraron
como conejitos alumbrados a los ojos en medio de un descampado. Tenían
conocimientos, habían pasado muchos años estudiando, al proceso educativo se
le había invertido portentosos recursos materiales y humanos, pero su
sapiencia estaba condicionada idelógicamente y, peor aún, carecían de las
habilidades y destrezas necesarias para competir. Eran ciudadanos valiosos,
pero minusválidos intelectuales, y el aberrante sistema que tanto había
querido protegerlos, que tanto los había cobijado bajo su sombra, no los
había preparado para formar parte del primer mundo. Los checos lideran el
proceso de actualización y cambio. La consigna es «educar para ser los
mejores». Esos muchachos que están hoy en las escuelas y universidades ven
el futuro sin miedo y sin angustia. Saben que podrán hablar de tú a tú con
cualquiera, saben que podrán mirarse a los ojos y no sentirse en desventaja.

El Estado Docente, inspirado en una muy mal entendida solidaridad, termina
produciendo tremebunda injusticia social, es el germen de ciudadanos que en
el concierto de las naciones están condenados a ocupar posiciones de tercer
orden. Produce tercermundismo. Niega a los muchachos el sueño ciudadano de
aspirar a ser parte del primer mundo, niega la posibilidad real de un futuro
de progreso y desarrollo. Le guste o no al Prof. Lanz, la globalización es
un hecho, es una realidad, que puede enfrentarse con mente abierta y anhelos
de superación, o puede pretender evitársele pagando el precio de garantizar
que por siempre seamos un país a cuyos ciudadanos se les condene al marasmo
del tercermundismo.

¿Quieren los revolucionarios producir un sistema educativo democrático,
protagónico y participativo, que garantice justicia e igualdad social, y que
produzca la mayor cantidad de progreso y desarrollo posible? Yo los invito a
pasearse por tres países. No, no se angustien, que no voy a mencionarles
Estados Unidos, país que a ustedes les produce urticaria. Váyanse a hacer
turismo educacional por la República Checa, por Costa Rica y por el Estado
de Israel. Y luego hablamos.

Ah, y tengan muy presente que el Estado tiene que trabajar para la Sociedad,
y no al revés La Sociedad no necesita una Estado Docente. Está sí
imperiosamente urgido de un Estado Decente.

Comunicador Social / [email protected]

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